Un ángel

 

Por: Néstor Rubén Taype


        - Señora, buenas noches ¿Se encuentra Miguel ? Hace una semana que no va al trabajo

- Hola hijito, pasa, pasa, para conversar y contarte.


Diego había ido a buscar a su amigo, tratando de averiguar que le había sucedido, pues de buenas a primeras desapareció del mapa de amistades y nadie sabia nada sobre él.

Doña Amada, lo había acogido en su casa, cuando llegó de manera extrañísima una noche de tormenta.

- Entonces ¿qué fue de mi amigo Doñita? - La señora amablemente le pidió un momento para traer unos cafecitos por que la conversación sería algo extensa.

Una vez acomodados en la cómoda salita, la señora Amada comenzó a contarle a Diego lo que había ocurrido cuando ese personaje llegó a su domicilio.

Empezó contándole que en una noche de tormenta de hacia aproximadamente un año llegó este joven de manera muy extraña. 

Ella prosiguió con su relato diciendo que aquella noche retumbó el cielo quizás por aproximadamente unos minutos, un par tal vez y que escuchó un fuerte ruido en una de las habitaciones donde ella renta para los inmigrantes que le solicitan y que ella publica en avisos domésticos. Al acercarse apresuradamente al dormitorio se detuvo y con cierto temor abrió la puerta; grande fue su sorpresa al encontrarse con un joven barbado tirado en el suelo con olor a quemado. Ella lo encontró con la ropa muy sucia y con leves quemaduras y con cierta tembladera en el cuerpo. Lo que no entendía es como demonios había aparecido así, con ese ruido y con una tormenta que duró solo unos minutos en una estación que supuestamente seria una locura que se diera.


     - Y Doña Maria ¿qué hizo usted?


Ella tomó un sorbo de café y respirando profundamente continuo diciendo que se acercó al joven y procedió a limpiarlo y haciendo un enorme esfuerzo logró subirlo a la cama. Después de cubrirlo con una frazada lo dejó allí dormido hasta el día siguiente.

¿Y no tuvo miedo señora? - Dijo que al principio si le dio temor, pero luego de acercarse y ver su bello rostro y tocarlo le pareció que era un tipo inofensivo.    

En su relato doña Amada  prosiguió diciendo que al entrar a la habitación al día siguiente, muy temprano; encontró al muchacho sentado en la cama algo desorientado. Después de cruzarse las miradas a manera de saludo, ella le preguntó como había entrado a su casa si todo estaba cerrado, a lo que él respondió que tenia mucha hambre. - Ya no quise preguntarle nada mas, le serví un buen desayuno que lo devoró con mucha rapidez. La señora se disculpó y le dijo que le contaría la historia completa otro día.


La situación en el barrio se había visto conmocionado por la aparición de este extraño personaje, ahondado mas por el mutismo de quien le daba alojamiento y no contar mas detalles de muchacho que llamaba mucho la atención su sorpresiva aparición. 

Doña Amada, como buena cristiana le dio alojamiento y comida y le subvencionaba sus primeros gastos. Ademas, como a cualquier indocumentado le consiguió trabajo  en una agencia de empleos, bajo el nombre de Miguel de los Angeles. 

Durante dos semanas Doña Amada no le hizo mas  pregunta, brindándole solamente atención, lavándole sus ropas y brindándole sus alimentos. Ella, era un viuda sexagenaria muy católica que no faltaba a su misa cada domingo, recordaba que al verlo en el suelo la noche que llegó oliendo a quemado, le pareció que era el mismo Cristo aparecido.  Y recordaba también haberse arrodillado en ese mismo instante a rezar y agradecer a Dios por esa aparición y prometio ese momento darle todos los servicios a ese hijo de Dios, porque era eso: el hijo de Dios. 


- Dime hijito ¿Quién eres, cómo llegaste aquí? Te juro que de mi no saldrá ninguna palabra.

- Amada, Amada, Amada, sabe que soy un viajero en el tiempo.

- Como viajero hijito. ¿Cómo?

- Pues verá, lo único que recuerdo antes de venir aquí fue que comenzó un bombardeo de algún país en guerra, sentí una explosión muy cerca y luego desperté aquí en su casa.

- Bueno, otro día me darás detalles al respecto. Estoy feliz que te vaya bien en el trabajo y sobre todo que te hayan recibido rápido, en estos tiempos de mucha escasez. - dijo ella como deseando cambiar el tema.


Miguel eran buen trabajador y se podía afirmar que tendría unos veintiocho años y no los tres mil que dijo él cuando le preguntaron. Trabajó poco mas de un año en uno de los suburbios de Nueva Jersey, en esos lugares llenos de hispanos que llegan ávidos de hacer dinero y soñar con el éxito. 

Él era uno mas, pero, tampoco tanto, era algunas veces algo especial. Pasó por todos esos llamados warehouse de la zona como “los Quesos” “los Vinos” “los Forros” ‘las Computers” y otros. En todas ellas dejó huellas y anécdotas que marcaron a mucha gente, provocando interrogantes que no obtuvieron respuestas.

Muchos recordaban la anécdota que ocurrió en los “Vinos” una empresa donde se distribuía licores a todo el Estado de Nueva Jersey y Nueva York. A Miguel le encantaba el  vino, especialmente el europeo y de vez en cuando a escondidas se podía tomar una botella entera. Una tarde en que descargaba un camión en uno de los portones del “shipinng” se resbalaron varias cajas de vinos y se reventaron, chorreando el liquido en el piso. 

Su compañero trató de arreglarlos tomando algunas botellas, pero, se dio un tremendo corte. Otro compañero al ver lo que pasaba se acercó vio la herida y le dijo que regresaría con el botiquín de urgencias porque tenia el corte era muy profundo. 

Miguel sacó unas servilletas del bolsillo y limpió la herida del compañero y le dijo que el corte no era gran cosa. Cuando regresó el otro muchacho con el botiquín se sorprendió de ver nuevamente la herida, un corte algo largo, pero, definitivamente muy superficial.


- Oye, tu herida era profunda ¿qué sucedió?

- Pues no se, yo creía lo mismo, pero Miguel me limpió la mano y me dijo que no era gran cosa.


Preocupados por el accidente sufrido por el compañero, recién se percataron que no había nada en el piso, que estaba seco y no estaban las cajas con las botellas rotas, era imposible haber limpiado todo tan rápido.


- Oe Miguel, ¿y las cajas con las botellas rotas?

- ¿De qué cajas hablas, que botellas rotas?. Solo había una botella con el pico roto con la que se lastimo aquí el amigo, nada mas. 


Todos contaban algo, algo paranormal con Miguel; experiencias inolvidables sin respuesta, decían. El comentario del “Negro” Pepe, un borrachín  que deambulaba por las factorías de la zona, conocidísimo por vago, flojo y con una cojera permanente. 

Juraba y rejuraba que su famosa cojera se curó  después de recibir un caluroso abrazo de Miguel, el día de su cumpleaños. - Por mi madrecita que allí mismo me curé, haber, los que me conocen, ¿alguno puede dudar que yo era un cojo de mierda? entonces pues- terminaba su rollo.

Una noche tocaron la puerta de la casa de doña Amada insistentemente, era la vecina que pedía ayuda para su esposo que había sufrido un ataque cardiaco. Ya había llamado a emergencia y una ambulancia estaba en camino. Miguel salió disparado, conocía al vecino que se saludaban cada mañana cuando se cruzaban para el trabajo. 

Lo encontró en el sofá boca arriba, uno de sus hijos lloraba desconsoladamente y le dijo a Miguel que su padre ya no respiraba. - No creo - respondió, y acercándose al sofá dijo - Don Antonio, Don Antonio, ya acabó la siesta - y pegándose a su oido  le susurró - vamos oiga, ya es hora de despertarse ¿me oyó verdad?


- Wow, que tal sueño que he tenido, hola Miguelito - se sentó, y tomándose la cabeza con las manos se sorprendió de ver tanta gente.


Miguel salió dando las buenas noches y salir de la casa se cruzó en el camino con los miembros de la ambulancia que apresurados entraban a socorrer del supuesto afectado.

Así fue como una buena mañana Doña Amada no encontró a Miguel quien desapareció sin despedirse. La tristeza embargó a la señora, pero se resignó diciendo que eran misterios divinos y se sentía privilegiada por la presencia de ese joven que quizás podría haber sido un ángel. Sin embargo la historia no terminó allí pues Diego regresó a contarle a la señora que deseaba saber que fue de Miguel. 


- ¿Sabia usted Doña Amada que Miguel se veía continuamente con Veronica y que eran pareja?

- No hijo, como va a ser, mi Miguelito era un santo, y esa loca de la “Vero” ha estado con todo el barrio. ¿Cómo iba a estar con Miguel, por Dios?

- Bueno, el motivo de mi visita es eso, ella me llamó a preguntarme por él, ella se mudó a otra ciudad y esperaba que él viniera, como le prometió.

- Pero yo no se nada, no se donde esta ni porque se fue, ademas tengo destrozado el corazón por su ausencia,

- Veronica me dijo que no le puede fallar y menos ahora que esta embarazada.
















¡Disolver!




Por: Néstor Rubén Taype 

Piero Casillas estaba harto de mantenerse en ese puesto, ya no resistía y había jurado irse tan pronto como encontrase una salida. Todo esto se lo había contado a su amigo de niñez y quien lo acompañaba en sus campañas políticas, primero como líder sindical y ahora presidente. 

No le dio ningún cargo a fin de protegerlo y que sea más bien su lugar de refugio, una persona que lo escuche y lo aconseje sin presiones externas, con la sinceridad de amigo. - No te doy un cargo mi querido Nico, si te nombro ministro o asesor, te sacan en dos semanas, te prefiero libre sin ataduras sin compromisos apelando solo a tu lealtad y sinceramente te lo agradezco. Y como te imaginaras ahora me la paso pensando, pensando y pensando, como salir de este hoyo.


Abrumado por las continuas visitas de mucha gente que ni conocía, pero que eran recomendados de amigos y familiares que le pedían muchas cosas. El secretario era el filtro de todos los que llegaban, advirtió  que al presidente solo se le debía hablar de sus proyectos y pedidos, nada de “ofrecimientos”, - ese asunto lo ven con este pechito - había recalcado. 

Es allí cuando su amigo se solidarizó con él y le dio la razón. - Estas medio cagado, muchos de tus familiares están recibiendo dinero por compromisos que aun no se han dado, pero es una suerte de deuda. Algunos empresarios me hicieron llegar mensajes indicando que si todas las cosas salen como ellos planean, tu tienes tu buena “parte” y que te avisara que debes estar tranquilo -.

Nico era huidizo para esos mensajes, nunca les daba importancia y se retiraba rápidamente; de esa forma se mantuvo al margen sin meter las narices en esos asuntos.


Dos de la madrugada se citaron en un hotel de mala muerte por el centro de Lima, así no llamarían la atención. Ambos vestían  como mochileros e ingresaron tranquilamente al alicaído hotel sin estrellas. 


- Te cuento mi querido Piero que acabo de hacer un contacto con alguien que tu ni te imaginas.  Pero, mal que bien tiene una salida a tu drama.

- Pues dímelo amigo como ya sabes para mi esta situación es insoportable, y por consiguiente para la familia también.

- Mira compadre por una conexiones con gente metida en inteligencia, bueno específicamente con un par de ellos lograron hacerme contacto con nada mas ni nada menos que con Clodomiro Monteguido. Si, con el mismísimo.

- Me dejas super sorprendido, supuestamente no tiene contacto con el exterior pero, continua no te quiero cortar.


Nico, pausadamente le explicó el plan aconsejado por Clodomiro ex capo de inteligencia. Y  para dejarlo completamente seguro le consiguió una cita virtual con él unos días después, en la que le explicaría o repetiría todo lo que se le estaba contando.


- ¿No entiendo, eso me hará libre? - Preguntó Piero, muy angustiado.


Nico le aseguró que el “Quiebre de la institucionalidad” como lo recomendaba Don Clodomiro, era la única salida a sus devaneos y afanes políticos venidos a menos, en su pobre actuación como máxima autoridad. Le dijo que iba a leer un comunicado a la Nación y nada mas. 

Nadie va a saber lo que vas a hacer y vas a sorprender a propios y extraños. Le repetía constantemente que al no coordinar nada con ninguna institución del Estado, nadie le iba a obedecer. Seguramente, después del comunicado seria detenido y allí terminaría la historia. Pero, que a la larga, con un nuevo gobierno saldría libre como el viento. 


Su actuación siempre iba a ser cuestionada, pero, políticamente; el asunto no acarrearía realmente un delito como tal;  era como jugar con un vacío legal, que los abogados y jueces no se iban a poner de acuerdo por la naturaleza de esta acción casi sin sentido o estúpida si quieres.

Que esto era como si un empresario presidente del directorio de una gran empresa, haga un comunicado explicando que la compañía está en quiebra (por iniciativa propia) y que ordene a sus gerentes a cerrar la empresa. ¿Qué pasaría ? Que saldría el directorio a desautorizarlo y decir que lo que ha echo era una locura, un exabrupto grave y que obviamente lo destituirían y allí quedaría.

 

Piero Casillas aceptó jugárselas, el encierro  en una cómoda prision le daría ese toque mágico, esa aureola a su carrera política y luego reinventarse e inclusive lanzar nuevamente su candidatura ya con la experiencia vivida. 

El ex capo de Inteligencia le dijo con palabras firmes, en su entrevista virtual y guiñándoles el ojo, que su “martirio no pasaría de tres a cinco añitos” así se lo había manifestado con esa palabra  “añitos” quien aparte de ser un genio en inteligencia, también era un abogado.



* Cualquier parecido o semejanza con la realidad, es pura coincidencia.


Cien goles

 


Por: Néstor Rubén Taype

- ¿Escuchaste lo que dijo el “Muerto” Pinzás?
- No, ¿Qué dijo?
- Que anoche jugaron un partido de fulbito y ganaron por cien goles
- Están locos.
Finales de los setentas y la oficina estaba llena de jóvenes con toda la energía de la diversión, las fiestas, los tragos y las chicas.
Los dos jovencitos veinteañeros, se habían quedado muy intrigados por esa  conversación de los cien goles. Con mucha prisa y a la salida del trabajo abordaron a Javicho. - Oe, compadre; como es eso de los cien goles que te dijo el Muerto. - Jugamos todos los martes - respondió - si quieren, vengan la siguiente semana, ya saben el día, once de la noche, en mi jato.
Javicho tenia como seis meses en la compañía, era muy jovencito como lo eran los demás empleados en la década de los setentas. Era bajo de estatura de cabello negro ondulado y usaba unos bigotes al estilo Dalí. Desde que ingresó llamó la atención por lo que hacia. En la celebración del día de la Madre, en la oficina se recitó unos soberbios poemas alusivos a la fecha que hicieron soltar mas de una lagrima al personal, especialmente las damas. Payaso, era un show en las fiestas contando chistes, ademas con gran carisma caía bien a donde llegara.
Los dos muchachos curiosos llegaron el martes media hora antes de la cita. Javicho los hizo pasar a su departamento, donde según él, vivía solo.
- Aquí tengo un par de pantalones buzo que les puede quedar para el partido.
Les pareció bien cambiarse para no romper el pantalón de uniforme y puestas las zapatillas, salieron juntos. Llegaron a un parque que estaba siendo regado por uno de la mancha que.
- Oe, creo que llegamos en mala hora, esta regando el parque.
- Así jugamos muchachos no se preocupen - dijo Javicho.
Había una iluminación muy baja en ese lado del parque, y el riego del pasto continuaba - déjalo bien mojado Piero- gritó alguien.
El grupo estaba conformado por muchos blanquitos miraflorinos, lugar donde residía Javicho. Después de manera uniforme como si se tratara de acólitos a una religión se juntaron a un costado que no estaba mojado. Eran mas de una docena, incluyendo a los invitados curiosos.
La noche los ocultaba y apenas iluminada por una tenue luna, las actividades de aquel grupo se desarrollaban con tranquilidad y se sentaron todos haciendo un circulo. Javicho fungía de “sacerdote” sacó un enorme papel blanco tamaño de un periódico y luego de extenderlo delicadamente, hecho una buena cantidad de hierba, según ellos fresca y lozana directamente importada de Colombia. Mientras Javicho envolvía cuidadosamente el enorme pucho, los dos jovencitos, curiosos de los cien goles, observaban el rito; todos guardaban un complice silencio.
Después procedió a encenderlo y a “golpear” luego de varias pitadas comenzó el traslado del enorme cigarro, si así se le puede llamar, a cada uno de los allí sentados. Lo dos curiosos ya habían pasado esta “experiencia” en una fiesta, sabían que para no “caer” el secreto estaba en no “golpear”, y botar el humo solapadamente. Llegado el turno para ellos, hicieron lo acordado y pasaron la prueba, total el resto estaban en lo suyo por disfrutar sus momentos y no se daban cuenta de nada.
Terminada la faena del “vacilón” con el enorme “troncho” se pusieron de pie e inmediatamente dos patas se la rigieron para escoger sus respectivos jugadores. Se daba inicio al juego en ese grass mojado, que en algunos sitios era huecos con barro. El partido empezó y luego de unos diez minutos de juego, los dos jovencitos curiosos se dieron cuenta que ya no había diferencia de un equipo con el otro. Que se pateaba al arco mas cercano sin que nada importe. Las patadas o “fouls” no se sancionaban, todo era un chongo de empujones, puras risas y el partido se terminaba cuando el cansancio vencía. El marcador era solo un invento porque nadie sabia cuantos goles se habían hecho. Todos terminaban embarrados, de los pies a la cabeza, algunos “pasados” descansaban dormidos y recostados con la boca abierta en algún arbusto o árbol; como esos soldados muertos después de una batalla.
Uno de los curiosos preguntó - Javicho ¿quién ganó? - Nosotros, por cien goles.
- ¿Y ahora que hacemos?
- Regresamos a mi jato, se cambian y se bañan, si quieren y de allí nos vamos a comer salchipapas al aeropuerto.
- Oe, el aeropuerto esta lejos 
- No huevón, aeropuerto es el nombre donde la venden - respondió Javicho, que feliz entonaba su salsa preferida 
- Me tengo que ir!!



La temible linea cuatro.




       La linea cuatro no es una linea de guerra, pero parecía, era el encuentro de cinco personas desconocidas venidas de diferentes países que se juntaban para hacer un trabajo grupal. La velocidad era un imperativo, tomar las botellas llenas de este dulce que encantan a los americanos o mejor dicho a los norteamericanos, y que esta fabrica ubicada en algún lugar de Nueva Jersey, hacia de a miles. 

Estaba comandada por una hispana muy anciana que parecía  tener todos los años juntos, quien manejaba la linea con prepotencia salvaje y una exigencia mas allá de lo que podían hacer las manos de las que caían en sus garras. La famosa linea cuatro tan  temida como su líder, estaba conformada por una faja que corría por delante de las trabajadoras que transportaban las botellas y de las que ellas debían tomar con las manos e ingresarlas en unas cajas. 


La obligación dispuesta por la maquiavélica señora, líder de esta linea, era tomarlas e introducirlas en las cajas a la mayor velocidad posible sin advertirles que después de algunas horas, sus dedos estarían dañados con ampollas y heridas producto de ésta labor. Todas pasaban por la misma experiencia o llamado también  “bautizo”. Las señitos, esta demás decir todas inmigrantes, previo al ingreso de la linea cuatro, se forraban los dedos con esparadrapo, a fin de no lastimarse nuevamente. Pero, no todo terminaba allí, era mas bien el comienzo de la pesadilla. 


Cada mañana las venerables damas se apostaban en sus puestos ya con cierta experiencia lideradas como siempre por la villana supervisora  Marita, una anciana, que por su acento se notaba su procedencia andina de algún país sudamericano. Todos sabían de esa doble personalidad que contrastaba primero con esa búsqueda a sus colegas cuando llegaba al warehouse, abrazándolos por iniciativa propia, sin que los demás le prestaran mayor atención. Les parecía una mujer buscando un cariño nunca recibido, acaso en su niñez. El cambio era evidente dentro de la linea cuatro. Allí era un demonio, que podía empujar a sus subordinados, y patear las cajas manifestando su mal humor, presentando un espectáculo para sembrar temor.


Las más veteranas en esta labor eran rapidísimas para llenar sus cajas. Las nuevas y recién llegadas miraban sorprendidas como podía “paquear” tan rápido. Mientras ellas andaban en la mitad de su primera caja, las veteranas ya había llenado las tres suyas. Era imposible competir y se sentían reducidas e inútiles, más, recibiendo un terrible “bullyng” por esta demora. La tensión crecía durante esas diez horas paradas con las piernas que se querían reventar de cansancio.

 

No faltaban los gritos y empujones para apurarlas, lo que terminaban en frecuentes fricciones, como algunos codazos y arañazos. Así era la linea cuatro, lugar donde se desfogaban todos los dolores de los inmigrantes que habían sufrido su transito por la frontera, donde desembocaban sus desdichas de dejar su país endeudados hasta el cuello. Y cuando aprendian el oficio y se sentían un “poquito mas importantes” aplastaban a las recién llegadas a veces con una rabia irracional. Era el paso obligado de la dureza de este país con los inmigrantes ansiosos de conseguir el “Sueño Americano” y que pese a las frustraciones se mantenían de pie, a seguir luchando en esta selva de obstáculos en la que no debes ni puedes perder.


- Oye no te saques la malla de la cabeza

- ¿Oye, tu abuela, tu eres mi jefa?

- No, pero te lo digo por tu bien

- No me jodas, es mi problema.

- Mira estupida!

Fidel, el burrito de mamá - (Memorias de las Delicias de Villa)



Por: Néstor Rubén Taype


Mi madre me dijo - ¡salta hijo, rápido, ya! Yo estaba confundido ¿porqué tenía que saltar? Pero me di cuenta que el burrito comenzaba a moverse mucho y comenzó a galopar. Allí me aventé como pude y caí pesadamente en la arena, pero, sin hacerme daño.


Villa era un arenal en la que todo escaseaba, un lugar virgen que recién sus residentes tendrían que abrirse paso, hacer patria, labrarse un futuro por el bien de sus familias. Salimos un buen día a explorar y conocer de cerca el famoso cerro La Estrella, que se levantaba imponente ella al fondo de Villa. 

En ese arenal mi madre me enseñó que en esos bordes, que en realidad eran dunas, estaban llenos de conchitas de mar y como mi madre era muy religiosa de un grupo protestante, me decía que era una prueba que el diluvio había existido. Que explicación había que dar sobre esas conchitas de mar en un cerro tan elevado y lejano del mar. 

Los recuerdos que tenemos de vivir en Villa en los primeros meses es el recuerdo de mi madre luchando con esa naturaleza que nos había entregado la vida, no una selva salvaje sino un arenal que se tragaba todo lo que podía y que se mimetizaba contigo, que ingresaba sin permiso a tu ropa, 

entonces encontrabas arena en tus cabellos, en tu cama, en tus comidas, en tus ojos, en tus labios; como para hacerte recordar donde estabas, quien era tu mejor amiga, esa arena que alguna vez tenias que vencer. 

Mamá tendría unos cuarenticinco años y estaba aún bastante fuerte, era una mujer luchadora y al parecer había tenido algunos problemas con mi padre, porque por un tiempo estuvimos solo ella yo y mi hermana en ese arenal inmenso y nuestras esteras. Mi madre tenia que generar dinero que al parecer ya no había y se las ingenió para conseguirlo. Le avisaron unas vecinas que en la Calichera iba a venir un señor a vender burros. 

Así que sin pensarlo dos veces mamá, quizás prestandose dinero pudo adquirir uno, un burrito joven de buena presencia, altivo y no panzón ni esa pinta del burro clásico. El dichoso burrito comenzó a trabajar en las labores que mi madre escogía. Ibamos entonces a la Calichera y mas abajo, casi en la tercera zona a coger pasto, grama o gramalote, que eran los nombres que se le daban a esos pastos que servirían para venderlos a las familias que criaban sus cuyes, conejos y corderillos. 

Mi madre los amarraba en mantos que llevaba para envolver este pasto y luego los acomodaba en el lomo del burrito. Ya bien ensillado yo iba montado encima y subíamos la cuesta de Villa para la venta de este producto, que seria los primeros ingresos económicos para nuestra familia. Así mi madre tuvo algunas ganancias que le permitieron empezar a construir nuestra casa de material noble. Transcurrido cierto tiempo llegó mi padre y bautizo al burrito con el nombre de Fidel. 

Mi padre izquierdista era admirador del guerrillero Fidel Castro, quien recientemente había logrado ganar con su revolución un gobierno comunista en Cuba. Nosotros jugábamos fulbito con los amigos de mi edad, vecinos nuestros. Descalzos y acostumbrados a la arena nuestra vida diaria transcurría sin usar nunca calzado. Llevábamos nuestros zapatos en una bolsa cuando íbamos al colegio y ya estando cerca nos poníamos las tabas sin medias. 

Transición lo hice en la escuela La Estrella en los bajos de Villa, cuya Directora era Rosa Mercedes Alva y profesoras como la Señora Noema y la señorita Diana Solís, y el resto de la primaria en el Colegio Nacional 828 que quedaba en Buenos Aires de Villa. 

La Calichera era un lugar hermoso, con un bello paisaje, así lo recuerdo. Había temporadas en que se llenaba de agua y brotaba un verdor increíble. Bajábamos corriendo y nos dábamos con el abismo de arena y se veía a la Calichera en todo su esplendor. Como abajo también había arena, nosotros nos aventábamos sin miedo y caíamos casi con una altura de dos pisos enterrándonos en ese colchón de arena y después a trepar para el regreso. La serie de moda en ese entonces era Combate, con el actor Vic Morrow como la estrella. 

Salimos como unos ochos chiquillos a jugar, caminábamos hasta el cerro La Estrella, que estaba totalmente despoblado, allí no había ninguna choza. 

Bajábamos al otro lado y había un enorme espacio, una hondonada y allí estaban las trincheras de la guerra con Chile. El mayor de nosotros, Rafael, decía que su viejo había sido soldado del ejercito y le había contado que allí los chilenos nos sacaron la mierda, nos ganaron, nos aplastaron. Todos los mirábamos y escuchábamos callados, no sabíamos nada de esa historia, estábamos entre los seis y ocho años de edad. 

Nos repartíamos mitad, mitad y nos escondíamos para la guerrilla. Sin embargo no nos metiamos en las trincheras que estaban llenas de huesos, balas, mochilas y botas con la suela abierta, como gritando de dolor, de soledad en ese desierto al que nadie había ido a darles cristiana sepultura. 

Jugábamos un poco lejos de esas trincheras. Y comenzaba la fiesta - ya uno, dos , tres a esconderse y aguaitábamos sacando nuestras cabecitas y disparando con nuestros palos de escoba que hacia de metralleta - traaatatatatatatatata , pum, pum, pum - ya oe ya te dí - no, solo estoy herido - nada ya te dí, no sea picón pe. - Cuidado una granada, salta, salta, putamare nos van a emboscar. Si, era una maravilla jugar con la imaginación de un niño, y lo mejor era ese disfrute de creer en nuestra fantasía.

 

El burrito Fidel contribuyó mucho a nuestra economía, pero, también tenia sus dificultades. Los terrenos de Villa era o son de mil metros cuadrados, bastante grande y en nuestra entrada mi padre hizo un reservorio para recibir el agua. De allí partía un tubo hasta los bajos del terreno donde estaba ubicado la casa. Con esta modernidad entre comillas, abrimos un caño y teníamos agua para el servicio diario. A un costado estaba el lugar que se ambientó para Fidel, a veces atado a un poste, u otras veces suelto. El burrito era travieso pero también algo peligroso. 

Cuando le daba su gana se sentaba en sus cuatro patas y se negaba a llevar la carga, lo jalábamos y nada, entonces allí mi madre entraba en el show y lo gritaba y resonaba, mientras que Fidelio ni se inmutaba. Después solo obedecía cuando mi madre sacaba el chicote y le caía algunos, que mas le dolía a mi madre que a él. Iba montado en el lomo de Fidel con todas las cosas que mi madre llevaba para vender: pasto, un par de latas  de agua y otros comestibles comprados en el mercado. 

De pronto Fidel vio a un burro que se cruzó en nuestro camino, resulta que el bendito burro no era un burro sino una burrita seguramente soltera y agraciada que jalada por su dueña le brindó una mirada coqueta a nuestro simpático burro. Mi madre dándose cuenta de la situación me grito que saltara. Algo confundido y al sentir que el burrito se ponía chúcaro y dando algunas patadas con sus patas trasera, salté, mientras que Fidel dando saltos y patadas corría detrás de la burila. 

Volaron las latas, el pasto y otros paquetes. La burila también pudo correr algunos metros, pero era alcanzada y Fidel finalmente hacia de las suyas. Estas escenas se repitieron con cierta frecuencia, causando dificultades a la vecindad y los reclamos consiguientes. Para evitar estas actitudes de nuestro burrito le recomendaron a mi madre que lo “capen” término usado a. menudo y para esta operación había un señor apodado “El Viejo” que era el experto en estos menesteres, labor que desempeñaba cabalmente para mantener su adicción al alcohol. Lamentablemente Fidel se volvió algo peligroso, cuando alguna vez mordió la espalda de uno de mis hermanos, en un descuido cuando le estaba dejando agua. Otras veces lo hizo con algunos vecinos y las cosas se complicaron. 

Mi madre con mucha pena decidió venderlo y recibió  ofertas de la gente del barrio, pero, para evitar posteriores reclamos ella decidió venderlo a un comerciante que cada año llegaba y trata estos animales para comprar o venderlos. Finalmente llegó el día y Fidel se integro a fila de burros y mulas del referido comerciante. 

Su partida fue todo un drama ya que Fidelio no quería caminar ni marchar al paso de la manada. Se detenía y volteaba repetidas veces, mientras que mi madre lloraba, despidiéndose. EL comerciante nos pidió que entráramos a la casa y que ya no saliéramos. 

Después de algunos minutos, calculando por donde estaría, salimos a ver a la fila de burros que ya estaban llegando al borde para pasar a la segunda zona y por allí confundido en la manada se iba para siempre Fidel, quizás no entendiendo porque su patrona lo había dejado.Mi madre muy cristiana oraba en las noches por el y pedía a Dios que le tocara una buena familia que lo alimentara bien como ella lo hizo y que cuando parta de ese mundo lo haga de forma decente. No olvido Villa, lugar donde mis padres crearon con ingenio comodidad que no había y que a pesar de la escasez, no nos faltar lo poco que necesitábamos. 

Fueron cinco años inolvidables y me viene a la memoria la canción de Chacalón, vocalista del Grupo Celeste en uno de los versos del tema: Viento, “En aquel entonces tan solo era un niño y en esa pobreza que felíz yo era…….” 


Una Rosa en mi camino.

 


Por: Néstor Rubén Taype

La efervescencia de los setentas estaba aún marcada por una bonanza del turismo en el centro de Lima, lugar donde laborábamos en una antigua línea aérea. Ya era una Lima de microbuses aún algo respetuosos, sin embargo, gracias a la irracional competencia este servicio se degradaría. La colmena estaba llena de negocios ligadas al turismo: agencias de viajes, restaurantes, ventas de artesanías y los hoteles Bolívar y el Crillón eran el éxito mismo.  El general San Martin, montado en su esbelto caballo no podía quejarse, su plaza estaba siempre llena de turistas, transeúntes y después una invasión desmesurada de ambulantes. Era mi primer trabajo y en la empresa cumplí los dieciocho años sin contárselo a nadie de los amigos que recién comenzaba a conocer. 

Venía de una familia protestante y conservadora en guardar las reglas de su religión. Eso significaba que cada sábado tenía que ir a la iglesia de mamá con algunas restricciones como no tomar licor, nada de bailes y otras prohibiciones propias de esta fe. En fin, siempre fui algo rebelde a estas consideraciones. Ingresar a esta compañía para mi significó muchísimo, casi fue una terapia, una catarsis para ese modo de vida que llevaba. Había una ventaja que me ayudó y era el hecho que las personas que encontré allí como amigos o futuros amigos eran mayores en casi una década de años. En las salidas infaltables de cada viernes estaba entre ellos disfrutando de esas tardes y noches de bohemia - Uno de ellos pedía al mesero – Por favor cuatro chelas y un vaso de leche aquí para el muchacho. 

Claro igual me servían una cerveza, pero la frase me hacía sentir bien una suerte de sentirme engreído, así lo tomaba. Además, ya me había ganado una “chapa” y a veces me solían recitar el verso “Un caballito potrín con crin, crespa la cola, crespa la crin, brinca el potrito, potrín con crin” y si por casualidad llegaba algún guitarrista de los que nunca faltaban en aquél entonces en los bares, nuestro jefe pedía el viejo vals de los Embajadores Criollos “Caballito blanco” y me lo dedicaba. Cada viernes terminaba encantado con estas reuniones. Para mí era descubrir un mundo nuevo un espacio que desconocía, terminaba ebrio y llegaba a casa así, pasado de copas. El asunto era para el día siguiente debía estar a las ocho de la mañana en la iglesia de mi madre quien subliminalmente me presionaba para asistir siempre. Entonces me veía allí parado frente al templo saludando a los hermanos y deseando el típico “Feliz sábado” bien perfumado y tratando de guardar alguna distancia para que no se den cuenta que en algunos casos estaba totalmente ebrio. Bueno, mi mamita a pesar de todos mis supuestos pecados no se detuvo hasta un buen día bautizarme en su iglesia con todas las de la ley, pero, esa es otra historia.

La rutina nuestra era la atención telefónica, tomábamos las reservaciones de los pasajeros que deseaban nuestros servicios. Se nos proporcionaban tarjetas de colores para diferenciar la ruta del sur y norte, además de una enorme pizarra en la pared frente a nosotros, que se visualizaba los estados de los vuelos. Teníamos posiciones que se atendía de los anexos internos conectados a otras oficinas como el counter, que estaba en el primer piso y una oficina de carga en la que se tenía una oficina de venta de pasajes. Había una relación muy cercana con las agencias de viajes y era una interacción diaria por el teléfono o por las visitas que nos hacían para hacer llegar sus solicitudes de reservas. 
Esta relación permitía conocernos y comenzar a tener mayores amistades y también el comienzo de los amoríos propios de la juventud. Así en la vorágine de los años setentas, exactamente a mediados de esta década cuando la moda eran los tacones altos para los varones y los pantalones palazo y las camisas con cuellos anchos se imponían, la vivíamos intensamente.

La película de John Travolta “Saturday night fever” nos había marcado definitivamente. En esta época conocimos a una joven compañera de trabajo, con quien comenzamos a frecuentarnos. Después de varias salidas en aquel tiempo aun existía la formalidad, tenías que pedirle que fuera tu enamorada y ella tenía que darte el sí o el no: ósea, declararte. Ya habíamos tenido tardes de café, noches de pizza pintadas con acuarelas de sangría, pero el paso final no se había dado: la cereza en la torta. La ilusión estaba allí presente porque si todo salía como esperaba seria finalmente la primera gila, costilla, plancito y todos los adjetivos usados en esa década; ósea tu enamorada formal. 
En el primer intento, luego de una caminata por algún boulevard que no recuerdo, me sentía inspirado para dar el speech esperado, pero, sentí el primer bloqueo, el primer stop dándome a entender la diferencia de edad; era el primer escollo para la relación, apenas estaba en los veinte, pero eso no me importaba en absoluto y seguimos en la lucha. La juventud, como decía mi madre es como las estaciones y pasan muy rápido (hoy es mi otoño) pero en esa primavera no me detenía y entonces con el ímpetu de la edad o quizás sabiendo que ya le caía bien, seguía a pie firme detrás de ella. La rutina continuaba en el trabajo ¿faltar a la chamba? Ni hablar, había que tener problemas impredecibles para hacerlo, la chamba era la diversión, todos los días ocurría algo que luego terminaría en anécdota. 

Finalmente, no recuerdo el lugar, pero, en algún parque de la lima setentera después de salir del cine sin más preámbulos nos dimos un beso muy prolongado a mí me pareció como que me desbordaba a un abismo sin final, una caída libre; éste hecho confirmaba nuestra relación. Fue un momento muy bonito y del que tengo el mejor recuerdo. Ya podía decir que tenía una enamorada formal con todas las de la ley. De allí en adelante todo fue felicidad, nuestras salidas los fines de semana, parques, restaurantes, paseos a Chosica, discotecas, fiestas, cine, etc., Esta etapa de mi vida me dio mucha seguridad. Como en toda historia todo tiene un comienzo y también un final y la mía no era ajena a ese destino. Ella, por sus vacaciones viajó al Brasil con su prima a visitar unos familiares que radicaban en la tierra de Pelé. 

A su regreso muy entusiasmada me relató lo bien que disfrutó de su viaje mostrándome las fotos de los lugares que había conocido. Pero, de un momento a otro su rostro cambio a una profunda tristeza. Al preguntarle que le pasaba me respondió que había ido a ver una adivina, una bruja brasileña que le leyó las cartas quien le manifestó que nuestra relación terminaría pronto. Cuando regresaba a casa estaba muy sorprendido de lo que me había contado, por mi cabeza no pasaba una situación de tal naturaleza. 
Nuestra relación continuó con la rutina de siempre, las salidas y los amigos con quienes compartíamos los mejores momentos. Pero, en ambos siempre quedó esa sensación de cuando se daría ese momento de quiebre, como iba a desarrollarse ese final anunciado por la bendita bruja. Una noche veíamos en familia el programa en la televisión “Casos de la vida real” donde escenificaban los problemas típicos que se desarrollaban como parte de la vida de las personas. Esta vez tocaron el tema de una relación entre un jovenzuelo (Adolfo Chuiman) y una mujer mayor que él (Mariella Trejos) 
La historia era muy parecida a nuestra, solo con la diferencia de que en la ficción tenían la oposición de la hermana del protagonista. Finalmente, entre llantos y por la presión que recibe de la hermana la protagonista decide romper la relación con el muchacho. 
A la media hora que acabó la serie, recibí la llamada de ella quien entre sollozos me preguntó si había visto el programa, le dije que sí. Entonces me dijo que así como en la ficción de la tele había llegado a su fin, lo nuestro igualmente tenía que terminar. A los pocos días nos vimos solo para cerrar nuestra relación formalmente, una tenue lluvia caía sobre nuestros humedecidos ojos confundiéndose entre ellas; los abrazos parecían interminables, pero, finalmente la despedida se dio. 
La rutina del trabajo continuó, la Plaza San Martin y el hotel Bolívar seguía siendo nuestros eternos acompañantes en nuestra vida diaria. La plaza, la Colmena, el jirón de la Unión se comenzaban a llenar de cambistas, ambulantes, carritos sangucheros y pregoneros de uvas, manzanas “y” higos. La vida continuaba.

* Adolfo Chuiman (Actor peruano)
* Mariella Trejos. (Actriz colombiana)
- Casos de la vida real, serie peruana de 1976

Memorias de Las Delicias de Villa

 


     


Por: Néstor Rubén Taype


                                                                     

Nos bajamos en un paradero al que llamaban Casa Blanca luego de estar sentado mas de una hora en el ómnibus. Habíamos salido de un paradero en el centro de Lima en la que había un montón de buses y mi mamá escogió uno anaranjado diciéndome que iríamos a nuestra nueva casa. Empezamos a caminar por un terral muy largo dejando atrás a unos enormes arboles y llegamos a un punto en que ese terral se acabó. Mi madre se quedó mirando como no sabiendo donde ir, pero luego nomas echó la vista para arriba y comenzamos a subir una cuesta todita  de arena y era una vaina caminar, los pies se hundían a cada paso. Todo lo que se veía era solo arena y arena y unas cuantas casas. Por fin, después de subir por un largo rato mi madre me dijo allí era nuestra casa. Era un cuadrado de esteras y como puerta de entrada una de ellas recogidas que nos daban espacio para meternos. El espacio interior se veía pequeño, pero pude ver una cocinilla, un catre con un colchón fungiendo de cama y un baúl. Mi madre me dijo que fuéramos donde la vecina del frente que le había  hecho señas para ir a su casa.


- Pase doña Tulita - dijo una señora joven, que mi madre llamaba Rosaurita

- Siéntate aquí hijito - me dijo ella.


La vecina tenia una vivienda mejor con una sala y cocina, su esposo era albañil y le había levantado esa casita. Estábamos en la segunda zona de ese lugar lleno de arena. Alrededor habían solo casitas de estera que poco a poco comenzaron a transformarse en casas de concreto. Mi madre también comenzó a construir nuestra casa con ayuda de vecinos que eran albañiles y mi madre les pagaba de a poquitos. El propósito de esas viviendas, según lo planificado por las autoridades, era promover la crianza de animales, como una suerte de granjas. Así mi madre empezó con tener Pavos, palomas, patos, gallinas y hasta gallos de pelea. 

Nosotros los niños no usábamos zapatos, no tanto por pobreza, sino que era imposible usarlos en ese arenal y lo común era estar descalzos. Parado desde mi casa al frente podía ver, primero la casa de nuestra vecina la señora Rosaura y a lo lejos el imponente y famoso cerro La Estrella, lugar donde seria nuestro principal centro de diversión. A mi derecha una loma cortada por un camino que daba a otra zona, donde se extendía Las Delicias de Villa. A la izquierda una loma mas accidentada, no era solo de arena, sino tenia muchas piedras que nos dañaban nuestros pies descalzos y al otro lado estaba un pueblo joven (así le decían) llamado Buenos Aires de Villa. eran viviendas de solo doscientos metros cuadrados, a diferencia de los nuestros que eran de mil metros cuadrados. Y atrás, en la parte baja de las Delicias de Villa, estaba primero un abismo algo grande, pero de arena, que la conocíamos como La Calichera. Un lugar fantástico para los chibolos que éramos. El abismo podría ser como de dos pisos, pero abajo tenia un verdor impresionante de plantas silvestres y se llenaba de agua en largas temporadas, pero que no pasaban de nuestra cintura. Otro lugar favorito para jugar. Mi padre y hermanos comenzaron a llegar a regañadientes, no se acostumbraban a vivir en un arenal sin agua ni desagüe ni luz eléctrica. Acostumbrados a vivir en la ciudad mis dos hermanos mayores iban y venían, ellos tenían un departamento en Santa Cruz-Miraflores. Poco a poco las viviendas aumentaron y comenzaron a aparecer los negocios: una tienda, una panadería. Pero lo que aumentaron en números fueron los perros, cada familia tenia hasta tres perros muchos de ellos muy bravos, que eran el terror nuestro. 


En los bajos de Villa, por donde pasaba la carretera sur o Panamericana sur, esta, separaba a las Delicias de Villa de una tremenda y bellísima hacienda que la conocíamos como Venturo. Tenia un enorme extensión que terminaba en las orillas de un bravísimo mar, donde estaba el exclusivo club de Villa, de la clase mas ficha de Lima. También en los bajos de Villa funcionaba la escuela primaria donde asistí a mi transición y primero de primaria, a cargo de la profesora Noema Alva de Obando y de la bellísima profesora Diana solís. Allí vivía también un jovencito, hermano de la profesora llamado Arturo Aranda, quien luego tendría  participación en las guerrillas del 65, conjuntamente con el líder  

 Luis de la Puente Uceda, que falleciera en su intento de hacer su revolución.  La ciudad quería prosperar y se eligió una directiva para su mandato. Se deseaba pavimentar las pistas de acuerdo al mapa diseñado. Pude ser testigo aun siendo muy pequeño de las primeras camionadas de ripio que se usó para hacer mas fácil el acceso de los automóviles que comenzaron a llegar. Del empuje de su gente por sacar a los camiones del atolladero de arena, colocando piedras, cartones, tablas para ayudar, la solidaridad era muy grande. El robo no fue ajeno a la naciente ciudad y tampoco de la respuesta de la población, que en varias oportunidades atraparon ladronzuelos a los que amarraban a un tronco y era flagelado, antes de ser entregado a la policia. Los pilluelos que robaban en las Directivas también se daban en esa década de los sesentas y que originaban protestas de los socios que puntualmente pagaban sus cuotas.El dirigente mas apreciado era sin duda el señor Peralta, de quien no se su nombre, pero la población lo apreciaba mucho pues era uno de los que había propiciado y hecho gestiones con el gobierno para lotizar estos terrenos.


El cerro La Estrella era el lugar de exploración y donde nosotros los niños jugábamos en sus arenales virginales, caminábamos descalzos entre esas dunas de arena y jugábamos nuestra serie favorita: Combate. Fuimos testigos que detrás del cerro en esa hondonada enorme, encontramos decenas de trincheras, llenas de huesos y uniformes amarillentos, de mochilas rotas, de botas con la suela abierta y balas, enormes balas. Hoy las autoridades hacen una fiesta cuando en alguna construcción se encuentra los restos de soldados de la guerra del 79; cuando allí en los arenales de Villa había montones de restos de una guerra, que parecía que había sido reciente. Nadie les dio cristiana sepultura, todos fueron abandonados a pesar de estar cerca de Lima y que era lugar de entrenamiento del ejercito. 

Cruzando este lugar de las trincheras, pasando una segunda loma, aparecía como un espejismo una enorme laguna en pleno desierto. No había explicación, simplemente estaba allí y se convirtió en la playa de los vecinos de Villa y los de San Juan de Miraflores. La laguna fue llamada también La Laguna de la Brujas debido a que cobró muchas víctimas que se ahogaron en sus aguas. Nosotros éramos visitantes continuos y mis hermanos, excelentes nadadores se la cruzaban frecuentemente.En la parte alta de la segunda zona había un lugar en la que se criaba ganado vacuno y muchas ovejas. La chivatera, así la llamábamos a una quinceañera que los pastaba en compañía de muchos perros pastores que hábilmente guiaban al rebaño. Nosotros corríamos detrás de la manada disfrutando del espectáculo, de los corderillos que saltaban y eran muy traviesos y no mantenían la disciplina de los mayores y eran corregidos por los perros pastores. Veiamos en el rebaño muchas veces los nacimientos de las orejitas o chivatos que se daban en pleno camino. Sin duda era un bello recuerdo de mi niñez. 


Fueron vecinos nuestros la familia Martell, la familia Morales y los Jimenez. Hubo una familia de afroperuanos en que la señora era una saumadora de la procesión del Señor de los Milagros y era conocida como tal, se le apreciaba en las fotografías que se publicaban en la época. Esta señora tenia la costumbre de insultar a voz en cuello a sus vecinos y desde su ventana daba gritos a los cholos, así nos llamaba y daba rienda suelta a sus rabietas con las groserías respectivas del mas alto calibre. Sin embargo sus hijos eran un pan De Dios, el mayor era músico de trompeta, que se le escuchaba cada tarde practicarla y el menor era un morenito simpático y agradable con un enorme carisma y muy querido por la vecindad, ironías de la vida. La hacienda Venturo era el lugar de paseo por sus enormes plantaciones y sus bellos árboles a donde íbamos a pasar la tarde. Muchas veces lo hacíamos  con los vecinos a sacar maíz cuando estaba ya entrando la noche, a veces teníamos éxito y lográbamos recoger un saco de choclos y otras veces salimos corriendo cuando el guardián se daba cuenta y nos disparaba perdigones. Sin embargo, cuando cosechaban papas y camotes, luego de terminada la faena de los obreros, el capataz, seguramente con autorización del propietario, avisaba que tal día habría “rebusca” así se denominaba este tipo de acto. Todos nos colocábamos detrás del tractor y cuando éste arrancaba y removía los surcos de la tierra, entonces lo que salía nosotros lo tomábamos y llenábamos nuestros costales, era una verdadera fiesta. Hoy me gustaría visitarla y como luce después de tantos años; que será de aquel arenal que rompimos su virginal  suelo, clavándole palos con esteras y piedras para sostener las primeras viviendas y a punta de esfuerzo salir de nuestras pobrezas, fueron cinco años inolvidables en Villa.  Si, quisiera recorrer nuevamente esta inmaculada ciudad de Las Delicias de Villa.

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