Memorias de Las Delicias de Villa

 


     


Por: Néstor Rubén Taype


                                                                     

Nos bajamos en un paradero al que llamaban Casa Blanca luego de estar sentado mas de una hora en el ómnibus. Habíamos salido de un paradero en el centro de Lima en la que había un montón de buses y mi mamá escogió uno anaranjado diciéndome que iríamos a nuestra nueva casa. Empezamos a caminar por un terral muy largo dejando atrás a unos enormes arboles y llegamos a un punto en que ese terral se acabó. Mi madre se quedó mirando como no sabiendo donde ir, pero luego nomas echó la vista para arriba y comenzamos a subir una cuesta todita  de arena y era una vaina caminar, los pies se hundían a cada paso. Todo lo que se veía era solo arena y arena y unas cuantas casas. Por fin, después de subir por un largo rato mi madre me dijo allí era nuestra casa. Era un cuadrado de esteras y como puerta de entrada una de ellas recogidas que nos daban espacio para meternos. El espacio interior se veía pequeño, pero pude ver una cocinilla, un catre con un colchón fungiendo de cama y un baúl. Mi madre me dijo que fuéramos donde la vecina del frente que le había  hecho señas para ir a su casa.


- Pase doña Tulita - dijo una señora joven, que mi madre llamaba Rosaurita

- Siéntate aquí hijito - me dijo ella.


La vecina tenia una vivienda mejor con una sala y cocina, su esposo era albañil y le había levantado esa casita. Estábamos en la segunda zona de ese lugar lleno de arena. Alrededor habían solo casitas de estera que poco a poco comenzaron a transformarse en casas de concreto. Mi madre también comenzó a construir nuestra casa con ayuda de vecinos que eran albañiles y mi madre les pagaba de a poquitos. El propósito de esas viviendas, según lo planificado por las autoridades, era promover la crianza de animales, como una suerte de granjas. Así mi madre empezó con tener Pavos, palomas, patos, gallinas y hasta gallos de pelea. 

Nosotros los niños no usábamos zapatos, no tanto por pobreza, sino que era imposible usarlos en ese arenal y lo común era estar descalzos. Parado desde mi casa al frente podía ver, primero la casa de nuestra vecina la señora Rosaura y a lo lejos el imponente y famoso cerro La Estrella, lugar donde seria nuestro principal centro de diversión. A mi derecha una loma cortada por un camino que daba a otra zona, donde se extendía Las Delicias de Villa. A la izquierda una loma mas accidentada, no era solo de arena, sino tenia muchas piedras que nos dañaban nuestros pies descalzos y al otro lado estaba un pueblo joven (así le decían) llamado Buenos Aires de Villa. eran viviendas de solo doscientos metros cuadrados, a diferencia de los nuestros que eran de mil metros cuadrados. Y atrás, en la parte baja de las Delicias de Villa, estaba primero un abismo algo grande, pero de arena, que la conocíamos como La Calichera. Un lugar fantástico para los chibolos que éramos. El abismo podría ser como de dos pisos, pero abajo tenia un verdor impresionante de plantas silvestres y se llenaba de agua en largas temporadas, pero que no pasaban de nuestra cintura. Otro lugar favorito para jugar. Mi padre y hermanos comenzaron a llegar a regañadientes, no se acostumbraban a vivir en un arenal sin agua ni desagüe ni luz eléctrica. Acostumbrados a vivir en la ciudad mis dos hermanos mayores iban y venían, ellos tenían un departamento en Santa Cruz-Miraflores. Poco a poco las viviendas aumentaron y comenzaron a aparecer los negocios: una tienda, una panadería. Pero lo que aumentaron en números fueron los perros, cada familia tenia hasta tres perros muchos de ellos muy bravos, que eran el terror nuestro. 


En los bajos de Villa, por donde pasaba la carretera sur o Panamericana sur, esta, separaba a las Delicias de Villa de una tremenda y bellísima hacienda que la conocíamos como Venturo. Tenia un enorme extensión que terminaba en las orillas de un bravísimo mar, donde estaba el exclusivo club de Villa, de la clase mas ficha de Lima. También en los bajos de Villa funcionaba la escuela primaria donde asistí a mi transición y primero de primaria, a cargo de la profesora Noema Alva de Obando y de la bellísima profesora Diana solís. Allí vivía también un jovencito, hermano de la profesora llamado Arturo Aranda, quien luego tendría  participación en las guerrillas del 65, conjuntamente con el líder  

 Luis de la Puente Uceda, que falleciera en su intento de hacer su revolución.  La ciudad quería prosperar y se eligió una directiva para su mandato. Se deseaba pavimentar las pistas de acuerdo al mapa diseñado. Pude ser testigo aun siendo muy pequeño de las primeras camionadas de ripio que se usó para hacer mas fácil el acceso de los automóviles que comenzaron a llegar. Del empuje de su gente por sacar a los camiones del atolladero de arena, colocando piedras, cartones, tablas para ayudar, la solidaridad era muy grande. El robo no fue ajeno a la naciente ciudad y tampoco de la respuesta de la población, que en varias oportunidades atraparon ladronzuelos a los que amarraban a un tronco y era flagelado, antes de ser entregado a la policia. Los pilluelos que robaban en las Directivas también se daban en esa década de los sesentas y que originaban protestas de los socios que puntualmente pagaban sus cuotas.El dirigente mas apreciado era sin duda el señor Peralta, de quien no se su nombre, pero la población lo apreciaba mucho pues era uno de los que había propiciado y hecho gestiones con el gobierno para lotizar estos terrenos.


El cerro La Estrella era el lugar de exploración y donde nosotros los niños jugábamos en sus arenales virginales, caminábamos descalzos entre esas dunas de arena y jugábamos nuestra serie favorita: Combate. Fuimos testigos que detrás del cerro en esa hondonada enorme, encontramos decenas de trincheras, llenas de huesos y uniformes amarillentos, de mochilas rotas, de botas con la suela abierta y balas, enormes balas. Hoy las autoridades hacen una fiesta cuando en alguna construcción se encuentra los restos de soldados de la guerra del 79; cuando allí en los arenales de Villa había montones de restos de una guerra, que parecía que había sido reciente. Nadie les dio cristiana sepultura, todos fueron abandonados a pesar de estar cerca de Lima y que era lugar de entrenamiento del ejercito. 

Cruzando este lugar de las trincheras, pasando una segunda loma, aparecía como un espejismo una enorme laguna en pleno desierto. No había explicación, simplemente estaba allí y se convirtió en la playa de los vecinos de Villa y los de San Juan de Miraflores. La laguna fue llamada también La Laguna de la Brujas debido a que cobró muchas víctimas que se ahogaron en sus aguas. Nosotros éramos visitantes continuos y mis hermanos, excelentes nadadores se la cruzaban frecuentemente.En la parte alta de la segunda zona había un lugar en la que se criaba ganado vacuno y muchas ovejas. La chivatera, así la llamábamos a una quinceañera que los pastaba en compañía de muchos perros pastores que hábilmente guiaban al rebaño. Nosotros corríamos detrás de la manada disfrutando del espectáculo, de los corderillos que saltaban y eran muy traviesos y no mantenían la disciplina de los mayores y eran corregidos por los perros pastores. Veiamos en el rebaño muchas veces los nacimientos de las orejitas o chivatos que se daban en pleno camino. Sin duda era un bello recuerdo de mi niñez. 


Fueron vecinos nuestros la familia Martell, la familia Morales y los Jimenez. Hubo una familia de afroperuanos en que la señora era una saumadora de la procesión del Señor de los Milagros y era conocida como tal, se le apreciaba en las fotografías que se publicaban en la época. Esta señora tenia la costumbre de insultar a voz en cuello a sus vecinos y desde su ventana daba gritos a los cholos, así nos llamaba y daba rienda suelta a sus rabietas con las groserías respectivas del mas alto calibre. Sin embargo sus hijos eran un pan De Dios, el mayor era músico de trompeta, que se le escuchaba cada tarde practicarla y el menor era un morenito simpático y agradable con un enorme carisma y muy querido por la vecindad, ironías de la vida. La hacienda Venturo era el lugar de paseo por sus enormes plantaciones y sus bellos árboles a donde íbamos a pasar la tarde. Muchas veces lo hacíamos  con los vecinos a sacar maíz cuando estaba ya entrando la noche, a veces teníamos éxito y lográbamos recoger un saco de choclos y otras veces salimos corriendo cuando el guardián se daba cuenta y nos disparaba perdigones. Sin embargo, cuando cosechaban papas y camotes, luego de terminada la faena de los obreros, el capataz, seguramente con autorización del propietario, avisaba que tal día habría “rebusca” así se denominaba este tipo de acto. Todos nos colocábamos detrás del tractor y cuando éste arrancaba y removía los surcos de la tierra, entonces lo que salía nosotros lo tomábamos y llenábamos nuestros costales, era una verdadera fiesta. Hoy me gustaría visitarla y como luce después de tantos años; que será de aquel arenal que rompimos su virginal  suelo, clavándole palos con esteras y piedras para sostener las primeras viviendas y a punta de esfuerzo salir de nuestras pobrezas, fueron cinco años inolvidables en Villa.  Si, quisiera recorrer nuevamente esta inmaculada ciudad de Las Delicias de Villa.

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