Sangre de Hermanos, de Ignacio López-Merino



 Por: Néstor Rubén Taype
Gregorio “Goyo” Olazábal es un muchacho de clase media limeña e hijo de uno de los médicos más respetados de aquella época. Si bien es cierto que goza de todas las comodidades y un espacio en la sociedad capitalina, su familia no las lleva todas consigo, pues su madre lejos de tener la reputación del padre, es una mujer consumida por su debilidad alcohólica y un lastre doloroso para él y su entorno.
Dentro de todo este escenario él trata de hacer su vida como la de cualquier adolescente y se enamora de una linda muchacha compañera de su niñez, pero cuando andaba gozando de esos amores primaverales propias de su juventud, se encuentra con la novedad que el Perú se estaba enfrascando en una guerra con el país vecino: Chile.
Había visto en el Internet la presentación de esta novela y me llamó la atención  que alguien hubiera escrito un drama, una historia dentro del marco de la guerra del pacifico. Ni bien obtuve mayor información sobre este libro lo mande pedir a mis familiares de Lima, y aprovechando el viaje de un amigo conseguí en unas semanas la ansiada novela.
A la par también está el personaje de Eleuterio Gómez perteneciente a una familia de hacendados del norte exactamente de Cajamarca.
Había crecido conociendo las luchas internas de su familia con sus vecinos, otros hacendados con quienes guardaban un antagonismo de años.
Para complicar aún más la difícil situación que se vivía, Eleuterio embarazó a una de las hijas de la familia en contienda, lo que desató una guerra entre ambas y por las cuales el joven provinciano partió a Lima; y a falta de techo y comida se enroló en el ejército peruano que ya estaba dándose las primeras escaramuzas en el sur.
Estuve leyendo muy concentrado varias páginas del libro viajando imaginariamente hasta esa época que el autor pinta y describe maravillosamente, estaba transportado casi como un personaje más dentro de la novela, acaso a veces como uno de los soldados o como un simple viajero o tal vez un paisano observando el Perú; ese país acosado de 1879.
De pronto me vi envuelto en la defensa de Lima y se menciona San Juan y Miraflores, aquí me detuve; me vino inmediatamente la imagen de Villa, si las Delicias de Villa, está muy cerca de San Juan, mil novecientos sesenta y tres. Estoy frente a un hueco más o menos grande de los muchísimos que había alrededor del cerro La Estrella, somos como siete que íbamos siempre a los cerros a jugar “Combate” nos las regíamos para ver quién era el sargento Saunders, luego Kaje y Litle John. Entonces todos estabamos mirando lo que habia en esta trinchera, unos dicen ¡mira aquí hay balas, no, son balazos! oye esto es como una mochila – grita otro.
Yo veo botas con la suela abierta como si quieran contar algo, como si quisieran decirnos lo que pasó pero se ahogaron de soledad y calor, también telas descoloridas que no atinamos a adivinar su color original y finalmente huesos, de todos los tamaños y de diversas formas, un rompecabezas del tiempo que mis amigos desenterraban en esa casi virginal desierto.
Me sentía entre asustado y curioso a la vez cuando de pronto uno de los amigos llamado Rafael nos dijo – Mi viejo dice que aquí hubo una batalla con los chilenos y todos casi al unísono preguntamos ¿Y quien ganó? - Mi viejo que ha sido soldado me contó que aquí los chilenos nos sacaron la mierda.

Mientras ocurrian una serie de sucesos previos en que el joven Gregorio Olazábal se envolvía,  antes de participar como combatiente por la patria, el provinciano Eleuterio Gómez ya estaba luchando en el Morro de Arica junto con el Coronel Francisco Bolognesi, héroe de dicha batalla. El novel soldado Gómez sobrevivió para contarlo y pudo escapar antes de ser capturado, salvándose por un pelo de ser fusilado.
Gregorio “Goyo” Olazábal era uno de los muchos jóvenes pertenecientes a la clase acomodada de Lima cuyos padres pretendían alejarlos de la guerra enviándolos a Europa o América. Quizás fueron muchos los que partieron con ese rumbo, como también fueron otros tantos que imbuidos en ese fervor patriótico del momento, optaron por quedarse y tomar las armas aun sabiendo que era una causa perdida.
El joven Gregorio optó por quedarse causando mucho dolor a su familia y especialmente a la novia. Su padre, reputado y distinguidísimo medico era el Supervisor General de los Hospitales de Lima que se preparaba para recibir los heridos en la defensa de la capital. Dado el cargo que ostentaba tuvo que pasar durísimas experiencias durante la ocupación lidiando con el enemigo y con el mismo Patricio Lynch quien dirigía al ejército invasor.

- Vamos – dijo Rafael, que era el Sargento Saunders el mayor de todos, doce años y estaba en primero de secundaria – vamos hasta la cumbre.
Entonces me puse de pie mirando siempre a la bota con la boca abierta y pensé que así habría muerto el soldado, con un grito ahogado.
Conté como unos treinta huecos o trincheras en la subida al cerro La Estrella todas ellas iguales, llenas de lo mismo que encontramos en la primera, seguía distraído con mi palo de escoba en la mano, que era mi metralla. Di unos pasos lentos tratando de seguir contando cuando Rafael me jaló del hombro y caímos a una de las trincheras – él siguió gritando a los demás – ¡ al suelo, al suelo que los nazis están bombardeando!
Entonces le pregunté – hey sargento ¿Son los nazis o lo chilenos? Uy chucha verdad, si son los chilenos de mierda.
¡Vamos soldados, todos adelante, vamos hasta la punta del cerro ahí están los chilenos!
Al llegar a la cima disparamos con todo lo que teníamos, balas y granadas y también peleamos con las bayonetas ¡¡pum, pak, trak, fua, zas.....!! - ¡La metralleta, la metralleta tatatatatata!
El autor nos sumerge en las aventuras de estos dos muchachos provenientes de diferentes clases sociales y origen, describiendo sus amoríos y peripecias, recorriendo, descubriendo sus virtudes y defectos, triunfos y fracasos.
Ambos luego de correrías y abriéndose paso por caminos distintos llegan a coincidir en una trinchera, agazapados en la oscuridad, oliendo a pólvora, están allí luchando por sus vidas con un enemigo en ciernes inmensamente superior, son soldados, son amigos,  están manchados de sangre, sangre de hermanos.
La novela describe el estado social de la época, los intereses de clase y el escenario político de ese momento y el divisionismo entre los peruanos. La ignorancia de muchos, que llegaban al extremo de preguntar quién era ese general llamado Chile. La falta de identificación como Nación, un país desordenado por el caudillismo de los militares. El papel de muchas autoridades que querían dar por terminada la invasión a como dé lugar y el heroísmo de otros que deseaban vender cara la derrota como coronel Andrés Avelino Cáceres, héroe de la resistencia peruana.
Estamos cinco parados frente al sargento Saunders, los otros dos están atrás cuidando la retaguardia.
Luis que es Kaje dice – sargento, no hay ningún enemigo a la redonda matamos a todos y no hay prisioneros.
Luis era el que más realismo le daba a su vestimenta, su padre le había hecho de madera una suerte de metralla, como decíamos nosotros: bien bacán. Usaba el mejor casco, se traía ceniza en una bolsita y se lo echaba por la barbilla como si fuera la barba crecida, además de un fósforo que fungía de cigarrillo, tenía como yo, ocho años de edad.
¡Aguanten, aguanten! ya no puedo ser el sargento Saunders, estamos peleando contra los malditos chilenos. –
¿Cuál va a ser tu nombre Rafa? - preguntó David, el más pequeñín, tenia siempre moco pegado en su nariz, ahora moco con arena que le caía como un bigotito, era el único que siempre llevaba puestos sus zapatos, no resistía la arena caliente, los demás estábamos descalzos.
- Ya esperen, esperen, a ver, a ver. Caminaba y miraba al cielo como si quisiera recordar algo, igualito que en la escuela cuando nos preguntaban en los exámenes orales y uno no sabía que contestar.
- Ya, soy Bolognesi, el coronel Bolognesi, no, no, nooo puta él murió en el morro.
- Esta bien Rafa este es un cerro como un morro, aquí es – dijo uno
- No huevón él murió en otro morro, en el de Arica.
¡Ya me acordé, ya me acordé voy a ser el coronel Cáceres!
- Vamos división síganme todos en una sola fila y pisen en mis huellas, así engañaremos al enemigo, una sola huella.
Así regresábamos a casa, bajando por el cerro la Estrella algunos años después invadido, sus pobladores lo llamaron el pueblo joven “Catala” no sé porque del nombre, pero lo que sé es que nadie enterró a esos huesos que nosotros vimos, las balas, los trozos de tela descoloridos ni a las botas que se quedaron con las suelas abiertas con ese grito callado que se perdió en el desierto, no hubo rabonas en esta batalla.
Nosotros continuamos bajando a  nuestro barrio de Las Delicias de Villa, regresábamos a casa todos en una sola fila como lo había dicho el coronel Cáceres.

Mil novecientos cinco se va a dar inicio a la ceremonia de la inauguración de la Plaza Bolognesi, está el Presidente de la Republica y sus invitados, hay muchísima gente observando tan magno evento. Uno de los asistentes es el general Roque Sáenz Peña, argentino, sobreviviente del morro de Arica donde peleó cuando era un joven oficial al lado del Coronel Bolognesi y el otro es nada menos que el mismísimo general Andrés Avelino Cáceres.
Entre el público que rodean la plaza esta uno de los muchachos, un maduro Eleuterio Gómez y con un niño a su lado miran la ceremonia. Él observa emocionado y orgulloso de haber peleado a lado de esos hombres, tal vez esté recordando algunas imágenes de ese pasado, quizás eche de menos al amigo de sus aventuras, aquel otro joven que el destino no le dio la oportunidad de sobrevivir y contarlo.

1 comentario:

El Amauta dijo...

Excelente reseña, pero a veces como que parece que se repite en el Perú de hoy, las clases sociales menos comprometidas (con algunas excepciones) y el gobierno que no hace nada por la grandeza de nuestra Patria.

Popular post