Lima en los
apabullantes noventas era una década en la que el terrorismo estaba llegando a su
fin. Vivíamos aún en la dictadura y atrás
quedaban los recuerdos de los apagones y bombas. Pero, pese a estos peligros,
la muchachada podía sacarle la vuelta a esta trágica situación y en cada apagón
que hubo esta se podía convertir en la prolongación
de una fiesta. El pais estaba cambiando y cierta tranquilidad comenzaba a imperar. En la empresa, nuestro sistema de trabajo también había cambiado, ya no existía
el enorme pizarrón, ni las tarjetas de reservas, la verde y amarilla. Estábamos
integrados a un moderno sistema de
reservaciones computarizado, de los llamados GDS (Global Distribution System) Que bonito suena en inglés ¿Verdad?
Era una
tarde muy soleada de verano y me di cuenta que el personal no había regresado
de almorzar. Decidí entonces ir al lugar donde supuestamente se encontraban. Crucé
la avenida Wilson, llena de autos y microbuses que hacían un ruido
ensordecedor. El restaurante estaba a dos cuadras de nuestro centro de trabajo
y paralelo a la avenida. Ya cerca podia escuchar las voces de nuestra gente entre
la chacota y risas. Entré.
- Pasa tocayo, siéntate hermano, ¡hey una
chela para el hombre!
- Tocayo no
gracias tocayo, solo he venido para……
- Ya pues
hermano no me digas que te quieres llevar a la gente si recién estamos
empezando.
Juro que
iba con la mejor intención de recoger a los compañeros y compañeras (ya parezco
del partido) y regresar a la chamba porque el refrigerio que teníamos era de
cuarenta y cinco minutos y la gentita ya estaba algo más de una hora y no
regresaba. Mi tocayo insistente me decía que la estaban pasando bien y que
dejara que la muchachada terminara su cevichito, pero yo le decía que ya se
había pasado la hora del combo. Mi tocayo otra vez me decía que el problema era
que hacía mucho calor y lo que yo necesitaba era una chela que él invitaba. En
fin, al final terminábamos todos sentados con una fuente de ceviche, una de
jalea y algunas chelas prolongando la sobremesa más allá de lo debido.
Algunas
veces lográbamos salir antes de marcar tarjeta cuidándonos de no hacer mucho
roche con el turrón que llevábamos. Era pues mi tocayo de apellido Bocanegra
Poblet, a la sazón, propietario y además excelente, respetuoso y carismático anfitrión
de la cevichería más famosa y original
de todas las que conocimos.
¿Porque?
¡Uf! Hay muchas razones, pero básicamente porque fue el lugar obligado de lo
muchachada de Reservaciones en aquella época de los noventas. Cumpleaños,
aniversarios, bautizo de algún nuevo empleado, todos los feriados del almanaque
y el aniversario del perro, loro o del gato de la vecina, todo era un buen
motivo para celebrar, ¿Dónde? En el PESCADITO pues compadre, donde más y está
aquícito nomás. Era imposible decir que íbamos a almorzar en el tiempo
permitido, porque el asunto era que siempre se terminaba con algunas chapas
demás. Fue pues el pescadito el escenario donde las diferencia se zanjaban con
unos cuantos tragos que hacía más permeable la reconciliación, para ejemplo,
las tantísimas veces que coincidían Reservas y Control a olvidarse de sus
rozamientos y desencuentros laborales con unas fuentes de seviche, jalea y
parihuela o su riquísimo sudado, acompañado como no, de las infaltables chelas
al polo que mi tocayo las colocaba en las mesas sin necesidad de pedírselas. Un
año nuevo estuvo casi toda la oficina de Reservaciones en su integridad dentro
del Pescadito, mi tocayo cerró la puerta y armamos la fiesta con música y todo.
¿Anécdotas? como cancha, muchísimas.
Pero oigan…
¿Se acordará alguien del Pescadito? A ver que levanten la mano.
PD: Mi
tocayo un buen día vendió El Pescadito con el dolor de su alma, me dijo que cambiaría
de rubro porque aunque la cebichería iba bien, la parranda era muy seguida. Ingresó
al negocio del marketing televisivo y fue uno de los pioneros en este negocio
con muchísimo éxito. Pocos lo reconocieron a pesar que salía diariamente en
televisión, el terno formal y la corbata lo transformó, no era el flaco y
desenfadado muchacho de vestir casual que conocimos. Donde te encuentres
querido tocayo recibe un gran abrazo de nuestra generación. Hiciste inolvidable
la Cevichería El Pescadito.
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