Caballo Viejo



Por: Néstor Rubén Taype

Don Jairo era más bien un setentón de contextura gruesa, alto, lucia  muy saludable pese a su edad y aunque se notaba que el cabello no lo había abandonado totalmente, en la peluquería optaba por la rapada total.  Disciplinadamente llegaba muy temprano al lugar de su trabajo, una empresa en los suburbios de Nueva Jersey.  Siempre estaba allí media hora antes, de pie en su puesto de empacador. Era un excelente trabajador muy comprometido con su labor y trataba de brindar un buen desempeño sin escatimar esfuerzo. Muy querido, tenía varias señoronas que ente broma y broma lo celaban jocosamente, mandándose indirectas de quien era la beneficiada de su preferencia. Como buen viejo era muy conservador en la relación  con sus compañeros y algo renegón cuando solían hacerle preguntas muy personales como si tenía nietos, de que país era o cual era su edad. Pero Don Jairo tenía una debilidad, el hombre rudo que a pesar de sus años era muy rápido cuando se trataba de paquear un orden urgente; no podía evitar los sentimientos que le provocaba  una dama que lo hacía sentir como un adolescente. Rosaura era la culpable que aquel varón no pudiera siquiera disimular el tremendo remezón que le provocaba cada vez que ella se acercaba a saludarlo por las mañanas, y su paso durante el día a recoger las ordenes de trabajo. Ella era una mujer nacida allá por los mares del caribe, buenamoza y otoñal mujer. Alegre, con algunas libras como  cuota adicional que denotaba en ella  una voluptuosidad agradable a los ojos masculinos, todo lo de ella era voluminoso y perturbador. Salerosa como buena caribeña, bastaba un  chin de música para que su cuerpo se pusiera en movimiento y los contorneos comenzaran por una salsa, bachata o un rock de los setenta.

Era pues esta mujer la causante de despertar los impulsos masculinos más profundos propios de un acérrimo y fiel enamorado como don Jairo. Lo paradójico era lo inútil que resultaba para él  evitar piropearla o soltarle las flores más coloridas de su verbo cada vez que ella se acercaba.  Muchas veces sin interesarle si ella lo escuchara o no, pues podía pasar muy rápido sin haberle prestado mayor atención. Para  él  lo más importante era lo que  decía de corazón y quizás escucharse así mismo; de haber adornado con sus propios  suspiros justificadamente a su amada. Rosaura divorciada tres veces, disfrutaba de su vida de soltera y sin hijos. Autoproclamada de contar con un carácter nada fácil, decía en sus conversaciones coloquiales que no le importaba que la jodan, pero para joder, era ella  sin duda, buenísima y echaba a reír a carcajadas. Sin embargo no era ajena a los galanteos del hombre maduro, y se preguntaba porque la escogió a ella y no a otras. En contraste, don Jairo tenía amistad con una hondureña, que no guardaba ninguna afinidad con la boricua, es más, se diría que se odiaban. El problema para don Jairo se suscitaba cuando ambas coincidían en su área, como era costumbre la que llegaba primero, así sea por un paso, era la que se quedaba. Sin embargo a pesar de tener una fuerte y seria amistad con la hondureña, su relación era de totalmente opuesta a la de la boricua. Jamás le decía ni por cortesía alguna frase agradable, que no pasara de “bruja” y ella de “viejo desmemoriado”. Así paso el tiempo, con el amor platónico y desbordante hacia la boricua y la amistad inefable de “yo te quiero” “yo tampoco” con la hondureña. Un buen día don Jairo sufrió un desmayo en el trabajo producto de un infarto. Fue llevado de emergencia al hospital de la ciudad, su caso estaba en observación, se temía una parálisis parcial de su cuerpo. Don Jairo inconsciente de pronto se vio en su sueño totalmente sano, estaba en la ventana de un hotel  observando el hermoso paisaje del mar. Detrás de él estaba la cómoda cama testigo del encuentro con su amada. Los recuerdos de aquella noche habían sido inolvidables, mágicos como el sueño cumplido de un adolescente. El abrazo de ella como cuando lo hacía muchas veces para saludarlo en aquel warehouse se repetía, pero,  esta vez era total, eterno, y los unió como dos ríos en  un solo caudal; y el viejo bramó como un lobo cuando las aguas desembocaron en el aquel inmenso mar. Sumido en aquellos gratos recuerdos miraba fijamente a una lancha solitaria en aquella playa, de pronto sintió las manos de  ella  sobre sus hombros  que lo acariciaba suavemente. Él inmediatamente tomó las suyas y escuchó – ¿cómo te sientes? -  Don Jairo despertó, abrió lentamente los ojos y la visión no era clara, poco a poco se fue despejando y aquella figura borrosa  frente él comenzó a tomar forma, era sin duda Rosaura.
No había playa alguna, era un cuarto en que el  color blanco predominaba. Había varias personas conocidas a su alrededor  que le regalaban sonrisas y gestos amigables,  pudo distinguir en la pared un cuadro con el rostro de una enfermera que colocando su dedo índice frente a sus labios  hacia el gesto de hacer silencio y recordaba haber visto uno de niño en su país natal.  De pronto escuchó la voz nuevamente - ¿Cómo se siente don Jairo?  - la inigualable voz de ella, la del sueño, la de su amada Rosaura. Ella prosiguió – Estábamos muy preocupados y asustados por su súbito desvanecimiento, ¿cómo se siente usted ahora? – Volvió a insistir - yo, feliz, muy feliz, ha sido maravilloso – dijo mientras trataba de enlazar bien las frases que soltaba con dificultad,  esbozando una mueca que trataba de ser una sonrisa. Todos se miraron extrañados por la respuesta. Para Rosaura nunca le fueron ajenos los latidos del afligido corazón de don Jairo hacia ella, y lo sobrellevaba con tolerancia. Al mirar los ojos de don Jaime allí acostado y relajado dándole una mirada mezcla de agradecimiento, adoración y malicia, Rosaura sintió una acorazonada y casi como una campanada llegó a sus pensamientos un susurro y se dijo – este viejo se soñó conmigo -.


Pueden leer:  
http://holaflorencio.blogspot.com/2017/11/al-mundial-nos-vamos-al-mundial.html

LA POESÍA DE HÉCTOR ROSAS PADILLA



                      
Por: Henry Sepúlveda Rojas
UN NUEVO ESTUDIO SOBRE LA POESÍA DE HÉCTOR ROSAS PADILLA 
La experiencia vital y la resistencia cultural de un poeta peruano en los E.U.A.
Héctor Rosas Padilla, que nació en el Perú, es un poeta con oficio de larga data y, sin embargo, parco en publicaciones. Sus poemas han circulado en su país en breviarios de muy limitado tiraje y solo con la aparición de la Internet accedieron a un público más amplio. En 2015 se publicó en un libro su primera colección poética, De repente, el poema, que permitió conocer de su autor el horizonte y las perspectivas de su trabajo, así como su estilo y las principales motivaciones de su escritura. Mucho antes, en 1982, el poeta había salido de su país para pasar a establecerse en California. Durante mucho tiempo estuvo sujeto a la dura vida de trabajo del migrante, al aprendizaje del idioma del país de su adopción y a los usos y costumbres de su nueva comunidad. Estas experiencias, sin embargo, no postergaron ni desecharon de su mente y de su corazón todo el bagaje vital acumulados en su adolescencia y juventud en la patria de su nacimiento, el Perú, el país de más antigua y vasta cultura de la América del Sur, cuna del imperio de los Incas, así como de las civilizaciones precolombinas de Chavín, Tiahuanaco, Mochica y muchas otras. Hacemos referencia de este aspecto de su país natal porque precisamente la nostalgia de la patria lejana, del hogar paterno, de la madre fallecida en la distancia es la principal motivación de su poética. Es un influjo muy poderoso, el cual a la vez se explica por los poderosos fundamentos de la cultura andina. El ser peruano o sudamericano, trasplantado al país del norte o cualquier otro por especiales circunstancias, no se allana pasivamente a su nuevo modus vivendi, sino que se aferra a su esencia nativa y proclama su identidad como un desafío a los mecanismos expresos o subliminales de la alienación. Respecto a esta nostalgia por su país, el poeta ha escrito: “Sin embargo, cuánto no daría por dar un par de vueltas / por sus jirones como una sombra furtiva / en busca de unos choclos sonrientes, / de un triste de guitarra / o de un emoliente.”
La contraparte de este conflicto del poeta-migrante es el amor; pero no aquel amor juvenil lleno de ilusiones y esperanzas, sino el amor angustiado del hombre adulto desdeñado por muchachas de lozana belleza pero frívolas y crueles. Este es el otro tema medular de los poemas de Héctor Rosas Padilla, convertido en metáfora de las ilusiones perdidas y de la persistente búsqueda de metas nunca alcanzadas. Quizá por esto mismo, en estos versos su emoción lírica alcanza los más altos  grados de intensidad:
Estoy seguro que te encontraré en algún
restaurante de comida rápida
o tal vez en el atrio de un cinema
esperando un cigarrillo o algo que se le parezca
Me bastará decirte "gorgeous day like you" para ganarme la
más
luminosa
de tus sonrisas y
algo más que una de tus mejillas
Y mientras buscamos el lugar más oculto me hablarás
del Terminator como del dios Marte y confundirás a Ginsberg
con una estrella del fútbol americano
Luego como si nada hubiera sucedido sobre la hierba (o en
alguno de los veinte y un cuartos que conocen tus gemidos)
te marcharás tranquilamente
no sin antes pedirme mi número telefónico
Y desde ese instante yo seré para tí un número telefónico más
en tu bolso
Los 26 poemas de este libro constituyen el apasionado testimonio de un migrante peruano en San Francisco. Es la nostalgia por la patria lejana, pero nunca perdida, y el diario  de sus días en un país extranjero. En sus momentos más sublimes el poeta recurre a la ironía y contempla su nueva vida en el primer mundo como un espejo de la vida en  Sodoma y Gomorra:


Adoré ídolos y cautive a vírgenes que dejaron de serlo 
en las orillas de arcilla del Mar Muerto.
Estuve en los templos que fueron sus prostíbulos de cada día.
Toqué la cítara en ciudades como éstas del siglo veintiuno
donde su hedor a corrupción me trae la memoria
de las últimas noches de Sodoma y Gomorra.
Fuera de la imaginación poética o en la vida real, Héctor Rosas Padilla es un personaje de variadas facetas. Egresado de la universidad de San Marcos, la más importante del Perú, ha ejercido profesionalmente como periodista y fotógrafo. Ha entrevistado a políticos como Raúl Castro y al presidente de nicaragüense Arnoldo Alemán, al productor musical Emilio Estefan, al guitarrista de rock Carlos Santana, etc. En 1970 fue distinguido en el concurso “El mejor reportaje” por el diario El Comercio de Lima. Su fotografía “The Weeding is Headache” fue premiada con el primer lugar por la The International Library of Photografy de Estados Unidos.
En el campo del ensayo periodístico, ha publicado La educación y los hispanos en los Estados Unidos de América, libro reeditado por la editorial Palibrio. 

Al mundial, nos vamos al mundial.



Por Néstor Rubén Taype

     -         ¡Goooool!!  ¡golazo!

-          ¿Papá, gol de quién?

-          Gol de Perú hijo.

-          ¿Y con quien está jugando?

-          Con Bulgaria.

Entonces mi hijo se acerca a la computadora y asoma su cabeza a lado mío y después de mirar lo que mostraba la pantalla sonríe.

-          Papá  no te pases  es el mundial del  70 de México, yo pensé que era un partido de ahorita.

-          Golazo de Cubillas hijo, con ese gol le volteamos el partido a los búlgaros, tráeme del frigidaire una chela más por favor.

Esta escena se repetiría varias veces y aunque el 2002 no clasificamos tampoco, yo me entretenía y aun me entusiasmaba con los goles de los mundiales del  70, 78 y 82; pero especialmente el de México.  Llegamos aquí a los Estados Unidos el 2000 con la familia cuando el mayor de mis hijos era un quinceañero y el otro apenas siete años. Solo al mayor llegué a llevarlo varias veces al estadio nacional cuando estábamos en Lima, para ver los partidos de Universitario de Deportes del cual  soy aun hincha de toda la vida.  No sé cuándo pero siempre fui de la U, desde mi barrio en la Urbanización Palomino. Los niños que éramos nos íbamos al campo de la U en el  Cercado de Lima, nos metíamos a su local porque era abierto, allí en las bancas estábamos cerquita a Calatayud, Ángel Uribe, Cruzado y Challe, que bacán era. Llegaría el 70 y la fiebre del mundial la conoceríamos en nuestra adolescencia. Le rogábamos a mi padre para que comprara el deseado televisor, pero mi viejo nada. Mi viejo ayacuchano, jamás había jugado futbol y no le llamaba la atención y  mi madre  metía su cuchara diciéndole que ya, que los chicos no son como tú y que comprara el televisor. Un buen día mi hermana se lo llevó de compras y  vinieron a la casa con el bendito televisor de 20 pulgadas.  Vivimos el mundial y cada gol de Perú todos los edificios retumbaban y salíamos a gritar en los parques. Después  el resto de los mundiales no tuvieron el impacto del primero, goleados por Argentina en el 78 y luego goleados por Polonia el 82, se cerró la etapa de las copas y lo demás solo fue frustración.


Para la clasificación del mundial 2002 aquí ya en tierras gringas la cosa era igual. Trabajaba de noche y al salir me encontraba con una mancha de peruanos  con banderas en sus espaldas  que se iban a los locales que pasaban los partidos de las eliminatorias. Al día siguiente me encontraba con muchos de ellos y les preguntaba como quedamos.

-          Hermanito, íbamos ganando (allí yo ya me imaginaba el final de historia) pucha que lo teníamos hecho a los colombianos, pero una falla, una fallita compadre y perdimos, pero estábamos bien, estábamos bien por la puta madre.

Esta historia se repetiría en las demás eliminatorias y decidí  no preguntar más sobre futbol y menos hablar del tema.  Para recordar futbol del bueno estaba Velásquez,  Challe y sus pases geniales, el doble salto de Chumpitaz, las paredes de Sotil y Cubillas.  Los piques de Baylón en la derecha y los amagues de Oblitas en la izquierda y sus golazos contra Chile; finalmente los “jales” y “enganchadas” con un dribling endiablado que hacia un jovencito de aquel entonces recién salido a la fama llamado Julio Cesar Uribe. Este era mi mundo, mi espacio tiempo histórico, detenido  y quería quedarme con este recuerdo. El tiempo pasó y el menor de mis hijos creció más que su padre y el mayor llegó a la adultez, ambos me veían en las horas de mi descanso sentado en la computadora y decían que su padre estaba: o con el diario La República o viendo el mundial del 70 gritando los goles de Cubillas. Llegó el 2010 y mis hijos ya estaban en todo el trance del mundial en África, y me decían que España había clasificado, yo, que se algo de futbol  a pesar de estar despegado más de una década, me causó tremenda sorpresa que los ibéricos habían clasificado y además eran favoritos. ¿Cuándo en mi época España fue potencia mundial en futbol?

-          Papá es que tú no ves la liga de España ni la UEFA Champion League.

La verdad que no veía nada de eso, pero escuchaba en el trabajo las broncas entre los hinchas de Barcelona y Atlético Madrid. Cuando me preguntaban mi opinión yo estaba en la calle y  los muchachos sorprendidos me preguntaban ¿Usted no ve los partidos de la liga?  Y yo, nada pues no veía nada de eso, seguía en los setentas, ochentas y muy contento. Entonces el mundial del  2010 me permitió actualizarme y comenzar  a ver futbol nuevamente. Mi  hijo mayor  me decía que dejara de ver los goles de Sotil, que ahora la selección peruana estaba dando que hablar y que estaba Pizarro, el “loco” Vargas y otros jugadores nuevos habían salido a la palestra. Mis últimos recuerdos del futbol lo tenía del último partido que fui con mi hijo al estadio nacional a ver Universitario versus Sport Boys, partido en la que empatamos  dos a dos, como siempre el cuadro rosado era la sombra de la U.  La estrella entonces era Roberto Martínez y también “Cuto Guadalupe”. Había terminado el primer tiempo y salimos a comprar algunas golosinas, mi hijo estaba con la chompa de la U, de pronto en el kiosko mientras esperábamos la atención, otro pequeñín vino por las espaldas nuestras y le metió una  patada a mi hijo y se fue corriendo. El mocoso llevaba una gorra rosada y estaba demás averiguar de qué equipo era. Mi hijo corrió detrás del  niño y yo atrás de él, tratando de que no se me pierda entre tanto gentío. No lo alcanzó y el chibolo se perdió entre la multitud. De la pura bronca de no alcanzarlo mi hijo lloró hasta cansarse; el estadio comenzaba a ser un lugar inseguro para ir en familia.


Comencé a ver los partidos de Europa y conocer a Ronaldo, Ronaldinho, Messi y una pléyade de jugadores latinos que brillaban en el viejo continente, pero para mí nadie aun como Pelé primero ni Maradona. Una novedad fue ver campeonar a España y ganarle nada menos que a Alemania en la final de la copa del 2010, era increíble que el fuerte equipo teutón perdiera ante una novel selección española.  Mientras tanto el Perú se preparaba para las eliminatorias del 2014 copa que se jugaría en Brasil. Las cosas tampoco marchaban bien y luego de casi obligado por mis hijos a ver la eliminatorias, la frustración se apoderaba de mí y terminaba requintando la mala hora en que me puse a ver jugar a mi país. Jugábamos bien y perdíamos como siempre, recordaba la frase inmortalizada por el locutor argentino Oscar Artacho  “Que bonito que está jugando Perú, que va perdiendo dos a cero” y recreada siempre que podía el cómico y gran imitador Néstor Quintero.  

Ya en el 2014 me declaré hincha del Real Madrid  y el portugués Ronaldo y comenzaba a disfrutar de los grandes encuentros contra su rival Barcelona de Messi y el Atlético Madrid del “Cholo” Simeone.  Participaba feliz de estos encuentros porque era una buena razón para estar juntos en familia, que buena parte de nuestro tiempo andábamos separados por los benditos horarios que tenemos cada uno de nosotros. Los fines de semana la copa europea era una buena razón y sigue siéndola para pasarla en familia, incluyendo mi esposa que sabe mejor que yo quienes son las estrellas del futbol actual. De pronto llegó la Copa América 2011, Markarian hizo una buena labor y quedamos terceros. Lastimosamente el coach uruguayo uso los “europeos” para continuar en las eliminatorias, quienes fueron bautizados por la prensa como “Los cuatro fantásticos”. Como era de esperarse otra vez quedamos fuera del mundial para el 2014. Después de tanta frustración llegó la era Gareca y una nueva chibolada comenzó a darnos esperanza, no completa, pero había juventud esperanzadora.  Ya estaba envuelto en el futbol nuevamente, ya había visto la copa europea, y disfrutado con los triunfos del Real Madrid y los espectaculares partidos del clásico futbol español y también de los demás equipos europeos en los finales de UEFA.  Pero, aun veíamos con poca fe a la selección.  Sorprendido veía que,  pese a las derrotas de nuestra selección, la hinchada llenaban los estadios en Lima cada vez que jugaban. José  un peruano que nos encontrábamos casi a diario en el tren para casa, era mi contemporáneo y también un frustrado de la selección. “No me hables compadre, no me digas que ahora crees que nos vamos a clasificar hermano, no sueñes”   y yo le decía – hay gente nueva, chicos que están respondiendo. Comencé a creer en el nuevo seleccionado sin Pizarro ni el “Loco” Vargas, que hicieron poco y estaban siempre dentro del equipo y que  Markarian nunca tuvo el valor de retirarlos.


-          Papá, ya deja de ver los mundiales pasados, ahora hay Guerrero, Farfán, Trauco, Rodríguez, en lugar de tu  Challe, Cubillas, Sotil y Chumpitaz. Vas a ver que si se puede y voy a disfrutar un mundial a mis treinta años, lo que tu tuviste a los quince.

-          Pero hijo, solo mira este video de Cueto, o si no te paso el video a tu fono, ese pata  era una maravilla. Y el moreno que hace los enganches de la bola como si lo tuviera amarrado, es Uribe, el mismo que lo imita JB en su programa, cuando fue entrenador.

Perú  comenzó a ser peligroso, Gareca hacia un excelente trabajo y los goles comenzaron a llegar, goles de pintura como los de Guerrero a Uruguay y Argentina. Pases fenomenales de Trauco y Yotun para Paolo y éste sacándose a sus marcadores para luego clavarle los goles a Muslera y “chiquito” Romero; goles que por formidables deberían valer por dos.  Pero, como dice un poema de García Lorca “pasadas las zarzamoras, los muros y los espinos” llegaría la hora del partido final  en el Estadio Nacional de Lima contra Nueva Zelanda. Ya no cabían críticas a lo pasado, ya no se podía retroceder ni para arreglar el problema de Paolo Guerrero, que fue el balde de agua fría que nos afectó a todos.  El tren de Secaucus Junction to Kingsland en Lyndhurst nos regresaba a casa del trabajo. José, nuestro amigo peruano otrora incrédulo de la selección como yo, no coincidimos en el vagón y él bajo primero. Me vio e hizo una seña que me esperaba arriba, en la salida de la estación.  Él me estaba esperando con los puños cerrados para saludarnos, yo hice lo mismo.

-          Dímelo hermano, dime que ganamos hoy.

-          ¿Ósea que ya crees en esta selección?

-          Puta cholo, mírame, estoy recontra nervioso, te juro que me  gustaría estar metido en mi cuarto y salir solo cuando metamos gol.

-          Ja, ja, no seas maricón, tienes que ver el partido porque hoy ganamos. Aquí no podemos gritar porque van a creer que estos dos tíos están locos, pero suave nomas – arriba Perú carajo.

-          Si, arriba Perú carajo. Nos vemos.


Mi hijo mayor  había comprado las chompas de la selección,  todos estábamos uniformados y habíamos decidido verlo en casa.  El menor trabaja en la noche y había hecho todos los arreglos para estar a la hora del partido. Toda la familia cantó el himno nacional como si estuviéramos en el estadio, los nervios nos consumían, afuera hacia un frio terrible para ser otoño, cuando de pronto sonó el timbre que nos avisaba que llegaba nuestro pedido de pizas y alitas picantes. Nuevamente al partido y saltamos de nuestros asientos en el taponazo de Advíncula que dio en el travesaño, ¡uf!  Minutos después gol de Farfán, golazo. Otra vez la pintura de Trauco, el pase  y la parada de pecho de Cuevita quien se bailó al gigante de Nueva Zelanda, para finalmente dar el pase del desprecio a la “Foquita” y de allí un furibundo taponazo y gol, gol, gol, ¡gooooool¡ en la narración de Peredo en Cable Mágico. En el segundo tiempo gol de la “sombra” Ramos y el pitazo final. Gritamos hasta mas no poder todos emocionados, pero más emocionados mis hijos con el sueño cumplido de ver un mundial.  Mis hijos me decían – al mundial con esta gente joven papá gente nueva  olvídate del  70, esta es una nueva historia.

Si es una nueva historia, es cierto. En lugar de Chumpi está el “mudo” Rodríguez,  en lugar de Chale esta Trauco o Yotún,  y de Oblitas, quizás no con el mismo pie (porque la verdad nadie como el “ciego”) podría ser Carrillo y allí sucesivamente. Pero igual dentro de toda la emoción de habernos clasificado pienso que guardare los mejores recuerdos de los goles de Cubillas, del zurdo Cueto de las gambetas de Uribe y de las atajadas del “Loco” Quiroga. Me olvidare de los viejos narradores deportivos de mi niñez y adolescencia como  Oscar Artacho  y sus típicos saludos “Buenas tardes tengan toditititos ustedes”  A Pocho Rospigliosi y sus comerciales radiales en plena narración - directo desde el campo de futbol - Chocherita Sandoval que pasó que pisó    Pisopak  Pocho.  Y el director de Ovación  seguía con sus diálogos – Adelante Juan Iglesias, dígame ¿cuál es la pila?  Rayovac  es la pila Pocho.  – Y con quien nos jaranearemos hoy – con el último long play de Sono Radio Pocho, que presenta a Lucha Reyes y su último  éxito  musical “Regresa” de Augusto Polo Campos  - .  La clasificación peruana fue una historia de amor entre la selección y los hinchas con un final feliz.  Se escribe una nueva historia y le digo a mis hijos que después de treinta años ellos también le comentaran a mis nietos  de Guerrero,  Farfán y Cuevita, como yo les contaba de mis ídolos. ¡Arriba Perú carajo!


"Cuando el chivo es chiquito...."




Por: Néstor Rubén Taype

La primera vez que sabría lo que era un homosexual  (hoy les decimos Gay)  fue en el famoso “bussing” nombrecito con el que conocíamos a los buses de la municipalidad de Lima a finales de los sesentas. Tendríamos unos doce años y estaba muy cómodo sentado en la parte trasera del ómnibus.  De pronto me di cuenta que el fulano, un tipo joven, que estaba a mi lado leyendo su periódico, había pasado su mano hacia mis muslos disimuladamente cubriéndose con el diario y comenzó sobarme, inmediatamente me alejé casi pegando un salto. Lo quedé mirando algo sorprendido y él  sin inmutarse continúo con su lectura.  Estas experiencias se repetirían en diferentes años posteriores en diversos escenarios. Llegando a casa le conté a mi madre lo sucedido y ella pacientemente me explicó cuál había sido la situación por la que había pasado. Como buena Adventista del Séptimo Día, me dijo que el pecado crecería como Sodoma y Gomorra, tal como lo detalla la biblia. Así fue como me enteré de alguna manera  cual era la vida de estos tipos pecadores, como decía mi madre, que habían caído en la tentación de gustarle sus pares.  Recuerdo que en el segundo de secundaria, en una  Gran Unidad  Escolar de Chorrillos, uno tenía que defenderse de los “abusivos” los grandotes y matones que te pegaban o te quitaban los sánguches  que llevabas o comprabas. Igualmente de los que pretendían manosearte y convertirte en su “punto” La lucha era cuestión de vida o muerte, no te podías quedar ni de a vainas.  Entonces aparece la figura de Cesítar, quien en principio no llamaba la atención en el salón de clase. Sin embargo ya se corría la voz que ese “flaquito” desgarbado y paliducho era “cabrito”, que en el baño se “ganaba” y había hecho suficiente “roche” para que lo pillaran “zapeando” los pajaritos de los demás.

Cesítar era efectivamente muy delgado y pálido. De ojos redondos y una nariz de águila prominente que le producía una voz nasal inconfundible; cabello muy negro y lacio, absolutamente lacio.  Ya había recibido amenazas de la mancha de malogrados que flagelaban a los “mariconcitos”

Un buen día casi terminando el recreo, algunos alumnos nos habíamos quedado en el salón “chancando” para un examen, cuando de pronto entró Cesítar corriendo, se detuvo de espaldas a la enorme pizarra del salón y se quedó estático, respirando con fuerza y agitado.  De pronto entró una mancha de  muchachos y uno de ellos le gritó – ya cabrito como quieres en mancha o uno por uno –  éste tenía la cara de espanto, sin embargo le salió esa irreverencia que lo caracterizaría después, esa concha con la que manejó el asunto. Cambiando su semblante muy relajado y mostrando una cínica sonrisa no sin cierto coqueteo les dijo – uno por uno mi amor, uno por uno-

Lo que provocó fue una risotada total de los guaraperos que se le venían encima, pero, en ese instante sonó el timbre que anunciaba el término del recreo. Uno de sus perseguidores se le acercó y le dijo – así que eres payasito cabro conchatumadre –  por unos segundos junto a dos más, lo manosearon, sin embargo no faltó el rodillazo y un certero puñetazo propinado en su desproporcionada nariz.

Minutos después apareció el brigadier de turno, quien ayudó a levantarse a Cesítar.

-                                   Ya ves lo que te pasa por ser cabrito.

Al salir del salón, muy apresurado lo siguió el “bola”, chapa que tenía un alumno rubio, de cabello ensortijado,  con pinta de Paul Newman,  al  que Cesítar pretendía que fuera más que su amigo.

-                                   ¿Te siente bien?  - Preguntó.

-              Que me preguntas oye, si ni siquiera me has defendido, tremendo mariconaso que eres. 

Lentamente bajaron las escaleras rumbo al botiquín del colegio, donde una de las secretarias hacía de enfermera en casos de urgencia.

Conforme transcurrían los años en la escuela Cesítar comenzaba a ser aceptado tal y cual era. Si iba al quiosco, en el recreo, a comprar la gaseosas, le daban espacio  inclusive si había cola - las damas primero -  Él entraba muy complacido y luego se retiraba agradeciendo con su frase – los quiero chicos, son un amor-  Era indudablemente el cabro del salón y del colegio; habían otros medios camuflados y solapas pero no uno convicto y confeso como él.

En el 74 comenzamos a trabajar en el centro de Lima, exactamente en la Plaza San Martin, era uno de los edificios circundantes y que nos daba vista directa a toda la Plaza. Veríamos entonces a los primeros “próceres” desfachatados y atrevidos jovencitos amanerados que se aventuraban a cruzar la Plaza, pese a que, si eran vistos por algunos facinerosos, les caía de todo. Ciertamente los agresores no eran necesariamente atracadores o choros de esa zona, después de las siete de la noche, los que le podían pegar a un cabro era cualquier empleado  que frecuentara la zona, mayormente cuando estaban embriagados.

La Plaza San Martin era el escenario ideal para estos jóvenes incomprendidos. ¿Por qué en el monumento al libertador? Acaso precisamente por este adjetivo quizás tendría algún significado para ellos. El asunto fue que en  la Plaza y sus alrededores se dieron los mejores espectáculos de broncas y escándalos con estos “chicos” que pese al maltrato recibido, nunca dejaron de frecuentarlo. Los lustrabotas y ambulantes también le daban sus chiquitas, entre bromas.

-                                   Ya mariquita, te lustro tus tabas por un alce.

-                                   Cállate oye, no te he pedido nada tarado.

-                                   Ya pe’, si quieres te cepillo el culo gratis.

En aquellos destemplados y  efervescentes  años setentas era cotidiano que los bares de la zona y calles circundantes de la Plaza, fueran “invadidos” por estos chicos. Entraban sigilosamente haciendo las señas respectivas  para que algún parroquiano responda. Usualmente el lugar más inmediato era el baño y allí aterrizaban con sus mutuos deseos. Había que tener cuidado en ir a los servicios higiénicos, cuando ellos rondaban los bares, a veces uno sin querer queriendo, se ganaba con el espectáculo.   Una vez estábamos sentados un grupo de compañeros de trabajo libando unos tragos, cuando de pronto se acercaron, así, irreverentemente dos tipos que no eran precisamente chiquillos. Sorprendidos nos miramos esperando que hacer. Uno de los visitantes conchudamente pidió al mozo un par de vasos y dijo – Chicos, nos hemos acercado a su mesa porque jamás habíamos estado  tan  cerca a Elvis  Presley – Y luego mirándolo fijamente al flaco, supuestamente el clon de Elvis le dijo – Ay muchacho eres un sueño – El flaco tomando su vaso lleno de cerveza, lo dejó caer sobre las piernas del impertinente invasor,  agregándole – - mira cabrazo, no me gustan los que se orinan, sino te vas ya mismo, te voy a romper todos tus huesitos y de paso el culo, pero a patadas. Sonriendo y diciendo, aburridos, creídos, y malcriados, se retiraron.

Adolescente, asistía a una iglesia protestante en el Callao y tenía que soportar cuatro horas que duraba la ceremonia. Primero  los canticos, luego el primer servicio y los estudios bíblicos y finalmente el segundo servicio para el sermón del pastor.  A la salida o a veces a la entrada siempre estaba un hermano quien tenía el título de “anciano” un cargo simbólico de autoridad en esta Iglesia. El asunto es que este señor ya cuarentón y solterón cuando me saludaba lo hacía con tanta efusividad que sus abrazos duraban más de lo normal, causándome incomodidad. Conforme lo iba tratando y conociendo, me di cuenta lo que seguramente muchos de sus hermanos de religión no se percataban, el tipo era  homosexual. Le dije a mi madre que me parecía “eso” y que no quería  saludarlo. Como era de esperar, mi madre dijo que eso era imposible, porque él era un hombre de fe consagrado al señor. Ya tenía algo de “calle” y sabia de las intenciones de este tipo, así que lo saludaba cada sábado dándole la mano muy atento, pero, con el espacio respectivo y haciendo una venia, evitando así cualquier acercamiento súbito. Un tiempo después se construyó un nuevo templo muy cerca de casa y allí asistíamos.  Pasarían  aproximadamente diez años desde que dejamos de saber de este señor , cuando un buen día mi hermana, que iba de vez en cuando a la antigua Iglesia, nos dio la noticia que el susodicho hermano, había sido suspendido de la feligresía  por tocamientos indebidos a un jovencito de la congregación y este lo había denunciado al pastor. Mi madre recién reconoció el real problema del hermano religioso y dijo que había caído en la tentación y que oraría por él. Seis meses después y luego de pedir perdón a la congregación a través de la Junta de Iglesia, el referido hermano fue restituido y aceptado nuevamente como miembro formal de esta comunidad religiosa. 

Durante el recreo ya en cuarto año de secundaria, Cesítar ya era un adolecente y cabrito, pero que se hacía respetar. Cuando era acosado y violentado, corría  al brigadier, auxiliar o la dirección para defenderse. Tenía sus minutos de soledad con su cuaderno que era una suerte de diario o “slam” como se llamaba en esa época. Luego venia juntarse con nuestro grupo a conversar. Era educado y soñaba con ser peinador. En ese tiempo era un oficio de mujeres y nosotros nos mirábamos y le decíamos – puta que maricón eres para escoger esa cosa para trabajar. Otro alumno le decía – esa chamba es de mi hermana, es trabajo de “germas” nadie te va a contratar. Pero él  seguía contando sus sueños.

-                                   Cesítar, una pregunta qué te puede llegar cuando postules a la universidad, en serio,  haber responde. ¿Porque chucha eres cabro?   Todos explotaron en risas y empujones

Que pregunta más pendeja, te pasaste huevón. Pero Cesítar, cagándose de risa y poniéndose las manos en la cintura y en una pose muy femenina respondió

-                                   Mira hijito, no me respetas. Yo soy así porque  nosotros somos el futuro del mundo, un día vamos a gobernar este perro mundo y con ustedes adentro.

-                                   Yo soy como soy, solo que nací en el cuerpo equivocado, en un mundo equivocado, en el tiempo y lugar equivocado, y unos  unos estúpidos equivocados como ustedes.
Después de unos segundos de silencio le cayó un, apanado con un par de puñetes en el hombro, con el nudillo del dedo anular, al estilo de “habito moradito con su cordoncito blanquito” muy de moda en ese entonces. Sin embargo siempre tratábamos de “curarlo” invitándolo a ir a ver a las chibolas del colegio de mujeres que estaba al ladito nomas del nuestro y que era ley tener su gila allí, era la tradición. Pero él, nada que ver, decía que asco, me ofenden, porque no vamos mejor a ver chicos aquí al Pedro Ruiz Gallo, me gustan los militares.  Lo dejábamos y partíamos al Silva de Ochoa, teníamos unas amigas que nos habían pedido ayudarlas en literatura, que era en realidad solo un pretexto para salir con ellas al malecón y de allí al parque a planear. 

Martina me llamó muy desconsolada, acababa de pelear con su enamorado. Ella trabajaba para una agencia de viajes, cuyo dueño era un cincuentón y solterón. Las malas lenguas decían que era “del otro equipo” ósea, le sudaba la espalda y tantísimos adjetivos y calificativos de nuestra inacabable jerga. Alguna vez lo conocí cuando vino a la aerolínea donde trabaja y tuvimos una reunión con nuestro gerente. El tipo se manejaba una finura en su trato como si fuera un diplomático y recuerdo muy claro lo reverente que era al saludar. No tenía un atisbo de amaneramiento o algún detalle  femenino que pudiera prestarse para sospechar su homosexualismo. Claro eso contrastaba con el duro e inclemente análisis que con desparpajo hacia el mensajero de su agencia: el viejo, ese es un  reverendo cabrazo.

Fuimos al Branza, una pollería en que se degustaba uno riquísimos pollos a la brasa, cuando nadie adivinaba que muchas décadas después habría el boom de la comida peruana. Se encontraba en la Colmena, circundante a la Plaza San Martin. Tomamos asiento y luego de hacer el pedido formal al atento mozo,  comenzaría el casi monólogo de Martina.

Porque no pides un vino, me dijo. Recordaba entonces uno algo dulzón que gustaba mucho a las muchachas, Santa Magdalena de un grupo italiano muy conocido en el medio. Martina soy todo oídos, cuéntamelo todo. Mira - me dijo - tuvimos una reunión que por lo visto no fuiste. Comenzó con su dramática historia sobre su enamorado. Tenían ya como tres meses de estar juntos, pero en las últimas semanas él evitaba verla.  Juan Alberto, a quien conocíamos como “Juanito”, trabajaba para una prestigiosa agencia de viajes de la época, se encargaba del transporte que brindaba los buses de la agencia. Juanito había comenzado a evitarla sin mayor explicación. 
En la reunión – me contaba Martina - estaba con Kluver, amigo de Juanito, estábamos tomando unos tragos y le estaba comentando mi relación y los problemas que tenía. Hablamos y hablamos, ósea tú sabes, estaba hecha una lora y él solo me escuchaba. De pronto poniendo su mano sobre la mía me dijo que sabía el inconveniente que tenía Juanito conmigo. El relato se vio interrumpido por la llegada del mozo con los dos cuartos de pollo,  sus crocantes papas fritas y  ensalada. – Ya mismo regreso con el vino jovencito.

Hicimos un brindis por nuestra corta amistad y por la relación de aerolínea-agencia de viajes y otras frases ceremoniosas, que luego nos provocó tremenda risa. Mientras disfrutábamos la comida y entre cada pausa al comer, Martina prosiguió con el desenlace de la relación con el susodicho. Luego de varias copas de Pisco Sour en el bar del hotel, le había dicho a Kluver que no entendía la verdadera razón por la cual él  daba siempre excusas para no verla, salvo tres o cuatro encuentros amorosos, de puras planeadas , se alejó.  Incluyendo la vez que en su casa, solos, después de los típicos besos, las cosas se encendieron demás y ella estaba dispuesta para el siguiente paso pero, incompresiblemente él se fue. Lo que imaginaba ella era que él no la quería y esperaba que se imponga la sinceridad. Fue entonces en que Kluver le dijo que eso se acabaría ya mismo. La tomó de la mano y le dijo que iban a ir en busca de Juanito, que estaba en el Stand de su agencia.

- No sé cómo lo sacó de su asiento y regresamos a la barra, le dijo que íbamos a hacer un brindis por el reencuentro. Juanito se le veía incómodo y me rehuía la vista. Con desgano tomo su copa y dijo salud -  Fue allí que Kluver  le dijo – Vamos Juanito dile la verdad a Martina, porque no la quieres ver. 

-                                   Tú no te metas, es una cuestión de dos, yo sabré cuando.

-                                   Vamos Juanito hablas tu o hablo yo.

-                                   Sorry Martina, estoy en otra relación, y bueno, lo nuestro no debió pasar.
Como puedes imaginarte yo estaba muda, solo atine a mirarlos, Kluver, siempre tan lindo y delicado, se veía resuelto a aclarar un asunto que yo no imaginaba. Entonces llegaría la hora de la verdad, le dijo a Juanito que no tenía el valor de decirme que la otra  relación era con un fulano,  y no una “fulana”, que era esa la verdadera razón  de no querer verme.   Martina todavía lo quería y luego  de contarme su historia,  emocionada se le soltaron algunas lágrimas, le costaba aceptar el homosexualismo de Juanito.
Terminada la cena y para hacerle pasar la mala experiencia nos fuimos a una discoteca en Miraflores, Las Rocas (de moda en los 70s) Unos tragos más y estábamos para más, lo ideal hubiera sido un hotel, pero ni modo, una propina al mozo para que se demore y no se asome un buen rato. Salimos y no contaba que ella vivía en La Molina, la desolada Molina de aquel entonces. Un taxi carísimo, pero, caballero nomas, a dejarla en su casita tocando la puerta y cortésmente presentarme donde su mamita, aquí está su hijita sana y salva, pero algo tomadita. 

A Leo lo conocimos en Iquitos en los ochentas, era el gerente de un albergue turístico en este departamento del oriente. Muy atento nos recibió en uno de los primeros viajes que hacíamos allá. Leo era evidentemente un gay formal, no  ocultaba sus modales y tratos femeninos, era además joven y no pasaría de los treinta  años. Éramos un grupo del trabajo y otros agentes de viajes invitados por la agencia de Lima, que usaba los servicios de la operadora de Leo. Después de llegar al aeropuerto fuimos trasladados al hotel y de allí algunas horas después  al terminal de donde saldríamos rumbo al albergue ubicado en las orillas de un rio de nombre Nanay. Subidos al bote el ruido del motor anunciaba la partida y que gentilmente Leo nos decía que esta iba a durar dos horas río adentro. Ya en el albergue fuimos distribuidos a diferentes habitaciones. No había luz eléctrica, todo era muy rústico y se alumbraba a lamparines. Llegada la noche nos concentramos en la sala principal del albergue y por allí sacaron una guitarra. Algunos turistas americanos comenzaron a tocar música y todo se puso bacán. Leo nos propuso salir en lancha a los alrededores a ver la noche selvática. Fuimos un buen grupo y nos trepamos en un peque peque, que es una lancha planita, que parece que se va a hundir. Remamos y nos alejamos del lugar. Entramos a un recodo del rio y el agua estaba quieta, el reflejo de la luna en el agua era una copia fiel de lo que había arriba, un espejo natural. De pronto para sorpresa nuestra Leo se desnudó y se tiró al rio a nadar y haciendo señas para que lo sigamos. Nadie se movió,  solamente lo mirábamos. Veíamos las piruetas que hacia el calato de Leo. Oe tírate pe, - tas loco compadre, nica. ¿Tienes miedo?  ¿A quién, al chivito o al rio? – A los dos, sí me tiro al rio, también tengo que tirármelo a él,  y echamos a reír. Leo se insinuó a varios de nosotros sin mayor éxito. Visitó Lima muchas veces por motivos familiares y por trabajo, fue realmente un gran amigo con todos los que lo conocimos y un atento y finísimo anfitrión cuando  muchos de nosotros viajábamos con nuestras parejas a visitar su albergue. Unos años después recibimos  la invitación de su boda. La noticia nos tomó de sorpresa, las llamadas se dieron inmediatamente entre los que lo conocíamos. ¿Qué pasó, se arregló?  No jodas, algo debe estar mal – nada huevón, bien clarito dice la tarjeta, es con una hembrita.

El sol inclemente de Iquitos nos esperaba nuevamente, hubo una torrencial lluvia que solo nos permitió una tranca en la barra del hotel. Al día siguiente la representación de amigos de Lima estaba presente en la iglesia de la ciudad,  luego de conocer a la novia, la comidilla de comentarios empezaba.  La ceremonia comenzó y terminó con todas las de la ley. Durante la fiesta mientras nos divertíamos  al son de la orquesta que estaba buenaza y tomábamos unos tragos entre los descansos que daba la música, escuchábamos a los invitados que eran de la zona y conocidos de la pareja. Uno de ellos decía “oye porque la Nazaret se ha casado con él, si su rio tiene dos cauces” y se echaban a reír. Y continuaron con la bromas, bromas charapas que tenían mucha chispa. Otro de los amigos de la pareja comentaba que había que tener cuidado a la hora en que se vayan de luna de miel, no sea que- decía- desaparezca  solo con el padrino y deje a la novia, y más risotadas.  Tomamos el avión a Lima y todos teníamos una sensación que algo no cuadraba en la boda, que por lo tanto no iba a durar mucho.  Nos mirábamos y hacíamos muecas, la tranca si había hecho estragos en nosotros y cada quien tenía una bolsa por si el “huayco” nos madrugaba por tanto trago. Había pasado un año y en ése lapso Leo vino varias veces a Lima y se alojaba en las casas nuestras y se había ganado el aprecio y cariño de las familias, mi vieja lo quería mucho. Cuando lo sacábamos a tirar trago, soportaba todas las bromas  por su acento. Una vez en Miraflores estábamos cenando y le dijimos que no hable muy fuerte, porque se iban a dar cuenta que era un charapa y nos botarían a todos. Estábamos algo pasados y Leo se puso de pie y alzando la voz dijo que era charapa a mucha honra y que nadie podía joderlo por eso. Nosotros, ya Leo no es para tanto huevón, cálmate, Leo, nada – ¡tráiganme una ensalada de chonta y un jugo de aguaje carajo! – Y nosotros hablábamos – oe, al gritar se le está escapando el aire, puta ahí viene el mozo, va a creer que todos somos cabros, solapas, pero cabros, y las hembritas machorras, y nos cagábamos de  risa.

Había un guía de turismo, amigo del grupo que siempre iba a Iquitos y nos traía las noticias, los chismes. Leo tenía lio con su mujercita a quien decían: no tocaba. La familia acusaba a la esposa de  meterse con él solo por interés de la plata y le hacían mucha guerra. Una noche estando en casa viendo televisión con la familia, un vaso que descansaba en la mesa de pronto cayó violentamente contra el piso, como si alguien lo hubiera empujado. Todos nos quedamos sorprendidos, como pudo suceder, si nadie lo hizo. Mi madre entonces dijo que era una señal de alguien, pero de algo malo.  No se equivocó, al día siguiente recibimos la noticia de la muerte de Leo. Un auto manejado por un chofer ebrio, embistió la moto donde estaba Leo, falleciendo inmediatamente en una de las calles céntricas de Iquitos. Leo había partido con toda su historia a cuestas. 

Llegaron los noventas y me había encontrado de pura casualidad con Cesitar. Pasaba por la avenida Faucett y viendo una peluquería dije aprovecho y me doy un corte de cabello. Así que ingresé al local que lucía muy bien arreglada con una decoración moderna. Tomé asiento y de pronto el tipo que estaba de espaldas se volteó para saludarme y decirme que ya casi terminaba. La impresionante nariz había sido retocada por un finísimo trabajo de cirugía plástica, dejándola como un botoncito incólume. El cabello negrísimo era el mismo y su voz seguía siendo inconfundiblemente nasal,  pese a su operación. Hola promoción, nos saludamos al reconocernos. Me comentó de los ex chorrillanos con los que todavía se contactaba y del que yo no tenía absolutamente ningún conocimiento desde que dejé la escuela. – No, no es nada, no te puedo cobrar – me dijo – y las siguientes veces que vengas cincuenta por ciento, ya sabes. Se le veía maduro al hablar y obviamente seguía siendo un gay. Me dijo que le iba muy bien económicamente y que el local era suyo y si todo marchaba bien en un año estaría inaugurando un nuevo local en otro distrito. Fui a su local dos veces más y en la última acordamos llamarnos para conversar ya que en su trabajo siempre estaba muy ocupado. – Ya promoción, tenemos que vernos para contarte que ha sido de la “collera” de la escuela, esos pendejos que me andaban jodiendo, mientras reía de buena gana.  Nunca más regresé y nos perdimos, le perdí el rastro y ya entrando al siglo 21 más o menos en el 2009 vía internet buscando ex alumnos  del colegio, encontré el nombre de un compañero y le escribí a su correo electrónico. Después de intercambiar varios, y comentando sobre nuestra  promoción, tocamos el tema de Cesitar y  pregunté si sabía algo de él.  La respuesta fue fatal,  el compañero de promoción me dio la mala noticia de la muerte de Cesitar.  – Hermano – me dijo – Cesitar era un  peinador  exitoso y tenía también un local aquí en Chorrillos. El problema con él era que había mucha mala compañía a su alrededor, gente de mal vivir.  ¿Y cómo  fue el crimen? – Pregunté- Una tranca hermano - me dijo – una tranca, tragos, drogas y lo encontraron sin vida, lo asfixiaron.  Siempre pensé que la vida de Cesitar y por las características de su personalidad  sería diferente de sus colegas, sin embargo al final nada cambio, murió como han muerto otros como él en el Perú.

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