Por: Néstor Rubén Taype
Después de darle
algunas vueltas al tema finalmente decidimos fijar como destino para nuestras
vacaciones nada menos que Argentina. Por alguna razón que no recuerdo no
coincidimos en nuestra salida y tuvimos
que hacerlo en días diferentes, primero Oscar y luego yo. Me embarqué rumbo a
Buenos Aires con escala en La Paz. Cuando arribamos a esta ciudad la tripulación
nos comunicó que podíamos salir a la sala de espera del aeropuerto, pues la
escala duraría aproximadamente una hora. Enfundado una chompa y una casaca bajé
del avión y estando a mitad del camino al lobby del aeropuerto me quedé casi paralizado,
solo conocía el modesto y húmedo frio
limeño, nada más. Este era un frio de
cero grados, aún desconocido para mí, regresé sobre mis pasos al avión sin
voltear para nada, por miedo a quedarme congelado, daba gracias a Dios por
vivir en Lima pensando que tenía el mejor clima del mundo.
Horas después
estaba aterrizando en el aeropuerto de Ezeiza y al bajar me sorprendió ver un
terminal aéreo viejo en relación al nuestro. Tomé un bus que llevaba a la
ciudad y de allí al hotel que nos habían recomendado llamado “Roma” Nos juntamos con mi compañero y empezamos a
conocer la famosa y emblemática ciudad de Buenos Aires, que hasta antes de
Perón , era considerada como una ciudad europea. En aquel entonces el tipo de
cambio nos beneficiaba tremendamente era casi tres por uno, nos sentíamos
millonarios. Pasada la primera noche, conocimos a unos estudiantes peruanos que
nos animaron a cambiarnos de alojamiento, nos hablaron de una pensión donde
ellos estaban y que nos salía súper barato, casi el diez por ciento de lo que
estábamos pagando en el hotel. Así pues esa misma tarde nos mudamos a un
edificio donde la dueña nos atendió amablemente y nos acomodamos en cuartos
separados, compartiendo habitaciones con otros estudiantes. ¿Qué vemos primero?
¿Por dónde comenzamos? Nos
preguntamos, los amigos nos recomendaron
ir al teatro “Astro” donde se presentaban el “Gordo” Porcel y Alberto Olmedo,
que eran los cómicos más famosos de Argentina y a quien solo habíamos visto a
través de las innumerables películas que llegaban a Lima.
Pagamos nuestros
tickets en primera fila para ver a este dueto de cómicos, quienes conjuntamente con todo su espectáculo
de chicas, aquellas vedettes que eran portadas de revistas y periódicos,
presentaban el show más espectacular que
nosotros habíamos visto. En una de las
escenas aparece una actriz algo ya madura, llamada Ethel Rojo, el escenario
estaba obscuro y solo una luz desde lo alto reflejaba su imagen, ella estaba en
el suelo limpiando el piso, representando a una vieja ex bailarina, estaba vestida
con un guardapolvo gris y una bufanda
amarrada en su cabeza – Aquí debuté hace muchos años- decia - este lugar fue la cuna
de mi nacimiento como artista, este piso en la que ahora poso mis manos, fue
testigo de mis mejores faenas como bailarina, aquí dibuje con mis pasos la
historia de mi vida, conozco cada rincón de este teatro, donde hice realidad
mis sueños de niña, de ser la vedette más famosa de la Argentina ¿y saben qué? lo
recuerdo casi como si fuera ayer – terminó su speech con esa pronunciación
acompasada, como si cantaran siempre un tango los argentinos. Las luces se
apagaron por algunos segundos, hubo un silencio que retumbó el teatro y luego
todo se encendió, la vimos vestida con sus mejores galas mientras aparecía una
nube de bailarinas unas más bellas que las otras desfilando, escribiendo con
sus cuerpos una bella coreografía. Inolvidable espectáculo al que regresamos
una vez más.
Repartimos
nuestros días en conocer el barrio del Boca, la avenida de los cines (cine
continuado, todo el día) en la conocida avenida Lavalle, nombres con la que
jugábamos como niños repitiéndolos y gritando a cada rato con el acento
argentino, Lavalle, Irigoyen, Magallanes y una que nos llamó la atención, la calle
llamada Callao, al parecer en honor a nuestro puerto; y nosotros repitiendo, ¡Callao!
¡Callao!
Saliendo un buen día del cine nos dimos de pronto cara a cara con
Susana Jiménez y su pareja el boxeador
Carlos Monzón y nosotros, compadre la cámara, no la tengo, yo tampoco,
puta que piña ya la perdimos.
La curiosidad nos ganó y una noche fuimos a conocer
la Estación, de la que nos habían hablado tanto y que no venía a ser sino la
estación de trenes pero que tenia la particularidad, según nos había contado,
de ser un punto de encuentro para engancharse con alguna de esas despachadas gauchas
dispuesta a todo. El primer incidente
que tuvimos fue un día que estuvimos de compras cuando intempestivamente en la
esquina siguiente de donde estábamos, se cerraron un par de cuadras y había
muchos policías. Poco después los compañeros de cuarto nos contaron que había
sido un operativo de las autoridades para dar con un grupo de la guerrilla
llamados tupamaros, que hacía poco habían atentado contra un bus de la banda de
música de la Casa Rosada. El comentario nos parecio algo lejano, distante y no
le dimos mayor importancia ¿tupamaros? Querrán decir Túpac Amaru, decía yo.
Algo que no
podíamos perdernos era ir al estadio y conocer la famosa “Bombonera” donde los
peruanos empatamos con los argentinos y conseguimos los pasajes para México 70.
Chequeamos las fechas de los partidos y escogimos ver al
Boca Junios contra Independiente de Avellaneda, la razón era que el
equipo rojo había contratado recientemente a dos peruanos para engrosar sus
filas, Percy Rojas y Eleazar Soria. La verdad que estar allí fue inolvidable,
nuestro estadio nacional era una iglesia al lado del bullicio, el movimiento y
la pasión que le ponen los argentinos a este deporte.
Empezó el juego y
a los dos minutos Independiente por obra y arte de Percy “Trucha” Rojas coloca el
primer gol, con pase magistral de una de sus estrellas, Boquini. Casi gritamos
de entusiasmo y digo casi, casi, sino era que nos dimos cuenta que estábamos
rodeados de hinchas del Boca, que luego del gol gritaban…. “peruano boludo, hijo
de p…vas a salir el camilla” sin contar
con los otros epítetos que seguían deslizando alrededor nuestro. Nos miramos y
nos fuimos a los baños y una vez solos allí gritamos, casi susurrando….
¡Goooool carajo, goool!! Finalmente Independiente ganó dos a cero,
salimos disparados del estadio mientras escuchábamos los gritos de los hinchas,
el llanto de los comentaristas en las radios y los cientos de policías montados
a caballo cuidando que se realizara un retiro pacifico del público.
La última noche
luego de realizar las compras de rigor nos fuimos a comer nuevamente la
deliciosa parrilla argentina en un restaurante céntrico de la ciudad. Después
de la cena pasamos a comprar algunas botellas de vino para seguir celebrando en
la habitación de la pensión. Ya de madrugada y después de habernos consumido
algunas botellas nos despedimos con Osquítar y cada quien para su cuarto.
Recostado en mi cama aun saboreaba la cena, el aroma de
la carne, el chorizo, el vino de casa y las bondades de esos deliciosos panes,
todo parecía que estuviera todavía metido en mi cuarto. El sueño ya me vencía y estiré mi brazo para
apagar la lamparita que estaba sobre una mesita pero no la alcancé y me estiré
un poquito más, ese esfuerzo adicional me hizo perder el equilibrio y caí
pesadamente al piso. Solo atiné a sonreír, me sentía algo estúpido, de hecho el
vino había realizado su trabajo. Como esos jinetes caídos del caballo me volví
a montar a mi cama, no sin antes haber apagado la dichosa lamparita. Me acurruqué
muy tranquilamente y así estuve unos minutos buscando desesperadamente el sueño que la caída había lastimado.
Tenía la vista
clavada en la puerta de mi habitación tratando de concentrarme en dormir cuando
vi que lentamente la puerta comenzaba a abrirse. Sorpresivamente aparecieron tres personas una de ellas tenía
una metralla, una suerte de los llamados FAL.
Allí en unos segundos pensaba que el vino había ido bastante lejos, si
bien era cierto estaba algo embriagado, pero no tanto como para ver
alucinaciones. Instintivamente me senté
en la orilla de la cama y me di cuenta que esos tipos eran tan reales como yo
mismo y que recién se estaba dando inicio a la pesadilla. Uno de ellos se acercó,
se sentó a mi lado y abrazándome pronuncio suavemente esa frase con ese tono
cantadito que se me grabó como estampilla en el cerebro ¿vos conocés a Roberto, el de la
confitería?
No conozco a
nadie- le dije- en realidad yo no sabía
quienes diablos eran y pensaba si eran
“choros” o policías de civil, entonces quise ponerme de pie, pero el que tenía
el arma me lo impidió diciéndome – no te movás
pibe - Y nuevamente el que estaba
sentado a mi lado volvió a preguntar ¿Estás seguro que no sabés de quien te estamos hablando? No, le repetí,
no conozco a ese tal Roberto. Uno de ellos salió de pronto y regresó
después de unos minutos con un tipo esposado a quien tenía agarrado del cabello
con la cabeza gacha, lo puso frente a mí, le dejó levantar la cara para mirarme
y le preguntaron ¿es él? El melenudo, un fulano con cara de haber sido
castigado duramente solo movió la cabeza negando conocerme. El tipo que me preguntó por el famoso Roberto
me dijo que me quedara en mi cama y no saliera de la habitación, luego todos se
retiraron, escuche sus pasos bajando las escaleras hasta perderse en el
silencio algunos segundos después. Como a los quince minutos apareció Oscar a contarme su
experiencia. Entraron a mi cuarto y me despertaron apuntándome con un arma en
la cabeza compadre – me dijo, y luego
continuo – me hicieron algunas preguntas y luego felizmente se fueron. Bajamos al primer piso a ver a la señora dueña de la pensión quien tenía
un fuerte hematoma en la frente, ella nos comentó que se trataba de militares que
buscaban a guerrilleros. Recién comenzamos a atar cabos y recordamos el cierre
de las cuadras de una noche anterior y de los llamados tupamaros, habíamos
llegado a Buenos Aires y éramos testigos de una guerra
interna, lo mismo que estaba ocurriendo en Chile y Uruguay. Felizmente ese
mismo día salíamos a Lima, no podíamos ocultar que estábamos realmente
asustados después de tan mala experiencia.
Teníamos veinte años de edad y al llegar a Lima se nos acabó el miedo y
la verdad que contábamos la experiencia con cierto entusiasmo. No imaginábamos
que un lustro después las hordas senderistas harían vivir esta experiencia a
muchos peruanos. El viaje a la Argentina, finalmente fue inolvidable.
La foto del recuerdo con Osquitar frente a la Casa Rosada