La masacre del día de San Valentín

Por: Fernando Morote    www.limagris.com


Mi sentido de lo romántico es algo turbio, lo acepto. Pero, después del ramo de flores y la caja de bombones, no encuentro mejor manera de celebrar el día de los enamorados que viendo este clásico de Roger Corman acerca de uno de los eventos más sangrientos en la historia de los Estados Unidos. Y probablemente del mundo…

El marco de fondo es la ciudad de Chicago durante los años de la prohibición. Al “Caracortada” Capone y George “El Piojo” Moran libran una guerra despiadada por el control del contrabando de licor. Capone dirige el lado sur al mando de su organización integrada por italianos, mayoritariamente sicilianos; Moran, líder de la zona norte, comanda un ejército de irlandeses y alemanes.
En este trabajo de 1967 Corman revela en su estilo la influencia recibida de Kubrick: desarrolla la trama mostrando en forma alternada los planes y movimientos de ambas bandas en su afán por eliminar la mutua competencia, introduce el mismo narrador invisible que el director de “The killing” utilizó en 1956 y recrea con destreza la marcada rivalidad entre inmigrantes del bajo mundo.
La intrigante voz fuera de cámaras informa, según los personajes van entrando en escena, sobre sus antecedentes criminales y registra luego, a medida que el momento de la masacre se acerca, los detalles domésticos de cómo empiezan “el último día de su vida”, creando una atmósfera de suspenso cargada de tensión.Continuos flashbacks ilustran los motivos de ciertas acciones que respaldan el discurso de los protagonistas. La matanza en el garaje de George Moran es una clara reminiscencia, aunque mucho más extensa y explícita, del momento cumbre en “The killing” cuando todos los hampones se matan unos a otros en un tiroteo salvaje.
El exquisito humor negro de Corman –desplegado con anterioridad en “Un cubo de sangre” (1959) y “La pequeña tienda de los horrores” (1960)- expone aquí la desfachatez, sangre fría e impunidad con que los gangsters asesinaban a sus víctimas con una sonrisa en los labios a plena luz del día en una céntrica calle, en un concurrido restaurante o en una inofensiva florería.
La masacre ocurrida el 14 de Febrero de 1929 dejó a 7 miembros de la banda de Moran envueltos en un baño de sangre a manos de sicarios, disfrazados de policías, contratados por los hombres de Capone.La imagen en primer plano del doble cañón humeante en una de las escopetas empleadas para acribillar a sus indefensos rivales, alineados contra la pared, es una perfecta y espeluznante obra de arte.
Y la pelea-con el sonido desconectado-entre Pete Gusenbergy su novia corista rodando por los muebles de su departamento es una magnífica pieza de sensualidad. Claro que las piernas rubias de la deliciosa Jean Hale ayudan mucho a lograrlo y, de hecho, el instante en que George Segal le estampa el sánguche de jamón en la cara remite inmediatamente a la escena de otro clásico, “El enemigo público” de 1931, en que Jimmy Cagney hace lo mismo con un pocillo de frutas en el rostro de la no tan bonita Mae Clarke.
Una incertidumbre que surge de ver “La masacre” una y otra vez es el resultado que se habría conseguido de haberla  filmado en blanco y negro en lugar de a todo color. Lo que sí queda muy claro es la habilidad del equipo de producción para seleccionar a los actores secundarios, cuyas facciones naturales concenden a sus caracteres un semblante cruel y desalmado, ideal para el éxito de la película.
Entre las curiosidades ofrecidas sobresale la brevísima aparición -prácticamente clandestina- de un joven Jack Nicholson, a quien se logra reconocer entre los tiposde Capone mientras alistan las armas dela massacre, cargándolas con pastillas de ajo para envenenar a cualquier posible sobreviviente.
También figura en el reparto, con un papel menor como mecánico de la banda de Moran, Bruce Dern quien hoy, a sus 77 años, está nominado al Oscar como mejor actor en la película “Nebraska’. Dicho sea de paso, el personaje de Dern estuvo reservado inicialmente para el propio Nicholson, quien declinó.
Al Capone, habiendo sido caracterizado desde los años 30’s por Paul Muni y Edward G. Robinson, durante los 50’s por Rod Steiger y en los 70’s por Ben Gazzara, incluso en los 80’s por Robert de Niro, encuentra en esta versión el talento de Jason Robards quien le imprime un toque fabuloso de cinismo y aun de comicidad homicida.
Ralph Meeker, quien tuvo su momento de fama a mitad de los 50’s representando a detectives privados, boxeadores y veteranos de guerra, entre otros héroes,siendo el más relevante aquel valiente soldado en “Senderos de Gloria” de Kubrick en 1957, destaca en esta cinta como un vengativo George Moran.
George Segal, por su parte, ya había aparecido en “Barco de los locos” dirigida por Stanley Kramer en 1965 y trabajado con Elizabeth Taylor y Richard Burton en “¿Quién teme a Virginia Wolf?” en 1966, por lo que en el tiempo de “La masacre”su carrera estaba en pleno ascenso y tomó el papel del pistolero más importante de Moran, Pete Gusenberg.
Dos viejos conocidos de Corman integran además el elenco, aunque esta vez de manera bastante discreta. Dick Miller, el falso escultor de “Un cubo de sangre” es aquí también uno de los falsos policías que asesinan a los secuaces de Moran, y Barboura Morris, la musa “beat” en la misma cinta de 1959, es apenas una extra representando a un ama de casa que al principio de la película escucha la ráfaga de ametralladoras y descubre horrorizada los cuerpos ensangrentados en el garaje.
Otros rostros familiares son los de Kurt Kreuger (idéntico a David Bowie, trabajó en otras producciones al lado de estrellas como Robert Mitchum, Humphrey Bogart y Lucille Ball), Frank Silvera (recordado por ser el papá de Manolito en “El gran Chaparral”), Richard Bakalyan y Harold Stone (ambos identificados con personajes del hampa en otras series de televisión como “Los intocables”).
No niego que puede ser una celebración poco convencional y muy ruidosa por el día de San Valentín, pero sé positivamente que aporta un tipo de placer inesperado. E incomparable.

 Fernando Morote. Piura, Perú-1962. Escritor y periodista. Autor de “Poesía Metal-Mecánica”, “Los quehaceres de un zángano”, “Polvos ilegales, agarres malditos” y “Brindis, bromas y bramidos”. Actualmente vive en Nueva York.

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