Si te vas que me queda.


Néstor Rubén Taype

-          Aló  Rebeca,  mi madre me acaba de avisar que te has ido al aeropuerto, que te vas.

-          Claro papito, que esperabas ¿Qué me quede?

-          Pero siquiera te hubieras despedido de mí, ¿no?

-          Tus sabias que me iba a ir en cualquier momento.

-          Pero no tan pronto, realmente me has sorprendido.

-          Bueno, ya sale mi avión, ya le avise a mi hija que llego esta noche.

La universidad fue el lugar exacto donde Gonzalo y Rebeca se conocieron y aunque ambos estudiaban diferentes materias, el comedor fue el punto de encuentro donde se cruzaron las primeras miradas y el sitio en que él le dio su espacio en la cola del comedor, para comprar el menú del día. “Pase usted, después de usted”  fueron las frases que se dijeron parodiando al profesor Jirafales y Doña Florinda, anécdota que recordaban con frecuencia.
Rebeca era una mujer muy atractiva, inteligente y de carácter muy fuerte, tez clara,  cabello castaño que contrastaba con el joven trigueño que era Gonzalo, quien frecuentemente era felicitado luego que el enamoramiento  prosperó.  Ella se graduó como contadora y consiguió un buen empleo en un ministerio del estado. Él  solo logró la licenciatura de abogacía pero no concluyó, sin embargo ambos se tenían fe y continuaron con sus proyectos. El prematuro embarazo apuró el matrimonio, inicialmente se fueron a vivir a la casa de ella, quien tenía un estatus cómodo económicamente.  Después de un par de años de convivencia sucedió lo inesperado, la madre de Gonzalo radicaba en los Estados Unidos hacia muchos años y había prometido llevarse a sus hijos. Las dos hermanas ya estaban con su madre y el último era Gonzalo quien recibió la noticia para presentarse en la embajada norteamericana. Los planes se tornaron algo difíciles de afrontar, al principio él le ocultó la buena nueva por temor a la reacción de su esposa. Finalmente una noche le dio la noticia. Los planes de ambos se vieron interrumpidos por esta novedad, ella le dijo que este cambio complicaba las conversaciones que había tenido con unos amigos para conseguirle un empleo a él dentro de una empresa privada y consiguiera graduarse en su carrera. Pero, aun el amor estaba vigente entre ambos. Ella le permitió viajar a ver a su madre y esperaba su regreso  para terminar de completar los planes.  Gonzalo se quedó unos meses en los Estados Unidos y esa primera  separación sembró un espacio entre ellos.  Meses después regresó  a  Nueva Jersey nuevamente ya con la residencia.  Así pasaron cinco años entre ida y venida. Él trató de convencerla que se vaya con él y empezar una nueva vida, sin embargo en uno de sus viajes Gonzalo recibió el encargo de las dos hermanas quienes le propusieron seguir quedándose en la casa de su madre, quien acababa de jubilarse. Ellas ya se habían casado y vivían por separado, se comprometieron a pagar la renta de la casa  y él acompañaría a su madre. En otras palabras hacerse cargo de ella. Casi presionado aceptó,  y el problema mayor seria cuando tuviera que contárselo a su esposa. Sabia del carácter de ella y además no le era ajeno que aquélla propuesta era totalmente injusta, él  tenía familia también. Las idas y venidas continuaron por  unos años más y la paciencia de la señora joven comenzó a terminarse. En una oportunidad aceptó venir a USA, con la condición de no traer a su hija. Se alojó en la casa de su suegra y por dos meses (tiempo en que consiguió licencia en su empleo en Guayaquil)  trabajó durante ese periodo para probarle a su esposo su comprensión y tolerancia por el bien de su matrimonio. Con su documentación en regla como residente, aplicó a una agencia de empleos y laboró por espacio de poco más de un  mes, viviendo en la casa de su suegra. La estadía colmó su paciencia al ver con impotencia el maquiavélico plan de sus cuñadas para dejar como único responsable a su esposo el cuidado de su madre.  Un “encargo” dado a una persona que teniendo familia, no les importó en absoluto, salvo deshacerse de la responsabilidad de la autora de sus días.  Así pasaron las  semanas y ella trabajó con dedicación ese tiempo pasando por diferentes factorías, mientras Gonzalo trabajaba casi doce horas diarias como trabajador  de una empresa de mantenimiento de jardines.  La vida, como ella la vio en este país, era desastrosa. Casi no se veían por los horarios y los fines de semana se iban entre lavar la ropa y las compras en los supermercados.  En conversaciones con sus amistades y familiares en su país de origen les decía que la rutina diaria resultaba insostenible y que debía tomar una decisión. Los domingos después del medio día era el poco espacio que tenían para conversar, fue una de esas tardes en que Rebeca le planteó por primera vez que la situación no funcionaba.  Que no podía soportar ese tipo de vida en un lugar que no era el suyo. Ella en realidad no tenía apuros económicos en Guayaquil, que su empleo era bueno como buena profesional que era. Y volvió a invitarlo a regresar y terminar lo poco que le faltaba para acabar su  carrera, con la promesa de conseguirle un empleo allá.  Le desesperaba  los prolongados silencios de Gonzalo y que finalmente poco decía. Sentía que la mayor preocupación de él era el cuidado de su madre.

-          A qué hora sale tu vuelo?

-          En una hora y media

-          Voy para allá

-          No hay necesidad, nada va a cambiar, igual me voy a ir.

-          Voy, voy, espero alcanzarte.

El aeropuerto de Newark estaba  relativamente cerca y Gonzalo  pudo darle el alcance. De lejos la vio sentada  y luego ella se puso de pie seguramente para ir a pasar el control. La vio tan bella y recordó las bromas de sus amigos quienes le decían que la rubiecita seguramente era corta de vista por haberse fijado en él. Gonzalo  se acercó y ella lo miró con ternura y cuando su rostro reflejaba cierta nostalgia, la vio que súbitamente cambio de actitud y le dijo que se apurara en decirle lo que tenía que decirle porque ya era la hora de partir. – Quédate – dijo él.  - Por Dios no insistas, no has hecho nada por cambiar las cosas. He pasado por todos esos lugares a los que me llevó  la agencia de empleos:  los quesos, las pelucas, los espejos, los jamones y hasta las mudanzas. Cumplí con mi tarea, pero ya está bueno. Sorry, así dicen aquí ¿no? - Sorry pues, pero no tengo necesidad de radicar aquí. Allá estoy bien, mi hija y yo, sino regresas te pediré el divorcio. Han pasado ocho años con esa misma historia, vas y vienes para traerme unos cuantos dólares. Quédate aquí cuidando a tu mamita, que es el encargo que te han dado las sinvergüenzas de tus hermanas - Ella lo besó en la mejilla y se fue. Pensaba que esa despedida era totalmente injusta, que decirle esas cosas a su esposo habían sido duras, pero  necesarias. Resistió todo lo que pudo, luego de pasar los controles, tras unos pasos más, rompió a llorar, el dolor era grande pero no habría marcha atrás.

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