Pese al mal tiempo el avión arribó
al aeropuerto esa madrugada. El cielo aún obscuro dejaba caer una lluvia
incontenible tan fuerte como el llanto que ella había tenido durante todo el
viaje desde su país. No podía haber mejor escenario aquella mañana que
graficaba exactamente su sentir. Terminado todo el protocolo que toma la salida
del aeropuerto de Nueva York, Amanda recogió sus maletas y salió entre la
lluvia para abordar el auto de su esposo que la llevaría a casa. Él sabiendo la
importancia que había tenido ese viaje no le hace preguntas, pero sospecha que
las cosas no salieron bien.
Quince años antes en un barrio de
Caracas Amanda había decidido definitivamente salir a los Estados Unidos, no
quería seguir viviendo con su conviviente, a quien había sorprendido con otra
relación. La vida familiar había resultado un completo fracaso a pesar de los
dos hijos, uno de cinco y el otro recién nacido. La principal oponente a su
partida resultó ser su madre, quien le rogaba que rectifique su decisión, que
pensara en los niños que eran la responsabilidad mayor. Ella argumentaba que lo
hacía por ellos para darle una vida más apacible y de tranquilidad económica,
que enviaría dinero para que no les falte absolutamente nada. La decisión
estaba tomada y sin mediar ninguna duda ella fijo fecha de partida. Se sentía
absolutamente segura de lo que hacía, se sentía joven y no quería sentirse
humillada por un marido abusivo que no la respetaba. Las infidelidades habían
sido continuas desde el primer embarazo, - no más – se dijo.
El día de su partida había un sol
esplendoroso su madre la acompañó con sus dos hijos y otros familiares, Amanda
abrazó a todos y sintiéndose muy fuerte se tragó sus lágrimas, mientras el
pequeñín mayor de sus hijos la miraba sin comprender bien que es lo que estaba
pasando y que años después se lo recordaría. Su ingreso a los Estados Unidos se
dio sin inconvenientes como una turista de tantos que llegan al país. Su
hermana la esperaba en el aeropuerto y la recibió en su casa. Lo demás era la rutina
que no olvidaría nunca, trabajar, ahorrar y enviar el dinero a su país.
Aprendió a salir a trabajar a pesar del frio, la lluvia, la nieve y todas las
plagas que el clima en este país nos hace sentir. El invierno, el terrible
invierno con jackets, chalina, guantes, gorras, orejeras, las cremas para
evitar la resequedad de las manos y piel, el chapstik para los labios, los
térmicos, pantalones y poleras, todo lo había aprendido bien. Las rutas de los
buses cuando aún no había los APP o el GPS, solo había que confiar en el
itinerario impreso que publicaba la empresa de transporte público. Pero también
había la opción de caminar, caminar, caminar, cuadra tras cuadra, cuando había
que ahorrar en transporte.
Cada fin de semana tenía la cita
con la librería de la ciudad, que era el lugar donde podía tener acceso a una
computadora e internet y comunicarse con la familia vía correo electrónico. Igualmente,
a las cabinas telefónicas que rentaban las casas de envíos. Cinco minutos para
una llamada por cada depósito que se hacía. Bajo esta rutina estuvo poco más de
un lustro tratando siempre de ubicarse en los mejores trabajos y esmerándose en
hacerlo bien a fin de lograr los aumentos esporádicos que se conseguía además
luchando contra su situación migratoria, que era el peor castigo. Ciertamente
logró tener estabilidad al conseguir un buen empleo en un warehouse de ropa.
Tomaba el tren diariamente para su casa y de la estación caminaba unas quince
cuadras A veces sola, otras acompañadas por compañeras de trabajo, quienes al
saber su nacionalidad la llamaban “la chama”. Las amistades le permitieron
salir de ese círculo rutinario del trabajo y la casa. Era sumamente alegre y
participaba en las frecuentes fiestas y reuniones con sus colegas. La hizo
sentirse mejor el compartir amistades, cuidándose de no relacionarse con el
corazón. Esta situación le ocasionaba continuas dificultades por el asedio de
muchos amigos, pero ella no deseaba mantener ninguna relación sentimental hasta
no conseguir sus objetivos. Sin embargo, en ese trajín del día a día le daría
algunas sorpresas. La avenida principal de la ciudad estaba llena de negocios,
restaurantes, talleres automotrices, comida china, clínicas dentales, etc.,
etc. Dentro de ellas había un mini market y uno los empleados habían estado
interesándose por aquella dama que pasaba todos los días casi a la misma
hora. Era costumbre de aquel personaje
dejar todas sus actividades a esa hora y vigilar cuidadosamente el momento en
que la dama aparecía con su bolso al hombro y caminando a paso seguro y con
prisa, sin saber que alguien la observaba. El compañero de aquel vendedor se
había percatado de la inquietud de Mario, el maduro español de pretender buscar
novia porque decía que no es bueno que el hombre este solo, parafraseando esa
frase divina en el momento de la creación del mundo.
-
Otra vez Mario, soñando
con la muchacha
-
Tengo que armarme de
valor y salir a presentarme un día.
-
Claro, de paso te
presentas con un ramo de rosas
-
¿Y porque no? No es mala idea, pero que iré, claro que iré
La enorme luna empequeñecía su
figura, mientras miraba al frente y cuando aparecía ella, él le hablaba, le
decía su nombre y la invitaba salir, un monólogo como si fuera el ensayo para
el día de la verdad. Ella pasaba indiferente apurando sus pasos, tratando de
llegar a su domicilio, huyendo del frio o del calor o del viento. En la
comunicación con su hijo por sus diez años, Amanda le prometía un lindo regalo
que ya había coordinado con su madre y trataba de entusiasmar a su hijo
haciéndole una pregunta de rigor que después se arrepentiría.
¿Qué otra cosa quieres que te
regale, aparte de la sorpresa que te daré con tu abuelita?
Que vengas mamita, que vengas un
ratito y después te vas, pero ven.
Allí se terminó la fiesta, su situación
irregular no le permitía volver aún y esa noche no durmió atormentándose por el
deseo del pequeño.
Cada día en el trabajo durante la
hora de almuerzo el diálogo muchas veces se enfocaba en los problemas
personales de cada compañero. Ella oía a un decir que ya había ahorrado lo
suficiente y era momento de partir, inclusive señalando fecha, cinco años había
sido suficiente. Otro manifestaba que no veía a sus hijos hacia diez años y que
ya no regresaría a su país porque todo se había quebrado por su dilatada
ausencia y que estaba iniciando una nueva vida aquí. Se daba cuenta que la
migración hacia estragos en las familias, no solo para los que venían solos,
sino también a las familias completas. Era el caso de algunas que a pesar de
llegar con hijos, las parejas terminaban separándose, buscando cada quien su
mejor futuro. Escuchaba con temor aquella afirmación dicha por una compañera –
“si vienes sola aquí y tienes hijos allá, tienes que escoger entre dos
opciones, o eres madre o mujer. Te quedas y haces vida nueva o regresas con los
tuyos”
Una de esa tarde de verano en que
el sol alumbraba con total esplendor, el español había decidido que ese día no
esperaría más, que su corazón le había dicho que no se prolongara más el
sufrimiento y el plazo había terminado. Ansioso se asomó varias veces a la
enorme ventana para divisar si desde cuadras más atrás se acercaba ella.
Finalmente la observó que subía como siempre a pasos muy apurados y que cruzaría
por su puerta inexorablemente y estaría a su vista como todos los días, sin que
ella lo supiera. Sin pensarlo más salió y la esperó, ella no pasaba
precisamente frente al mini market, sino en la otra acera. Él le hizo señas
haciendo gestos con las manos, pero ella ni lo miró, ni se percató. Desesperado
que esto no funcionara se le escapó el silbido, ante el cual ella volteó
sorprendida. Él quedó mudo y luego de cruzarse las miradas en silencio por unos
segundos, ella continúo caminando. El español corrió tras ella luego de cruzar
apresuradamente la pista. Al subir la vereda chocó levemente y trastabillo y
allí precisamente ella volteó y no pudo evitar sonreír, aunque hubiera querido
reír a carcajadas al ver como el tipo trataba de no caer de bruces y luego de
algunos grandes pasos consiguió recuperarse y quedar en pie.
-
Por favor, espéreme.
-
¿Usted me conoce?
-
No, no, soy Mario Zabalaga,
español, manager de un mini market y vivo aquí en Nueva Jersey – y le extendió
la mano
-
Mucho gusto - Respondió
ella con cierto recelo.
Se disculpó por la forma como se
había presentado y trató de ser lo más formal que podía. Puede decirse que hubo
química, pese a la forma como sucedieron las cosas. Al mirarlo sintió como que
aquella persona tenía algo que ella no encontró en otros pretendientes, no
sabía que cosa, pero se sintió halagada por la educación en su trato y aceptó
intercambiar sus números telefónicos para conocerse un poco más. La chama
aceptó el reto que la vida le ponía y por lo inusual del encuentro dijo que se
las jugaría con este tipo. La relación prosperó y luego se formalizaría. Se fueron
a vivir juntos con la perspectiva de casarse a mediano plazo, lo que ocurrió
finalmente. Arreglado el tema migratorio la chama consiguió un empleo estable y
como todos, lo primero que hizo fue comprarse el siempre ansiado auto para
movilizarse en este país. Durante la
relación y antes de casarse, ambos se confesaron mutuamente sobre sus vidas
pasadas, como suele ocurrir y jurar que era la verdad y nada más que la verdad
para evitar reclamos posteriores. Él se había divorciado hacía muchos años y
tenía una hija que casi no lo veía y vivía en otro estado con su madre. Ella le
comentó sobre sus dos hijos y el deseo más importante era traerlos una vez que
estuviera en condiciones de hacerlo. Esa propuesta no era del total agrado de
su pareja, acostumbrado a su soledad, pero había aceptado esa posibilidad por
amor a su ahora esposa.
La chama comenzó a adecuarse a su
nueva vida con su pareja y también preparando el viaje a su país a ver a sus
hijos con quienes siempre estuvo en comunicación y jamás descuido su economía
para mantenerlos cómodos en un país con muchos conflictos políticos. Terminado
todos los preparativos para el soñado viaje le recordó a su esposo que la idea,
si prosperaba, era traer a sus hijos y que confiaba en su apoyo. Él era un
hombre solitario a quien solo pudo cambiar la rutina de su vida aquella mujer
que despertó una segunda oportunidad que ya creía perdida. La idea de vivir con
“hijos” definitivamente no iba con él, su “soledad” había sido lo más
importante en su vida, pero en fin se había resignado por amor convivir con
aquellos muchachos que desconocía completamente. El día había llegado,
previamente la chama había comunicado a su madre la fecha en que llegaría y que
avisara a sus hijos y demás familiares. Iba con la maleta llena de presentes, y
el corazón desbordado de ansiedad. No quiso que nadie la llevara al aeropuerto,
ni su hermana ni su marido, prefirió un taxi. El camino a Newark estaba acompañando
de un sol esplendoroso, en el camino el auto se detuvo en un semáforo y al
costado por los arbustos de la carretera vio a unos patitos acompañados de su
madre que en fila ordenada la seguían. El espectáculo la emocionó. Llegando al
aeropuerto todo lo familiar le llamaba la atención, las parejas con sus hijos,
las escenas de despedida y también los reencuentros, esos abrazos prolongados y
las inevitables lágrimas.
Estaba anocheciendo en el
aeropuerto de Caracas, el descenso le pareció larguísimo como si nunca
llegaría. Finalmente estaba saliendo al lobby y allí divisó a su madre con
muchos familiares que la saludaban agitando las manos. Los abrazos fueron
interminables, especialmente de su madre que no cesaba de besarla y
acariciarla, tal como ella hizo con su hijo mayor. Más calmada preguntó por el
menor, le dijeron que por un resfriado se había quedado en casa. Durante dos
días las conversaciones fueron frecuentes preguntando por fulano y zutano,
algunos fallecidos y otros que también emigraron por los problemas del país.
Finamente a solas con sus hijos le contaron que el padre trajo muchas novias y
que nunca se quedaba con ninguna a pesar que un par de ellas fueron muy buenas
con ellos. Al principio no quiso aceptar que la química con sus hijos no se
daba, ellos tenían el comportamiento como cuando dialogaban por teléfono,
distante y su encuentro no fue como ella esperaba. La respuesta más radical la
recibió del menor que recién la conocía en persona. Ella pensó que con las
fotos enviadas con las modernidades de las comunicaciones las cosas iban a ser
mejores. Soy tu madre – le dijo. Él respondió que le daba mucho gusto conocerla
y le agradecía todos los regalos q le envió y que nunca le falto nada durante
su ausencia por el dinero que ella enviaba a la abuela. Ella lo abrazo
repetidas veces para sentir su reciprocidad, pero esta no llegaba. Al quedar a solas con el mayor pensó culpar
al padre por desprestigiarla y hacer que sus hijos estén en contra de ella,
pero prefirió no hacerlo.
- ¿Quieres venir conmigo
y tu hermano a los Estados Unidos?
- No mami, sabía que era
la pregunta obligada, además ya me la habías insinuado varias veces. Estoy en
el primer año de Derecho y quiero continuar aquí.
- Hijo, las cosas no están
bien.
- Mami, yo sé, pero te
repito, no queremos irnos.
- Ok, no voy a insistir.
Eres todo un joven y muy guapo hijo – mientras acariciaba su cabello.
- Mami, recuerda, tenía
cinco años cuando te fuiste, pero ahora que has vuelto y tu familia está aquí
¿Por qué no te quedas?
- Ya te lo he comentado
decenas de veces hijo, lamentablemente no puedo.
El golpe más duro fue ver al menor
que la miraba como a una extraña, era como si hubiera llegado cualquier persona
menos su madre. Cordial sí, pero distante y contrastaba su atención y el trato
con la abuela, y aunque no deseaba reconocerlo, sentía envidia. Quince días
fueron suficientes, todo estaba dicho y tenía que sobreponerse a la realidad,
el tiempo paso rápido, pero no en vano, había dejado citarices. Su madre trató
de consolarla y explicarle la actitud de sus hijos, de los efectos de su
alejamiento. Le decía que ellos la querían a su modo y ella debía de
entenderlos. Tuvo un par de reuniones muy formales con su ex marido sobre el
interés mutuo de sus hijos, siempre con la presencia de su madre. Tenía en la
punta de la lengua las ganas de culparlo por todo lo sucedido, pero sabía en el
fondo que después de su partida, no todo era culpa de él. La chama decidió
regresar muy compungida y deprimida por no haber tenido éxito es sus
intenciones de traer a sus hijos. Tomó su avión de regreso a ese país que
supuestamente le iba arreglar su vida, sin embargo, había conseguido
simplemente enredarla más. Al llegar al aeropuerto subió el auto donde esperaba
su esposo, no hablaron durante el trayecto a casa, solo los acompañaba el ruido
de una torrencial lluvia. Amanda trataba de interpretar lo sucedido y ver en
qué parte se equivocó, analizó una serie de hipótesis buscando una respuesta
lógica. Se dio cuenta que era difícil luchar las circunstancias que te impone
la vida, quizás algunas cosas que pudo hacer y no las hizo. Finalmente él
estaba a su lado y no la dejaría nunca, como se lo había prometido. Reflexionaba
sobre aquella demoledora frase de su compañera de trabajo “O eres madre o
mujer, tú decides”