Las Guerrillas de 1965


Escribe: Nelson Manrique  La republica.pe

Luego de la traumática experiencia de la barbarie senderista es complejo entender por qué los guerrilleros de 1965 gozaron de una amplia simpatía y por qué los militares que los combatieron y derrotaron decidieron amnistiarlos apenas cinco años después.
Para entenderlo, es necesario comprender la situación del Perú de los años 50. Entre 1930 y 1956 –con apenas un pequeño paréntesis democrático entre 1945 y 1948– el Perú vivió lo que Basadre denominó “el tercer militarismo”. La oligarquía había perdido legitimidad y se mantenía en el poder apoyándose en las Fuerzas Armadas y la represión, cerrando el paso a cualquier intento de transformación social. Los partidos populares estaban fuera de la ley y la censura y la autocensura generaba un ambiente cultural castrante y opresivo, vívidamente reconstruido en Conversación en La Catedral de Mario Vargas Llosa. Los países vecinos habían logrado modernizar sus estructuras sociales y políticas a través de los populismos: Getulio Vargas en Brasil, Perón en la Argentina, Lázaro Cárdenas en México, el Frente Popular de Gutiérrez Cerda en Chile, el MLR en Bolivia. Mientras tanto, el Perú permanecía estancado, con la vida política bloqueada.
Pero grandes transformaciones se agitaban en la profundo de la estructura social peruana. Estaba en curso una grave crisis agraria, producida en primer lugar por el crecimiento de la población rural y la falta de tierras. La Comisión de Reforma Agraria y Vivienda, creada por Manuel Prado y presidida por Pedro Beltrán en 1959, advirtió en su informe que toda la tierra disponible no alcanzaría sino para apenas un 25% del campesinado. Esto provocó dos procesos de consecuencias trascendentales: 1) la más grande movilización campesina desde Túpac Amaru II, entre los años 1956 y 1964, que alcanzó su culminación con la ocupación de cientos de haciendas en la sierra sur y la sierra central; y 2) la migración de millones de pobladores de la sierra a la costa y del campo a la ciudad, que cambio el rostro del país. 
La crisis involucró también a las modernas plantaciones capitalistas costeñas. Hacia 1950 estas aportaban alrededor de un 50% de las divisas que el país captaba por exportaciones, pero para 1969 este porcentaje había caído al 16%. Hasta fines de los años 50 la balanza comercial agrícola era favorable: por cada 100 dólares de productos agrícolas que se exportaban se gastaba solo 39 en importar alimentos. Pero para 1968 el saldo se volvió negativo; eran más los dólares que se gastaban en importar alimentos que los que ingresaban por las exportaciones agrícolas. El sistema terrateniente tradicional estaba condenado.
En las urbes surgían nuevos sectores sociales, que planteaban nuevas demandas. Un proceso de industrialización incipiente había fortalecido a un joven proletariado y la expansión del Estado provocó el crecimiento de sectores sociales medios, como los maestros y los bancarios, cuyos reclamos que se sumaban a los de los obreros y de los millones de migrantes que necesitaban vivienda y crearon las barriadas, que reclamaban servicios básicos: transporte, agua, luz, titulación.
Todo el país estaba movilizado en el campo y la ciudad y demandaba cambios. La nacionalización del petróleo era una bandera que levantaba hasta El Comercio. La necesidad de una reforma agraria, de modificar la distribución de la riqueza y modernizar el Estado eran comprendidos hasta por las Fuerzas Armadas, que habían creado el Centro de Altos Estudios Militares, y la Iglesia, en la que surgieron las comunidades cristianas de base, que darían lugar después a la creación de la Teología de la Liberación. Luego del triunfo de la Revolución Cubana, en 1959, hasta el gobierno norteamericano demandaba cambios estructurales en América Latina, a través de la Alianza para el Progreso, creada en 1961 para impedir que cundiera el mal ejemplo cubano. 
Solo se oponían a las inevitables transformaciones la oligarquía y los gamonales. Pero en 1956 el Apra abandonó definitivamente su línea antiimperialista y antioligárquica al formar la Convivencia, en alianza con Manuel Prado. En 1963 amplió esta alianza con la incorporación de la Unión Nacional Odriísta, el aparato político del tirano que había masacrado a los apristas una década antes, y desde el Parlamento se dedicó a bloquear sistemáticamente todas las reformas propuestas por el gobierno de Fernando Belaunde.
Así, dirigentes juveniles apristas radicalizados, en alianza con jóvenes marxistas provenientes de la vertiente del Partido Comunista, como Guillermo Lobatón Milla y Paul Escobar, se declararon marxistas, declararon que se proponían realizar una revolución y fundaron el MIR, cuyo comandante general, Luis de la Puente Uceda, cayó en combate el 23 de octubre de 1965, hace 50 años.

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