La segunda venida de Cristo, el juicio final y mi madre.


Por: Néstor Rubén Taype

El juicio final está ya cerca papito – me decía mi madre  desde que yo era  pequeño. - La biblia dice que habrá guerras y rumores de guerra hijo – escuchaba yo de sus labios cuando era ya un adolescente. Entonces, traía su biblia y me hacía leer los versículos que ella me señalaba y me los hacia repetir varias veces. Le gustaba especialmente la historia de Daniel y el rey Nabucodonosor y ella decía Naucunsor sin mayor rectificación. Me hacia una larga explicación de las profecías que se cumplirían y que estaban simbolizados en esa imagen. La historia terminaba en los pies y los dedos, que eran, uno de metal y  otro de  barro cocido. - Eso significa hijo  que jamás el mundo se podrá unir y que no  queda mas final que la destrucción  que vendrá con esa tremenda piedra que destruirá los pies y los hara volar en mil pedazos.  La piedra hijo, es la segunda venida de Jesucristo – terminaba diciendo.
Mi madre decía que el espiritismo aumentaría y me lo decía en los setentas -Ósea los adivinos hijo, van a estar en todos los lugares. Vendrán enfermedades nuevas que nadie conoce y yo le decía que eso era imposible (sin embargo años después apareció el SIDA, EBOLA)
-         Mami, todas enfermedades ya se conocen y algunas han desaparecido.
-         No hijo, así dice la biblia, aparecerán nuevas enfermedades y habrán guerras y rumores de guerra.
Yo le decía que en todo tiempo hubieron guerras, que no ha existido un momento de paz, que eso no era una verdadera señal de que el mundo se acabaría.
Me decía que la tercera guerra mundial se iba a dar y allí se destruiría el mundo y vendría Jesús en su segunda venida, tal como le dijo a sus apóstoles..
Me contaba interminablemente la segunda guerra mundial, me decía que ya Alemania había descubierto los aviones sin piloto  (aquí me imagino que ella se refería a los misiles o proyecto de ellos) Me contaba que al final de la guerra Estados Unidos y Rusia se repartieron los científicos alemanes que se rindieron.
- Diez para cada uno papito, así se los repartieron, ellos son los inventores de los      aviones sin piloto – me decía.
Otra señal de los últimos tiempos era que la homosexualidad aumentaría y volveríamos a ser como Sodoma y Gomorra.
Mi madre como buena adventista era mujer dedicada a su iglesia, no solo de palabra sino de acción. Era una entusiasta participante para las campañas de captación de nuevos fieles, e incansable repartidora de folletos cuando se trataba de ir a tocar puertas. 
-         Vamos hijito, vamos acompáñame a repartir los trataditos y folletitos aquí en Pando, vamos apúrate.
Salía a regañadientes, pero aceptaba. Ya no era un niño sino más bien un adolescente de 16 años y me daba tremendo “roche” hacer ese trabajo. Mi madre tocaba las puertas y unas se abrían y otras no. Pero cuando lo hacían yo me daba maña para estar ya en la cuadra de enfrente o al costado, bastante lejos.
Al llegar a casa ella me recriminaba cariñosamente mi falta de fe, pero por mi parte no le podía decir que para mí no representaba nada, no le encontraba sentido.
Gracias a su perseverancia fue inevitable aprenderme de memoria dos salmos, el 23 y el 146, que no niego haberme servido en momentos difíciles de mi  vida y que no me quedó más recurso que aferrarme a ellos.  Mi madre era reiterativa con la persecución a los adventistas y me sembraba algo de temor.
-         Nos van a perseguir, y entraremos a las cárceles por que la Iglesia romana va a dictar una ley universal que el día de reposo siga siendo el domingo y no el sábado hijo, entonces tendremos que salir y huir.
Yo trataba de explicarle que eso era casi imposible, que la libertad religiosa ya era una realidad y ese tipo de hechos eran de otros tiempos, aun más, que los católicos también habían sido perseguidos y le mencionaba, en ese entonces, el caso del Papa Juan Pablo II, quien estudió  su sacerdocio casi escondido en Polonia  por la ocupación rusa. Pero más podía las predicciones de su llamada profetisa Elena G. de White, autodenominada “espíritu de profecía”
El apocalipsis dice que la Iglesia Católica va a pasar por grandes problemas hijo, se va a corromper de tal manera que será una crisis muy fuerte y allí para salvar a sus fieles, van a promulgar la ley dominical y seremos perseguidos. Y vaya que casi se cumple, porque la crisis de hace una década de la Iglesia romana con sus casos de pedofilia y otros, sí que la está pasando terriblemente mal, pero, lo de la persecución si me pareció hasta hora un pronóstico descabellado.
El primer recuerdo que tengo de lo que eran los pastores, iglesia y adventismo, lo escuché cuando tendría unos siete años en nuestra vivienda en Chorrillos. Estábamos en la ventana de la casa cuando mi madre se puso a llorar emocionada diciéndome – hijito allí viene el Pastor –cual mamita, no veo ni a las ovejitas – (cerca estaba la hacienda Villa y veía con mucha continuidad a las familias pasteando sus ovejas) – no papito, la oveja soy yo- me dijo. Ella estaba emocionada porque el Pastor venía a un lugar lejano como Chorrillos a verla y darle lecciones de la biblia. Era un joven muy, pero muy alto, de nacionalidad brasileña como su esposa, ambos altísimos.
Poco tiempo después se formaría una Iglesia de la que mi madre era una activa participante. Nunca he llegado a entender porque no me integré plenamente al adventismo, muchas cosas me parecían  lógicas y aceptables, pero otras definitivamente fuera de lugar.
Así crecí dentro de una dicotomía y mundos ambivalentes; de lo que se llamaba: la vida mundana y la cristiana. La bohemia del viernes, impostergable e inevitable, y asistir al día siguiente nomas a la Iglesia, con tranca, resaca y todo. Ya en los noventas y con mi madre acosada por los males de la edad y un cáncer inmisericorde que la atacaba, me presionaba para bautizarme a como dé lugar (mamá falleció a mediados de los 90’s). Por mi parte ya tenía definido que mi caso no encajaba para nada en ese mundo cristiano, y con esas reglas y mandatos que en algún momento ya detestaba. Sin embargo por darle esa alegría a mi desconsolada madre que me repetía frecuentemente – hijo si no te bautizas, no nos vamos a encontrar en la segunda venida de Cristo y no estarás para reunirte con nosotros -  en algún momento acepté, ocultando mi malestar.
Un buen día me dijo que se venía una campaña de bautismo en la Iglesia y que tenía dos meses para prepararme. Me repetía que el mundo ya casi se iba a acabar y la segunda venida del Señor estaba cerca y me daba el slogan de la campaña “¡Cristo viene pronto, prepárate!”
Llegado el día mi madre estaba emocionadísima. No recuerdo la hora, pero ya estábamos en el templo. Había varios hermanos esperando su turno conjuntamente conmigo. De pronto el diácono me llamó haciéndome una señal – es su turno hermano – me dijo -. Subí al púlpito y luego baje por unas escaleras que daban a una suerte de pequeña piscina, era el bautisterio y donde me esperaba el Pastor.
-         ¿Acepta usted hermano que el día sábado es el día del señor y el que debemos de guardar, tal como lo manda Dios en sus mandamientos?
-         Sí.
-         ¿Acepta usted hermano a la hermana Elena G. de White como la fiel representante del espíritu de profecía, como lo detallan las santas escrituras?
Aquí me quedé dudando que responderle, fatalmente nunca estuve de acuerdo con sus escritos, no creía además que fuera una profeta y menos inspirada por Dios. Siempre me pareció una buena escritora y evangelizadora, nada más. No aceptaba sus reglas dogmáticas y  escritas en otro tiempo. Pero, que podía hacer allí, ya parado frente a un Pastor que me miraba algo extrañado de no darle una respuesta, quien ademas tomaba mis manos con una de las suyas y la otra sobre mi nuca, listo para zambullirme. Vi en esos segundos de silencio su mirada sugiriéndome que responda, algo que yo interpretaba como - ¡habla jugador!  Asi que para no hacerla más larga, le respondí.
-         Si Pastor, claro que acepto.
Entonces me pareció que al echarme de espaldas al agua lo hizo con cierta fuerza voluntaria, en todo caso con una excesiva y subliminal rapidez que yo sentí como una llamada de atención, por haberme demorado. Al salir del agua, pese a mi inconformidad y mala onda, tenía la lejana y remota esperanza que luego podría sentir alguna emoción, algo en el estómago, cosquillitas que me pudieran sorprender y pensar que había tenido algún contacto divino. Nada de nada, no sentí nada, solo tenía frio y con ganas de sacarme esa ropa. Me quedé muy contrariado, desconsolado y algo deprimido, mi actitud contrastaba con la de mi madre que afuera me esperaba sumamente feliz y bañada en lágrimas, repitiéndome que por fin teníamos ganada la vida eterna. Mientras mi madre me abrazaba y me llenaba de besos yo dudaba de haberme ganado el cielo, tenía por allí unos pecadillos inconfesables, que esperaba  se hubieran enterrado realmente en esas aguas del bautismo.  Al salir de la Iglesia y al encontrarme con un cielo despejado, alumbrado por un esplendoroso sol, comencé a sentirme mejor. De algo estaba absolutamente seguro, que allí no era el lugar para mí, que mi cuota ya había sido pagada y que no regresaría más. 

Las Guerrillas de 1965


Escribe: Nelson Manrique  La republica.pe

Luego de la traumática experiencia de la barbarie senderista es complejo entender por qué los guerrilleros de 1965 gozaron de una amplia simpatía y por qué los militares que los combatieron y derrotaron decidieron amnistiarlos apenas cinco años después.
Para entenderlo, es necesario comprender la situación del Perú de los años 50. Entre 1930 y 1956 –con apenas un pequeño paréntesis democrático entre 1945 y 1948– el Perú vivió lo que Basadre denominó “el tercer militarismo”. La oligarquía había perdido legitimidad y se mantenía en el poder apoyándose en las Fuerzas Armadas y la represión, cerrando el paso a cualquier intento de transformación social. Los partidos populares estaban fuera de la ley y la censura y la autocensura generaba un ambiente cultural castrante y opresivo, vívidamente reconstruido en Conversación en La Catedral de Mario Vargas Llosa. Los países vecinos habían logrado modernizar sus estructuras sociales y políticas a través de los populismos: Getulio Vargas en Brasil, Perón en la Argentina, Lázaro Cárdenas en México, el Frente Popular de Gutiérrez Cerda en Chile, el MLR en Bolivia. Mientras tanto, el Perú permanecía estancado, con la vida política bloqueada.
Pero grandes transformaciones se agitaban en la profundo de la estructura social peruana. Estaba en curso una grave crisis agraria, producida en primer lugar por el crecimiento de la población rural y la falta de tierras. La Comisión de Reforma Agraria y Vivienda, creada por Manuel Prado y presidida por Pedro Beltrán en 1959, advirtió en su informe que toda la tierra disponible no alcanzaría sino para apenas un 25% del campesinado. Esto provocó dos procesos de consecuencias trascendentales: 1) la más grande movilización campesina desde Túpac Amaru II, entre los años 1956 y 1964, que alcanzó su culminación con la ocupación de cientos de haciendas en la sierra sur y la sierra central; y 2) la migración de millones de pobladores de la sierra a la costa y del campo a la ciudad, que cambio el rostro del país. 
La crisis involucró también a las modernas plantaciones capitalistas costeñas. Hacia 1950 estas aportaban alrededor de un 50% de las divisas que el país captaba por exportaciones, pero para 1969 este porcentaje había caído al 16%. Hasta fines de los años 50 la balanza comercial agrícola era favorable: por cada 100 dólares de productos agrícolas que se exportaban se gastaba solo 39 en importar alimentos. Pero para 1968 el saldo se volvió negativo; eran más los dólares que se gastaban en importar alimentos que los que ingresaban por las exportaciones agrícolas. El sistema terrateniente tradicional estaba condenado.
En las urbes surgían nuevos sectores sociales, que planteaban nuevas demandas. Un proceso de industrialización incipiente había fortalecido a un joven proletariado y la expansión del Estado provocó el crecimiento de sectores sociales medios, como los maestros y los bancarios, cuyos reclamos que se sumaban a los de los obreros y de los millones de migrantes que necesitaban vivienda y crearon las barriadas, que reclamaban servicios básicos: transporte, agua, luz, titulación.
Todo el país estaba movilizado en el campo y la ciudad y demandaba cambios. La nacionalización del petróleo era una bandera que levantaba hasta El Comercio. La necesidad de una reforma agraria, de modificar la distribución de la riqueza y modernizar el Estado eran comprendidos hasta por las Fuerzas Armadas, que habían creado el Centro de Altos Estudios Militares, y la Iglesia, en la que surgieron las comunidades cristianas de base, que darían lugar después a la creación de la Teología de la Liberación. Luego del triunfo de la Revolución Cubana, en 1959, hasta el gobierno norteamericano demandaba cambios estructurales en América Latina, a través de la Alianza para el Progreso, creada en 1961 para impedir que cundiera el mal ejemplo cubano. 
Solo se oponían a las inevitables transformaciones la oligarquía y los gamonales. Pero en 1956 el Apra abandonó definitivamente su línea antiimperialista y antioligárquica al formar la Convivencia, en alianza con Manuel Prado. En 1963 amplió esta alianza con la incorporación de la Unión Nacional Odriísta, el aparato político del tirano que había masacrado a los apristas una década antes, y desde el Parlamento se dedicó a bloquear sistemáticamente todas las reformas propuestas por el gobierno de Fernando Belaunde.
Así, dirigentes juveniles apristas radicalizados, en alianza con jóvenes marxistas provenientes de la vertiente del Partido Comunista, como Guillermo Lobatón Milla y Paul Escobar, se declararon marxistas, declararon que se proponían realizar una revolución y fundaron el MIR, cuyo comandante general, Luis de la Puente Uceda, cayó en combate el 23 de octubre de 1965, hace 50 años.

Ladrón de libros: humor en medio del caos


Comentamos el cuentario Ladrón de libros, del escritor peruano Jorge Cuba Luque que acaba de ser reeditado por Campo Letrado Editores.

Por Jaime Cabrera Junco

La lectura de Ladrón de libros, cuentario publicado por primera vez en 2002 y que Campo Letrado ha reeditado en una bella y cuidada edición, me resultó muy entretenida. La palabra entretenimiento, asociada últimamente a lo banal, debe ser considerada en este caso un mérito, pues Jorge Cuba Luque (Lima, 1960) nos presenta cinco relatos que fluyen sin baches gracias a su lenguaje sencillo y debido a que el autor matiza con eficacia el humor, la ironía y el suspenso. Todo esto enmarcado en un contexto histórico que actúa como un factor clave de la acción de los personajes.
¿Qué tienen en común los cinco relatos que componen este libro? Podríamos decir que la constante en estas historias es el afán de escapismo de sus protagonistas, todos ellos jóvenes y estudiantes que, quizás por eso mismo, son conscientes de la situación social y política que les rodea. Aun en el exilio los recuerdos de la patria siguen presentes. El Perú de los 80 e inicios de los 90 impulsa a los personajes a evadir a un país al borde del abismo. Esta situación aparece como telón de fondo y como una referencia para subrayar por qué estos hombres huyen o pretenden hacerlo. Sin embargo, no estamos ante un libro panfletario.
El cuento Ladrón de libros me atrapó y me llevó a imaginar las peripecias de este rebelde peruano que llega a París a seguir un postgrado de Derecho. Las aventuras de cómo inicia este temerario pasatiempo y a la par de sus aventuras sentimentales destilan humor fino, pero también allí, desde la lejanía, aun en la ciudad más literaria y romántica del mundo, aparece la imagen del Perú. Aunque algunas veces de manera involuntaria, el protagonista no deja de estar pendiente de lo que sucede en su país. ¿Estamos ante un simple y anodino ladrón de libros? ¿No ocurre nada más interesante? Aunque el título parece sugerirnos, el robo de libros no es lo fundamental. Otros temas que afloran en este relato son el amor, la soledad, la sensación de desamparo, pero que lejos de ser nostálgica o lastimera nos muestra por momentos a un ser cínico que aspira a vivir bien.
Junto a este relato destaca el último, titulado Preguntas y respuestas, que tiene una impronta ribeyriana que no revelaré para no arruinarle la gracia al lector. Este cuento de época nos remite a la década de los 80 en donde toda esperanza parece perdida excepto por un programa concurso de conocimientos emitido por la televisión que se vuelve como un salvavidas para salir a flote en un Perú en jaque por el terrorismo y la crisis económica.
Estos son los dos relatos que más disfruté de este libro que nos muestra a un autor que sin adornos ni lenguaje rebuscado sabe contar una historia. La lectura del libro ha sido un divertimento que vale la pena emprender para contrastar la mirada de nuestro país que hoy se jacta de su crecimiento económico.

Fuente: www.leeporgusto.com

¿Y ese par de piernas?


Por: Néstor Rubén Taype
El centro de Lima aún conservaba cierto orden antes de ser asaltada por los ambulantes. Existía una numerosa cantidad de agencias de viajes que tenían como punto medio la Plaza San Martin. El Jirón de la Unión y la avenida Colmena era transitada  por  muchos turistas que se hospedaban en el Crillón y el Bolívar, emblemáticos hoteles que  trasmitían progreso. El país había dejado atrás una prolongada dictadura y un engranaje político había trabajado exitosamente para su reencuentro esperado con la democracia. Los partidos políticos en su lucha por los votos en las nuevas elecciones estaban en pleno apogeo y un candidato ofrecía explícitamente el retorno de los medios expropiados por la dictadura a sus antiguos dueños. En ese entonces  trabajábamos para una prestigiosa línea de aviación nacional que había instalado sus oficinas de atención al público en el viejo hotel Bolívar.  
Alli  recibíamos diariamente la visita de los agentes de viajes y público en general.  Dentro de este ámbito aerocomercial existía una gran cantidad de personas que habían pasado buena parte de sus vidas en este negocio, como también bullía una nueva generación de jóvenes que ingresábamos por primera vez a la vertiginosa vida de los viajes y turismo. Éramos los veinteañeros de principios de los ochentas, muchachos que luego del fragor del trabajo salíamos a tropel como si fuera el recreo de la escuela rumbo a la diversión  a como dé lugar, tratando de aprovechar las horas que teníamos disponible hasta el día siguiente.  Queríamos disfrutar la vida como si esta se fuera acabar mañana mismo.   La convivencia con las agencias de viajes fue como una gran familia a pesar que esta se dividía entre las dos más grandes aerolíneas nacionales de aquella época según sus preferencias. De allí que nacen dentro de esta familiaridad muchísimas anécdotas  y algunas de ellas resultan  simplemente inolvidables. 
Recuerdo a Liza, una bella jovencita que parecía haber salido recién de la secundaria, haciendo sus pininos en una agencia de viajes que manejaba el  segmento de turismo receptivo. Su oficina se encontraba muy cerca de la nuestra y por esa razón de vez en cuando la teníamos visitándonos por razones de su trabajo. Un buen día nuestra amiga  tuvo un serio problema de conexión con un grupo de turistas americanos que se habían quedado varados en Lima, muy preocupada me llamó para decir que vendría a la oficina y buscar una solución. Aquella mañana se apareció estrenando uniforme, blusa y falda distribuidos en  colores de azul, blanco y rojo. A pesar de encontrarse muy contrariada por el problema surgido hizo esfuerzos para hablarme con la mayor  tranquilidad. Indudablemente pese a su juventud trasmitía la sensación que era una mujer de armas tomar. Hubiese deseado hacerle algún comentario sobre la nueva tenida en la que estaba enfundada y que lucia impresionante,  pero el momento no lo ameritaba ni tampoco su humor. La ganancia visual era imperdonable no hacerlo, así  que preferí guardarme mis flores y grabar en mi disco memorioso la imagen presente.
                   - Bueno amigo, ¿crees que tu jefe puede recibirme?

          - Si, él ya sabe, solo déjame avisarle a la secretaria que ya estás aquí.
Al regresar a mi escritorio ella me contaba con detalles todos los inconvenientes que estaba  teniendo y la presión constante de su gerente que llamaba desde su oficina central de Miami; de pronto aparecieron dos compañeros que haciéndome señas me llamaron.

         - Compadre dile a tu amiga que no sea mala compadre, que no sea mala, choche esa   minifalda está prohibida por el gobierno, dile que la vamos a denunciar por abusiva.
Sus palabras salieron casi susurrando y con una seriedad que parecía estar dando una mala noticia, el otro lo acompañaba con el mismo gesto adusto, todo era un ardid para husmear a la presa, tremendos tiburones que eran.
Entre tanto el tiempo seguía transcurriendo y nuestra adorable visita comenzaba a incomodarse. Se sentaba y se paraba continuamente y entre que leía la revista Tráfico para entretenerse, su rostro tomaba diferentes colores; de una palidez mortal pasaba a un rojo encendido de furia retenida, su cabello negro parecía más negro que de costumbre.

         - ¿A qué hora crees que me va a atender tu bendito jefe amigo?
Estábamos cerca de una hora de espera y el reciente y novísimo jefe de ventas no salía y la secretaria tampoco  la llamaba pese que yo había ingresado repetidamente a decirle que el caso de esta agencia era urgente.  Tan impaciente la veía que en algún momento me  imaginé que ya no resistiría más y se iba a ir directo a la oficina del jefe y después de patear la puerta le diría en su cara pelada por qué demonios no la atendía.  Después  pensé que con toda razón explotaría y se iría defraudada de mi poca ayuda, y diría que mi jefe era un tal por cual y que buscaría en el aeropuerto una mejor ayuda en la gerencia comercial. Sin embargo sacándome del escenario donde yo me encontraba, tenso y preocupado, me dijo – ¿y no me has comentado nada de mi nuevo uniforme? – yo sorprendido solo dije – oye esta chévere - Chévere era una estupidez con lo que le hubiera dicho realmente, pero no me dio tiempo a relajarme como ella sorpresivamente lo estaba. 
       
          - Préstame tu baño amigo porfa – me dijo

         -  Allí mismo - le dije, señalándole el lugar.

Dos compañeros que pasaban, al verla retirarse, se me acercaron a ametrallarme a preguntas sobre la “flaca” y decirme que casi todos los “patas” de reservas habían salido a ganarse.  A los pocos minutos ella  regresó  y me pidió que por favor vaya donde mi  jefe por última vez para saber si la recibiría o no.  Justamente en esos momentos llegó el mensajero de su agencia para decirle que su gerente urgía hablar con ella lo más antes posible. De pronto nuestro esperadísimo jefe que tenía un típico nombre ruso, salió por fin a decirle no sé qué cosa a la secretaria. Luego su vista se dirigió a mí y después a nuestra amiga, entonces haciendo un ademán con la cabeza me indicó que me acercara.

          - ¿Quién es ese par de piernas?  me dijo casi susurrando.

          - Alguien que te está esperando hace casi una hora.

          - ¿Y porque no me avisaste?

           - Claro que te avise, ella es de la agencia que tiene el problema del grupo de turistas   varados en Lima – le volví a recalcar.

          - Sí, pero no me dijiste que…..

          - Estoy escuchando todo chicos – dijo la secretaria

          - Ok, dile que pase, ¿cómo se llama?

          - Liza, se llama Liza y es de la agencia, bueno, aquí lo dice en su carta, te lo dejo.
El jefe llamó a mi anexo a darme las indicaciones respectivas de cómo se arreglaría el problema del grupo y los gastos que la empresa iba a cubrir.
Finalmente nuestra amiga salió muy contenta y satisfecha por las atenciones brindadas.  Me dio las gracias por la ayuda prestada y fue hacia las escaleras para retirarse, pero se detuvo y regresó.

         - Oye amigo – me dijo - tus "patas" son unos sapasos, y tu jefe también, bye,bye.

" LA COCINA DEL INFIERNO" de Fernando Morote.

Entrevista de  Néstor Rubén Taype.

Fernando Morote, residente en la ciudad de Nueva York es autor de "Poesía Metal-Mecánica" (1994), "Los quehaceres de un zángano" (2009), "Polvos ilegales, agarres malditos" (2011), "Brindis, bromas y bramidos" (2013)  nos sorprende esta vez con una nueva producción literaria, “La cocina del infierno”. Ni bien nos enteramos por las redes sociales de la novedad, fuimos en su búsqueda vía telefónica para que nos brinde mayor información sobre esta nueva publicación. Aquí la entrevista.

Fernando hola, acabamos de leer por Facebook de tu nueva publicación “La cocina del infierno” ¿podrías darnos más detalles al respecto y cuando estará disponible para los lectores?

Por supuesto. El libro acaba de subirse a la plataforma de Amazon y está disponible en versión impresa y en Kindle. Es un conjunto de 3 relatos largos cuyos temas giran en torno al circuito de la inmigración. Empieza en Lima con un grupo de jóvenes enfrentado a la frustrante y desesperante realidad de un país en manos de gobernantes que no piensan en el progreso ni el desarrollo de nadie sino que contribuyen a aumentar el clima de asfixia existencial y alimentan el deseo de fuga masiva. Algunos de ellos abandonan el barco y en el extranjero intentan recomponer sus vidas,  estableciéndose con sus familias, pero en ese proceso se enfrentan a nuevos y quizás más duros desafíos. Años más tarde regresan a la patria y descubren que su experiencia como exiliados voluntarios les ofrece el privilegio de contribuir desde su posición al desarrollo de la comunidad en que crecieron.
Cada relato está escrito en un tono y con una intensidad diferente. La voz del narrador también cambia. Intento combinar el drama con el sarcasmo y el humor.

 -En estas historias nos hablas sobre la vida del inmigrante y acaso también del famoso sueño americano, que a veces suele tornarse en pesadilla. ¿Cómo la pasan tus personajes en esta lucha?

El segundo relato, “La cocina del infierno”, sustenta la teoría de que el sueño americano es una mentira. De ahí el título. Si alguna vez fue cierto, para el personaje de la historia se esfumó, quedando en el recuerdo de otras épocas vividas por otras personas. Las condiciones actuales, con la escalada de restricciones y represiones, le dejan un margen cada vez más estrecho de realización. Sin embargo, como en todas las situaciones de crisis, aprende que tiene frente a sí un cúmulo de nuevas e insospechadas posibilidades.

-Fernando, sabemos nosotros como inmigrantes que la rutina de vida aquí en este país es terriblemente fuerte, el trabajo está siempre en primer, segundo y tercer lugar de prioridad; cuéntanos un poco  ¿cómo haces para conseguir los espacios disponibles para escribir y no perderse en el intento con éxito?.

Escribir es un lujo por el que hay que pagar. Tengo que robar tiempo para hacerlo. Antes pensaba que lo ideal para mí sería dedicarme sólo a eso. Pero ahora creo que sería muy aburrido y tampoco podría mantener a mi familia. Necesito un poco -a veces bastante- de caos para ponerme en acción. Escribo, corrijo y repaso en las luces rojas, en los estacionamientos de los 7-11, mientras espero a mis clientes en los edificios (trabajo como supervisor de una compañía de limpieza). Luego en casa me las arreglo para poner en orden lo producido durante el marasmo del día.

-Como es tu cercanía  con las redes sociales, que no existían en los noventas, con  una relación “sui generis” de estar cerca de todos y la vez tan lejos. Un mundo virtual en la que nos enteramos de todo y casi de todos. Quizás algún amigo tuyo que no te ve por años, diga al ver esta noticia “manya, el flaco todavía escribe…y vive en Nueva York”  Un medio por el que recibimos  noticias malas y buenas y que muchas veces minimizan nuestros sentimientos. ¿Has pensado escribir algo sobre la convivencia que tenemos con las redes sociales, con este medio fabuloso que es el internet?

Uso mucho las redes sociales. Son una excelente herramienta para difundir mi trabajo. Comparto en ellas mis cuentos y artículos que se publican en diferentes revistas digitales. Durante un año se publicó en el Periódico Irreverentes de Madrid, por capítulos semanales, mi novela “Polvos ilegales, agarres malditos”. Luego me enteré de que varios lectores que seguían el texto por la red lo consiguieron en una librería de Lima. Incluso supe de alguien que lo compró en una librería de Long Island, donde yo vivo. ¿Cómo llegó ahí el libro? No tengo idea. Fue una sorpresa.

De hecho, es una alegría saber, por los comentarios dejados en las publicaciones, que tengo lectores –algunos de ellos muy entusiastas- en diferentes países. Sin dejar de mencionar, naturalmente, la facilidad de poder conectarme regularmente con el resto de mi familia en Perú y Chile y reencontrar en distintas partes del mundo amigos con quienes había perdido comunicación por años.
Además tengo en carpeta un nuevo libro que incluirá un relato sobre las actividades de un grupo de escritores conectados al mundo a través de la internet. Una posibilidad que hace unos años era imposible de concebir, ahora se ha vuelto realidad gracias a la tecnología. Pero el espíritu humano, así como ciertas mentes brillantes, siguen cerrados. Un grupo de talentosos autores, ignorados por el sistema editorial tradicional, encuentran el modo de compartir su trabajo con un público ávido de nuevas y frescas propuestas, huyendo de lo convencional y de lo intelectualmente aceptado. Será sin duda una sátira, un vehículo para reírme de mí mismo y de mis fantasías como escritor.

-Fernando agradecemos el tiempo que nos has dispensado para nuestro blog, ¿deseas agregar algo más?

Ha sido un placer. Muchas gracias por tu interés, lo aprecio de corazón. Con el apoyo de un amigo, otro escritor peruano, Arturo Ruiz-Sánchez, estamos planeando presentar “La cocina del infierno” en la biblioteca de Corona, Queens durante el próximo mes de Julio. Mientras tanto si alguno de los lectores de tu blog desea adquirir un ejemplar, lo pueden encontrar aquí:
http://www.amazon.com/cocina-del-infierno-Relatos-inh%C3%B3spito/dp/1511643633/ref=sr_1_1?s=books&ie=UTF8&qid=1428867079&sr=1-1&keywords=la+cocina+del+infierno+fernando+morote
 

 
 




Fernando Morote. Piura, Perú-1962. Escritor y periodista. Autor de “Poesía Metal-Mecánica”, “Los quehaceres de un zángano”, “Polvos ilegales, agarres malditos” y “Brindis, bromas y bramidos”. Actualmente vive en Nueva York.






 

 

 

ANTOLOGÍA DE NARRATIVA PERUANA "LA NUEVA OLA"


 
El interesante cuento “Mi amigo Aldo” del escritor Héctor Rosas Padilla ha sido incluído en una importante antología de cuentos que acaba de publicar el sello “Vicio Perpetuo. Vicio Perfecto” que dirige el destacado poeta y narrador Julio Benavides Parra.
Basta mencionar que en esta antología figura el nombre del literato y profesor Eduardo González Viaña, internacionalmente conocido por sus grandes novelas, para ver con mucho respeto y seriedad este libro. Con él aparecen otros 32 autores, entre los cuales hay quienes enaltecen a la literatura peruana.

El cuento de Rosas Padilla versa sobre sus andanzas y travesías con el mejor amigo que tuvo en su adolescencia y parte de su juventud. Con este cuento, él quiere rendir un homenaje a la amistad.
Tanto el título del cuento como el nombre de su autor es mencionado en un excelente y acertado comentario que hace Winston Orrillo, quien es Doctor en Letras. Profesor principal de las universidades de San Marcos y San Martín de Porres. Premio El Poeta Joven  del Perú. Autor de más de 20 libros de poesía, 10 de ensayos y 3 de cuentos. Periodista profesional colegiado.

Orrillo, quien también publica un cuento en la mencionada antología titulada LA NUEVA OLA, escribe: “Uno de los temas que más sobresalen (en la antología) es el de las reminiscencias de la etapa escolar y de la recién abandonada infancia,  vigente en textos como los de Jorge Luis Roncal “La Promo”,  o en el excelente de Mario Guevara Paredes, “Patrick”, y, asimismo, en “La moneda”, de Luis Fernando Cueto, o el de Javier Gonzalo Bernal  Aguedo, “Mi ropa de domingo” y “Mi amigo Aldo” de Héctor Rosas Padilla.
En otra parte de su comentario Orrillo dice: “Otra  virtud del libro que reseñamos, es que arremete contra el odioso centralismo capitalino, e incluye textos de autores de Ayacucho, Arequipa, Huancavelica, Cusco, Caraz, Cañete (tierra de Rosas Padilla), Chimbote, Cajamarca, Piura, La libertad, el Callao, entre otros puntos del vasto territorio nacional”.

“Y, además, muy bien que se ponga la obra de los consagrados junto a la de los bisoños: esto les enseñara mucho a los nuevos narradores, y servirá, asimismo, para hacer más ubérrimo el panorama de la prosa ficción que no por gusto, sea como fuere, ya nos ha dado un Premio Nobel”, termina diciendo Orrillo.
Héctor Rosas Padilla, cuyos escritos difundimos a través de este blog, estudió periodismo en San Marcos de Lima. Es autor del poemario “Cuaderno de San Francisco”, y del libro de ensayos “La educación y los hispanos en los Estados Unidos de América”, publicado por la editorial Palibrio. Ha obtenido importantes premios en poesía y fotografía. Figura en varias antologías poéticas mundiales y ha sido entrevistado por la cadena de televisión UNIVISIÓN.
 

PERSONAS DESAPARECIDAS



Por: Jorge Cuba Luque   
Fuente: CUENTOS PERUANOS CONTEMPORÁNEOS

Una cosa es verlo en una película o leerlo en los diarios o en un libro, pero otra y muy distinta es cuando uno se levanta una mañana para ir a trabajar y no sólo no encuentra a su mujer en la cama, sino que tampoco encuentra ni sus vestidos ni sus cosméticos ni nada de ella, como si nunca hubiera vivido en la casa y lo único que a uno se le ocurre hacer es dar una sonrisita nerviosa diciéndose a sí mismo que se trata de una broma pesada y que en cualquier momento todo volverá a la normalidad. Fue exactamente lo que me ocurrió a mí hace ya un buen tiempo cuando, luego de una noche de un sueño muy pesado, desperté a día siguiente y mi mujer no estaba; primero creí que había tenido que salir de la casa por alguna urgencia extrema, pero inmediatamente pensé ofuscado que tenía un amante y había decidido irse con él dándome antes un somnífero pero ¿y sus cosas?, ¿cómo habría tenido tiempo para llevarse todas, lo que se dice todas sus cosas, desde los libros y discos que ella misma había comprado hasta sus vestidos, sus zapatos, su cepillo de dientes y, por supuesto, su ropa interior, incluidos unos calzoncito sexys que le había regalado en su último cumpleaños.
A pesar del desconcierto, la confusión y el enfado que sentía, tuve que apresurarme en salir a la oficina porque tenía una cantidad bárbara de trabajo acumulado que de ninguna manera podía aplazar. En el trayecto, en un taxi decrépito pero veloz, intentaba vanamente una explicación. Yo sabía muy bien que había habido muchos casos de gente que ha desaparecido sin dejar el menor rastro y jamás se ha vuelto a saber nada de ella; en algunos países vecinos esto ha ocurrido de manera sistemática e incluso, sin ir muy lejos, aquí en Lima, ha habido trabajadores y estudiantes que se esfumaron misteriosamente y de quienes nunca más se ha vuelto a tener la menor noticas. Pero estas desapariciones —en las que nunca me interesé— estaban de alguna manera relacionadas unas con otras, y además las personas desaparecidas habían sufrido previamente amenazas y persecuciones, pero no era este el caso de mi mujer (su nombre me lo callo para evitar posibles complicaciones a quienes la hubieran conocido); ella era una mujer que no se complicaba la vida con problemas que no le concernían personalmente, igual que yo, y es por esto que su desaparición me intrigaba aunque no descartaba del todo que, como ya lo he dicho, me hubiese abandonado.
Decidí mantener lo ocurrido en secreto, así que en la oficina me comportaba de la manera más natural posible, sin mostrar el menor signo de inquietud; nadie me preguntaba por mi mujer, es más, cuando charlaba con mis compañeros y hacíamos referencia a fiestas o reuniones del pasado, yo aparecía siempre solo, no obstante que yo recordaba perfectamente haber ido con mi mujer. Sin embargo, opté por tomar esta desaparición de la manera más favorable para mí sin que esto significara, por cierto, que olvidara que una persona había desaparecido. De esta manera, después de mucho tiempo, pude empezar a ahorrar cada mes algo de mi sueldo (mi mujer no trabajaba, era yo quien solventaba los gastos de la casa) y, también, a disfrutar de una inesperada soltería: a menudo bebía más de la cuenta y regresaba a casa embriagado, tuve algunas aventuras amorosas, me echaba a vagar sin ton ni son por la Colmena, sorteando una multitud de vendedores ambulantes y, a veces, en la plaza San Martín o en la Dos de Mayo, me detenía absorto a contemplar una manifestación de obreros quienes terminaban, por lo general, siendo perseguidos y apaleados por la policía y, al final, todos los que estábamos por ahí en ese momento nos íbamos corriendo empapados por los chorros de agua de los carros antidisturbios.
Las semanas se fueron pasando y yo no hacía nada por tratar de ver a mi mujer; verdad que ya no nos amábamos como antes, pero en cierta forma creo que con mi silencio y pasividad estaba aceptando el hecho de su desaparición, ya no sólo física, sino también la de su recuerdo, y quién sabe si era yo mismo, actuando así, el que la estaba haciendo desaparecer cada día más irremediablemente, como seguramente ocurría con que habían desaparecido antes, pero de los que nadie se atrevía a hablar.
Por motivos de trabajo últimamente había estado pasando muchas horas a solas con la gerente de ventas de la empresa y, aun cuando soy un simple empleado administrativo, noté que le agradaba y le resultaba interesante y que ella, a pesar de ser unos quince años mayor que yo, también me agradaba e interesaba. No voy a hablar aquí de nuestra relación (baste decir que fue apasionada), pero sí diré que fue la única persona en la que pude confiar luego de la desaparición de mi mujer, sobre todo a partir de una tarde húmeda y gris cuando, mientras recorríamos a pie la interminable avenida Arequipa, me contó que el abogado de la empresa había desaparecido hacía tiempo pero, aparentemente, nadie lo había notado o nadie quería hablar del tema. Le conté entonces lo de la desaparición de mi mujer y de pronto empezamos a recordar a personas a las que ya no veíamos más,  como el camarero del Cordano, ese viejo y silencioso bar casi oculto a espaldas del Palacio de de Gobierno, o el vendedor de diarios de la esquina de la oficina, o aquel periodista tan simpático que trabajaba en la televisión, y otros más, todos como si se hubiesen perdido para siempre en la bruma del invierno limeño.


Quizás fue cobardía, pero ni ella ni yo queríamos arriesgarnos a desaparecer de un momento al otro, así que cuando me propuso irnos del país acepté de inmediato. Ella compró los pasajes de avión y además llevaba un dinero con el que viviríamos unos meses, mientras encontrábamos trabajo. A modo de despedida decidimos tomarnos una copa en el Cordano; como yo salí primero de la oficina, me adelanté y fui a esperarla. Cuando pasó una hora y no llegó me inquieté por su tardanza, y cuando pasaron dos salí corriendo a buscarla, presintiendo lo peor. En la empresa, todos, incluida su secretaria, me dijeron que no la conocían ni sabían quién era ella; fui luego a su casa y encontré que ahora vivían dos ancianos con los que era imposible hablar. Desde ese día no se ha comunicado conmigo, y de mi parte no tengo cómo ubicarla.  Yo me quedé con mi boleto de avión, pero, la verdad, no sé qué es lo que debo hacer ni a quién acudir; no sé si embarcarme en el próximo vuelo o quedarme aquí y esperar a desaparecer en cualquier momento, mientras los demás siguen como si nada. 

Mi papá se fue a comprar pan y no volvió


Por: Néstor Rubén Taype
"Recuerdo que cuando tuve uso de razón y veía en la escuela que mis amigas iban con sus padres a las actuaciones, sin más preámbulos le pregunté a mi madre si tenía papá. Ella me respondió  - si tienes mamita, pero un día se fue a comprar pan y nunca más regresó -."

"No me dio otra explicación más al respecto. Semanas después  mientras desayunábamos las dos solas en casa comenzó a contar la verdadera historia de la partida de mi padre. La familia de él nunca vio con buenos ojos el matrimonio con mi madre y trató por todos los medios en separarlos. Así, se dio la oportunidad que él se fuera a los Estados Unidos,  a pesar que nuestra situación, como me explicaba mi madre, no era del todo mala.
Luego de viajar mi padre, no daba señales de vida y su familia tampoco le brindaba ninguna información a mi casa. Despues de cinco años de silencio apareció una carta dando finalmente su paradero. Para esto, el lugar donde vivíamos con cierta comodidad tuvimos que abandonarla por falta de dinero y nos fuimos a vivir a una quinta en una de las calles del Callao. A partir de esa fecha mi madre recibía su mensualidad puntualmente, la cantidad era de doscientos dólares mensuales.  Mi vida transcurrió con normalidad, aunque debo de reconocer que me daba envidia no tener un papá como mis amiguitas, envidia que se transformaba en rencor y odio. Alguna vez una compañera del salón se burló de mí por no tener papá y terminé arañándole la cara y jalándole los pelos. Me costó una seria llamada de atención y si no  me gané la expulsión fue por los ruegos de mi madre y la situación en que vivíamos.
Mi madre me dijo un día que mi padre vendría a Lima en una semana y me avisaba para prepararme anímicamente a conocerlo. Regresaba después de veinte años, me dejo cuando yo tenía apenas un año de edad.  Mis sentimientos estaban confundidos, lloré de saber que lo conocería y tenía muchísimas preguntas que hacerle, me sentia una chica con muchos demonios en  la cabeza
El reencuentro de mi padre fue sumamente frio, yo era la más afectada y quien quería que mi padre diera las disculpas del caso y me respondiera miles de preguntas, mi madre lo miraba como a un desconocido.  Él manifestó que ya tenía otra familia en Estados Unidos y que deseaba sanar su conciencia por su actitud de irse, yo le pedí que se reuniera solo conmigo. Luego de acceder a mi pedido y estando a solas con él, le dije que para perdonarlo solo deseaba que le comprara una casa a mi madre. Que la vida en la quinta era insoportable y que no era justo seguir allí. Pasado el año, volvió a Lima a cumplir su promesa y compró un chalet en una urbanización en Bellavista, a donde nos mudamos inmediatamente. Diez años después me pidió para darnos la residencia en los Estados Unidos.
Yo me vine y conviví con mi padre y su nueva familia en Virginia. Mi madre ya había fallecido luego de una penosa enfermedad. Pase algunos años con mi padre en su casa y su nueva familia. Mi estadía en esos años con él nunca despertó el ánimo o el deseo de amarlo como padre.  La frialdad de él también era evidente y era un dolor más.  Los años transcurridos no habían pasado en vano y no siempre los finales son felices. La señora con quien se casó tenía dos hijas que no eran de mi padre y eso aún me molestaba. La casa grande que los alojaba seguramente con el esfuerzo de papá, daba calor y comodidades a quienes no era sus hijas, dejando a la propia a los azahares de la vida. No parecía justo.
Murió mi padre y me vine a California a vivir con mi mejor amiga.  Paradójicamente en una de las visitas que recibía de mi enamorado de Lima, me embaracé. Aunque él  reconoció a mi hija, nunca quiso venir a radicar aquí. Algunos años después viaje a Lima para aclarar las cosas con él, me confesó que se había casado y tenía ya una familia formal.  Cosas de la vida, le daré a mi hija una vida sin padre, como la que yo tuve.  Obviamente que aquí no tiene ninguna culpa mi padre ¿verdad? o sí"


*Rossana radicó algunos años en Nueva Jersey (donde me contó su historia), en California estudió enfermería , sigue siendo una madre soltera.

Los yunaites y mi padre.



Por: Néstor Rubén Taype

"Después de  once  años regresó a Lima, al barrio de San Martin de Porres ¿y sabes lo que hizo de arranque?  me sacó de la escuela técnica de la Marina.  Yo quería ser médico pero mi padre nunca se quiso comprometer a pagarme los estudios, me dijo que era una carrera muy cara. Entonces mi tío me ofreció postular para enfermería en el CITEN. Por supuesto que yo acepté e inmediatamente me fui a una academia, pasado algunos meses  ingresé a la escuela.  Pero mi viejo llegó de los Estados Unidos y lo que hizo fue retirarme de la Marina. 
Me dijo que postulara para ser Administrador de Empresas que era la carrera que yo necesitaba, que me metiera en los negocios que él había dejado.  Mi viejo había tenido una fábrica de lámparas y no le fue nada mal. Solo que a la primera caída que tuvo se deprimió y no pudo recuperarse como todo el mundo esperaba.  
Con las lámparas hizo buen billete y tenía su stand todos los años en la Feria Internacional del Pacifico. Luego que el negocio se le cayera y al no tener la voluntad de levantarlo nuevamente, optó por irse a los Estados Unidos con mi madre y dejarnos a mi hermano y a mí, a cargo de mis abuelos.  Se fue cuando yo tenía siete años. Hasta esa edad no tenía ningún buen recuerdo de él.  Siempre me pegó  y era un dictador en la casa, los golpes  fueron su mejor virtud.  Estuvo un mes en Lima, y se fue dejándome en el aire, fuera del Citen y sin postular a ningún instituto ni universidad. Me puse a chambear para ayudar  a los abuelos porque a pesar que mi padre seguramente hacia sus envíos, no era suficiente. Conseguí con mucha suerte  trabajo en una gran empresa de cosméticos y luego de especializarme  en el manejo de las computadoras, comencé  a ganar mi dinero.  Pasaron los años y mi viejo venia cada dos o tres años a Perú, junto  con mi madre. En realidad yo ya me había acostumbrado a vivir sin su presencia y me era totalmente indiferente. Con la modalidad de Pandero, así como era el famoso “pandero” volkswagen, me compré mi departamento.  Toda vez que conversábamos terminábamos en bronca por sus malos consejos que no  venían al caso. Yo le decía que ya tenía mi vida propia y que no aceptaba sus recomendaciones. Hablé con mi madre muchas veces para que se divorcie, pero ella no quería. Le preguntaba a mi madre si tenía ahorros y ella respondía que todo su cheque se lo daba a mi padre.
Un buen día mi abuelo me dijo que había llegado un sobre de consulado americano para mí. Recién me enteré que mi padre me había pedido, y debía seguir todos los pasos especificados en la carta. Este petitorio también incluía a mi hermano. Luego de interminables trámites y pagos ya tenía fecha para partir a los Estados Unidos. No estaba muy animado, mi vida aquí en Perú no era del todo mal, ganaba bien, pero pensaba que allá podría ser mejor y comenzar una vida nueva a mis treinta y siete años. Me alojé en el departamento de mis padres en Newark comprometiéndome a estar solo seis meses hasta que me instalara bien.  
Le pagaría el cuarenta por ciento de la renta para ayudarlos y así fue.  Un día que llegué a casa, mi padre me esperaba para sorpresa mía.  Entonces me dijo que se había enterado que yo tenía un departamento en Lima y  porque no lo vendía. Me recriminaba igualmente la razón de haber comprado un terreno en el distrito de Ate.  Me decía porque no vendía todo eso y  me olvidaba de Lima. Que para eso me había dado lo papeles.  Hasta allí me parecía una exageración y nada más, con no hacerle caso nada pasaría, era mi vida. Pero de pronto se puso violento y se me acercó amenazante tomándome del brazo. Recordé todos los golpes que medio de niño y cada vez que visitaba Lima. Los palazos y correazos, que aguanté intimidado por su autoridad. Súbitamente y como un acto reflejo lo empujé fuertemente.  
Luego de trastabillar se dio contra la puerta y se dejó caer quedándose sentado en el piso. Vi a mi padre y me pareció que me envidiaba, que yo hice lo que él no pudo hacer,  no triunfar plenamente en la vida, pero si salir airoso y seguir siendo emprendedor.  Lentamente me acerqué hacia él y le dije sin levantar la voz – viejo, el chiquillo a quien lo retiraste del Citen y que le sacabas la mierda infinidad de veces, ya no existe.

Ha pasado un año de ese incidente y fui a Lima a casarme y traer a mi hijo, espero pronto tener a mi familia aquí conmigo. Igualmente sigo invirtiendo dinero en propiedades en Lima y tener algo en que sostenerme cuando ya viejo y jubilado me toque regresar. Mi padre sigue en su departamento con mi madre, hace poco se ha comprado un auto del año, que me pareció descabellado.   Veintiocho mil dólares en deuda y cinco años de crédito para pagarlo a sus sesenta y ocho años. Me insinuó sutilmente que lo ayudara a pagar. No lo entiendo. Le hice nuevamente la invitación a mi madre para que se separara y se viniera a vivir conmigo, pero nuevamente se negó.  Cuando le cuento de esta propuesta a mis amigos, se echan a reír, pero para mí no es broma, siempre le dije a mi madre que ese hombre no le convenía.  A veces me pregunto ¿por qué demonios me tenía tanta bronca mi viejo?"

* Gerardo vive en uno de los suburbios de Nueva Jersey, me dijo  "cuando los 'viejos' se vienen a este pais, algo se rompe para siempre, a pesar que te vuelves a juntar hermano" Esta fue su historia.

Puedes leer una historia sobre la guerra con Chile en este  link.
http://holaflorencio.blogspot.com/2009/08/sangre-de-hermanos-de-ignacio-lopez.html

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