El país de la soledad.



Por: Néstor Rubén Taype

De pronto dejó su asiento y sin mayores preámbulos  dio rienda suelta a sus mejores pasos de baile, comprimidos seguramente en esa soledad agobiante. Al ondulante ritmo de un tema de moda danzó por unos cuantos segundos,  después  regresó  y tomando el vaso lleno de cerveza, bebió  apurado rebalsando el licor;  al terminar se limpió la boca con sus manos varias veces,  y eructó  sonoramente.


Yo estaba sentado en una de las mesas de la barra de los “Polacos” en alguna ciudad de Nueva Jersey, acompañado  de mi mejor amigo, quien me había dado la mano para ubicarme en este país  – Vamos   a tomar unos tragos – me había dicho, para celebrar mi primer cheque cobrado después de quince días de trabajo.  –Y por si acaso yo invito – me aseguró.  Llegamos y después de acomodarnos, frente a nosotros estaba un señor entrado en años quien amablemente se acercó a saludar a mi amigo, y luego a mí.

-¿Recién llegado verdad?  - Si – le respondí –   tu cara lo dice todo

Regresó a su asiento y mi amigo me dijo que era un colombiano con muchos años aquí, era un tipo solo quien no se había vuelto a casar después que su mujer lo dejó y se fue a vivir con otro. Permanecimos en la barra unas tres horas y lo primero que me llamó la atención era la cantidad de hombres solitarios bebiendo.  Al tipo que bailó catapultado por el entusiasmo de unos tragos lo vería constantemente en la ciudad siempre solitario.
 Mientras me dirigía al baño, un  portugués  me detuvo a medio camino para preguntarme quien era mejor para mí, ¿Pelé o Eusebio?   - Pelé – le respondí – El portugués ebrio poniendo su brazo sobre mi hombro dijo con  un español marcado por su acento – eso es lo que te han hecho creer los fucking periodistas -. Iba a continuar con su speech , pero le dije que estaba apurado por ir al baño.  Dejamos la barra y después despedirme de mi acompañante llegué a mi cuarto alquilado a encontrarme con mi soledad. Esta escena se repetiría por algunos años, luego de cualquier bullicio de estar con los amigos o quizás después de una fiesta, el final era siempre el mismo: a tu cuarto solo, mañana trabajas para enviar plata a Lima. En unos meses lo más notorio que yo veía en este país era el resentimiento y frustración de mucha gente,  no por falta de dinero, que no faltaba, sino por la vida que se llevaba. Los centros de trabajo eran los lugares donde muchos depositaban sus resentimientos a través de los maltratos y abusos especialmente con los “nuevos” recién llegados.  En mi ciudad me conocía a todos los solitarios, hombres y mujeres que estaban aquí por más de diez años. 
Me daba cuenta que no eran locos, pero tenían algo que los diferenciaban de los demás, algún rezago de locura involuntaria guardaban dentro de sí, producto de esa ausencia de compañía, la  que yo estaba probando al llegar a mi cuarto,  y que a veces me desesperaba.  A muchos de ellos los veía siempre refugiados en sus audífonos huyendo de la  realidad, una forma de escapar del mundo que seguramente ya odiaban.  Era 1999 y aun el internet no era un lujo de casa como ahora, íbamos a las bibliotecas para conectarnos y enviar emails a la familia.  Como yo no quería terminar medio loco ni tampoco quería con vivir con mi familia por internet y teléfono;  durante los tres años que permanecí solo en este país, ellos vinieron dos veces al año de visita. 
Me resistía a ser uno más de aquellos que daban mil excusas para justificar porque no traían a sus hijos o esposas ni siquiera por una vez.  Al cuarto año traje a mi familia definitivamente y de allí transcurrieron diez más como si hubiera pasado un verano.  
Los solitarios seguían viviendo y aumentaban con cada separación de parejas. Los matrimonios desechos por conseguir papeles, las esposas que se regresaban a sus países de origen por no resistir el modo de vida que se hacía aquí. Los casos en que uno de ellos simplemente los abandonaba por haber conseguido mejor calidad de vida en otro estado. La soledad asomaba siempre. El facebook era el espejo de la personalidad de sus participantes, especialmente de los solitarios y solitarias que se caracterisan por sus posiciones radicales, contrarias a la racionalidad y exponiendose a insultos mucha veces vejatorios que increiblemente soportaban,
Por si no lo saben  la soledad en todas sus formas, es uno de los  costos más altos que se tiene que pagar cuando se decide emigrar.  Un buen día regresamos a nuestro país y nos parece lejano haber pasado tan larga temporada en un lugar extraño en la que el dinero se podía conseguir trabajando muy duro, en la que el trabajo prevalece absolutamente sobre todas las cosas, y los billes pueden empapelar tu vida. Puedes inclusive ser exitoso sin haber perdido a tu familia, aunque, a decir verdad esto no sea un lujo de las mayorias.





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