"Campo Marte"


Por: Néstor Rubén Taype
Bueno ahora escucha la mía compadre lo que me pasó fue la muerte. Estábamos en la década del setenta y yo había quedado en verme con mi costilla, así se decía en esa época, costilla que roche; quedamos en vernos a las  ocho de la noche, después de salir de mi chamba en la Plaza San Martin. Entonces, frente al Branza (una pollería de ese tiempo) nos encontramos muy puntuales. Yo era un chibolo de dieciocho años y estábamos con ganas de vacilarnos en esa Lima nocturna que se comería nuestra juventud. 
El asunto era solo "planear" así se decía cuando solo ibas al "chape" nada más, la "jermita" era algo "zanahoria" y no te permitía mas cositas. ¿A dónde vamos? me preguntó ella - vamos nomás - dije yo. Bajamos por la calle Belén y cruzamos una cantina llamada "El canchón" a dónde íbamos con la mancha a chupar, luego seguimos caminando y en la misma cuadra estaba el famoso "Munich" una taberna que quedaba en los bajos y que hasta esa fecha yo aún no conocía; meses después pasaría una agradable e inolvidable anécdota en ese lugar. Cruzamos la avenida Wilson y una cuadra más allá  se veía el inmenso elefante blanco que era en ese entonces el edificio del seguro social. Mole de cemento de grandes columnas que hacia un laberinto de esquinas y rincones asolapados era pues el territorio ideal de las parejas "planeras" aquellas que iban solo por el agarre y búsqueda del roce, de la fricción suicida, del toque, toque; de eso que al día siguiente te permitiera decir a los amigos " Ayer estuve chapando en..."
Dimos unas cuantas vueltas y no encontramos nada - puta mare - todo apartemente estaba ocupado. Nuevamente recorrimos con más calma los vericuetos del monstruo de cemento, incluyendo el piso de abajo - y maldita  sea - todos estuvo lleno. La hora corría y nada, pero de pronto un patita que planeaba con su hembrita nos vio por segunda vez y me dijo - flaco, anda para abajo, al museo - lugar donde hoy está esa pila de aguas tan famosa. Así que para allá fuimos embalados con la esperanza de encontrar el arbusto más bacán o el árbol desocupado, pero todo fue inútil y nada hermano, había un manchón de gente y hasta dos parejas por árbol, claro una en cada extremo, para que no se sapeen. ¿Y ahora?  - decía yo ¿Qué hago? Al lado de este parque estaba la Ballena, un restaurante de esa forma bien chévere donde había trago y comida, pensamos ir para allá, pero el asunto era que queríamos "planear" y no deseábamos comer nada, quizás lo haríamos, pero después. La flaquita me decía - ya mejor vámonos, otro día - pero yo decía ni hablar, no me voy a quedar en "bolero" ni de a vainas.
Entonces  me acordé del Campo Marte, por allí había  ido algunas veces y era tranquilo así que para allá nos fuimos volando. A pesar de ser grande el bendito parque estaba bastante lleno y comenzamos a buscar un buen lugar, hasta que por fin  valió la pena  el sacrificio de la bendita búsqueda. Encontramos unos granados bastante grandes que nos permitía un ambiente cómodo, discreto y el grass estaba limpio. Respire tranquilo y dije por fin se me hizo. La flaquita ya sabía a lo que venía y nos acomodamos, echaditos primero conversando y conversando de huevadas, previo al chape. La noche no era tan noche, era de luna llena y la fulana alumbraba como fluorescente, pero ni modo esa luz no se podía apagar. Entonces manos a la obra, un besito  suave con cariño y luego avanzando de a poquitos, besito con lengua, una mordidita, todo marchaba bien, solo a lo lejos se escuchaba alguno que otro claxon de un apurado microbusero y nada más. La noche brillante nos acompañaba y nosotros como pajarillos en un nido nos revolcábamos, eso sí vestiditos, ya lo dijimos, era solo chapes frotando nuestros corazones, nuestros sentimientos y otras cosas, En una de esas movidas yo daba la espalda a la bendita luna enfrascado en mis ocupaciones con la flaca, cuando sentí algo así como bbrrrrr y una fuerte respiración, pero me pareció algo lejana.
Habría pasado algunos segundos cuando el grito de la flaca retumbo en mi oído, un grito como si hubiera visto a un cadáver o algo así. Me di vuelta y otra vez el bbbrrrrr mucho más cerca que continuó con un fuerte resoplido. Mientras el grito de la flaca se transformó en un terrible llanto, Un equino muy bien equipado con montura, bridas y todo el accesorio requerido para estos nobles animales, nos miraba meneando la cabeza; era manejado por un jinete uniformado que nos miraba cagándose de risa. El tombo carbrón se seguía riendo mientras el corcel  se movía de atrás para adelante como si se nos viniera encima. Yo me puse de pie y cogí mi saco que era de mi uniforme azul de la chamba y ayudé a la flaca a pararse. Ella, una vez levantada le dijo las frases célebres al tombo -  por favor señor policía no me lleve a la comisaría -  voz que iba acompañada de un interminable sollozo que la ahogaba. El tombo ni la miró y me dijo - flaquito hoy es día de resurrección, mira cuantos muertos están vivos y los vivos caminan, así que ahora, afuera !afuera!  Mientras nos íbamos pude ver como media docena de caballos  y muchas parejas saliendo del Campo Marte. La flaca seguía llorando y repitiendo la pregunta incansablemente – ¿Y ahora que le digo a mi mamá?

LA PELICULA DE HOY “The killing”, obra maestra de Stanley Kubrick para el cine negro

 
                                                                                                             
Por: Fernando Morote
Ninguno de estos tipos es un delincuente, en el sentido usual de la palabra”, afirma Sterling Hayden cuando le cuenta a su novia Coleen Gray el plan que ha ideado para embolsarse 2 millones de dólares de la taquilla de un hipódromo.
Hayden no es aquí el matón de “The asphalt jungle” (“La jungla de asfalto”, 1950); es el cerebro de la operación, un ex-presidiario de Alcatraz que al obtener su libertad busca una solución permanente -y rápida- a sus aspiraciones económicas (algún fanático insensible dirá que en la actualidad 2 millones de dólares sólo sirven para comprar un departamento diminuto en la parte más deprimida de Manhattan, pero nadie puede negar que en 1956, año en que se rodó la película –y aun a la fecha-, le arreglaban la vida a cualquiera).
Sus convocados son 2 empleados del hipódromo: un cajero (Elisha Cook Jr, de recurrente aparición en otros clásicos del género) y un barman (Joe Sawyer, famoso por encarnar al Sargento O’Hara en la serie de televisión “Rin tin tin”), ambos afligidos por las demandas de sus respectivas esposas; la una devorada por la frivolidad, la otra postrada en cama por un trastorno de salud. Al grupo se unen 2 individuos buscando asegurar su futuro a toda costa: un policía corrupto y ambicioso (Ted di Corsia) y un contador a punto de jubilarse (Jay C. Flippen).
El proyecto incluye, además, contratar 2 profesionales cuya única función es crear disturbio entre el público y distraer la atención de los guardias de seguridad. Uno de ellos, ex luchador dedicado ahora al ajedrez (Kola Kwariani, as de la lucha libre en la vida real), debe armar una gresca en los alrededores del bar; el otro, un tirador de extraordinaria puntería (Timothy Carey, integrante del elenco en otra cinta de Kubrick, “Path of Glory” -“Senderos de Gloria”, 1957) está a cargo de derribar al caballo favorito de la carrera, durante la cual se producirá el asalto.
El argumento de “The killing” no es diferente al de otros policiales. Lo novedoso es la forma de desenvolverlo. Kubrick narra la historia desde la perspectiva de cada personaje. Las mismas escenas se repiten una y otra vez, mientras el tiempo regresa continuamente al punto de partida, para explicar lo que cada miembro de la banda hace, piensa y siente durante los minutos previos y precisos de su participación personal en el atraco. La voz de un narrador invisible acompaña en todo momento la acción (artificio utilizado con idéntica eficacia por Roger Corman en “The St. Valentine’s Day Massacre” -“La matanza del día de San Valentín”, 1967-). En insustituible blanco y negro, los protagonistas en varias ocasiones sostienen conversaciones por encima o debajo de la luz de las lámparas, lo cual crea el perfecto ambiente -cómplice y sombrío- típico del cine negro.
Aunque el cine negro se denomina también así debido a la oscuridad de sus personajes. La presencia de las mujeres en “The killing” es crucial: la perra lujuriosa caracterizada por Marie Windsor, que no duda en traicionar a su esposo con tal de alcanzar sus metas arribistas, contrasta a la chica dulce e ingenua representada por la deliciosa Coleen Gray -cuya actuación no pasa desapercibida tampoco en los éxitos de 1947, “Kiss of death” (“El beso de la muerte”) con Victor Mature y “Nightmare Alley” (“El callejón de las almas perdidas”) con Tyrone Power, ni más ni menos-, que entrega su amor incondicional, incluso en trances criminales.
 La cinta exhibe sólidos elementos de suspenso y violencia extrema, como preludio a lo que Kubrick desarrollaría luego con mayor crudeza en “Clockwork orange” (“La naranja mecánica”, 1971) y “Full metal jacket” (“Nacido para matar”, 1987).
Muestra de ello es la fantástica escena donde el grupo reunido en el departamento espera la repartición del botín y, ante la sorpresiva llegada del codicioso amante de Marie Windsor (Vince Edwards, posterior estrella de televisión en los 60’), se desata una balacera descomunal que termina con todos acribillados, sus cuerpos ensangrentados y desparramados por el piso como una ruma de carne putrefacta.
Otra imagen memorable es aquella cuando, tras rendirse a las insufribles restricciones burocráticas antes de abordar el avión que lo llevará con destino a Chicago, Hayden contempla sus 2 millones de dólares volando por el aire a causa de un estúpido perro que se atraviesa en el camino y provoca una brusca maniobra en el transporte del equipaje. Considerando las circunstancias, el incidente no constituye una tragedia, pero provee el suficiente drama para ponerse a llorar y hasta logra despertar un grado de compasión hacia el espigado hampón quien, despojado ya de sus gestos duros, su fabuloso cinismo y hundiendo las manos en los bolsillos, se arrastra desolado por el vestíbulo del aeropuerto como un niño que ha perdido a su mamá.
No se pueden desdeñar, sin embargo, las secuencias en que sus pares abofetean sin piedad a Elisha Cook Jr. para castigarlo por revelar a su esposa secretos del trabajo, la discusión nerviosa en el vestidor del hipódromo entre Joe Sawyer y sus colegas mofándose de él cuando lo ven cargar una caja de flores que en realidad oculta el arma del delito, y la pelea en el bar donde Kola Kwariani luce su maciza musculatura y se despacha a su antojo desplegando sus habilidades de luchador profesional, así como las ansiosas gestiones que Sterling Hayden realiza sucesivamente en un motel, un terminal de buses y el buzón de correo de uno de sus compinches con el propósito de establecer su meticulosa cadena de contactos.
El detalle con la voz del locutor hípico describiendo a través de los altoparlantes lo que ocurre en la pista de carreras, mientras Hayden se calza la siniestra máscara de payaso y afina la escopeta para asestar el golpe final, es simplemente estremecedor.
Mención especial merece el exasperante cuadro en que el propio Hayden, en fuga ya para salvar el pellejo, se detiene sobre un terreno escampado a trasegar el dinero robado y se ve obligado, literalmente con el viento en contra, a empujar dentro de la maleta los 2 millones de dólares como si fueran un montón de basura.
La banda sonora diseñada por Gerald Fried (ganador de un premio Emmy en 1977 por la cortina musical de la serie televisiva “Raíces”) contribuye a crear una atmósfera de intensidad e incrementar la tensión en cada segmento.
“The killing” tiene una duración de hora y media y es conocida en español como “Atraco perfecto” o -peor aún- “Casta de malditos”. Tristes traducciones que no hacen sino desnaturalizar la esencia del film, pues el supuesto atraco perfecto fracasa rotundamente y la así llamada casta de malditos no encaja bien con un grupo de hombres que son movidos más por la desesperanza que por la villanía. A fin de apreciar en su completa dimensión una joya del cine negro como ésta, y no perder la fidelidad de los diálogos ni la energía de ciertas expresiones, es recomendable escuchar a los actores hablando en su propio idioma. Vale la pena comerse los subtítulos antes que soplarse el doblaje, inevitablemente fatal.
 
Fernando Morote. Piura, Perú-1962. Escritor y periodista. Autor de “Poesía Metal-Mecánica”, “Los quehaceres de un zángano”, “Polvos ilegales, agarres malditos” y “Brindis, bromas y bramidos”. Actualmente vive en Nueva York.

DECIRLO TODO SOBRE 'CONTARLO TODO'.

Comentario de Jorge Cuba Luque sobre la novela  "Contarlo Todo"
Fuente: rodolfoybarra.blogspot.fr

La publicación literaria más sonada del 2013 en el Perú fue la novela de Jeremías Gamboa, Contarlo todo. El libro fue lanzado al mercado mediante un gran despliegue publicitario en el que tomó parte Mario Vargas Llosa quien, allá y acullá, decía a cuantos lo escuchaban que la susodicha novela “es enormemente ambiciosa, muy bien escrita, muy bien construida”[1]. Los editores, por su parte, pusieron en el cintillo promocional del libro que “es una primera novela que sacude el panorama narrativo en lengua española”: espaldarazo contundente, calificativo laudatorio en extremo. ¿Se puede pedir más?
Aprovecho la invitación de este ya clásico Café Literario del CECUPE para compartir con ustedes mi opinión sobre Contarlo todo. Debo antes precisar dos cosas.  La primera: no he leído la novela. La segunda: a Jeremías Gamboa no lo conozco ni en pelea de perros. Sobre lo primero alguno de los aquí presentes me dirá “Señor Jorge, ¿cómo puede usted comentar un libro que no ha leído?” Paso por alto eso de “señor” Jorge…o bien emplea “señor” seguido de mi apellido o bien me llama simplemente “Jorge”, nada de “Señor Jorge”, porfa; entonces, ¿cómo puedo comentar un libro que no he leído? Facil: gracias a la del profesor Pierre Bayard, Comment parler des livres que l’on n’a pas lus. En cuanto a lo segundo el hecho de no conocer a Jeremías Gamboa me exonera de cualquier animosidad pero, cierto, también de cualquier afecto, y me quiero objetivo.
Ahora sí, digámoslo todo. Como se sabe, ya meses antes de la puesta en venta del libro, la prensa hablaba de él con un coordinado dejo ditirámbico, por el hecho poco usual de que iba a ser publicado por una de las editoriales de más poder en Europa, Mondadori, siendo Jeremías Gamboa casi desconocido fuera del Perú; aunque tiene en su haber un libro de cuentos, Punto de fuga, el nombre de Jeremías Gamboa es asociado en Lima sobre todo a su trabajo de periodista. Además de esto, la prensa enfatizaba que el manuscrito de Contarlo todo había antes llegado nada menos que a la legendaria agencia literaria de Carmen Balcells, recomendado por el mismísimo Vargas Llosa. Finalmente, la prensa resaltó la salida del libro pues Contarlo todo no pudo tener mejor lugar de presentación: la última Feria del Libro de Guadalajara. El libro fue pues lanzado como un producto eminentemente comercial con los mejores recursos del marketing. “Ahí está el detalle”, como diría Cantinflas.
En efecto, es ese detalle que en el Perú de las capillas literarias desató una polémica cuyo primer momento giró en torno a si un libro, una obra literaria, puede ser legítimamente promocionada como un producto comercial cualquiera. Unos van a decir que sí, otros van a decir que no. Personalmente pienso que sí y que no: un libro llega a los lectores mediante el circuito comercial —las librerías—, y hay un precio que el lector tiene que pagar para poseerlo, por eso pienso que sí; pero una novela es una creación artística, sus eventuales cualidades no pueden, no deben promoverse de la misma manera que otros productos puestos en venta, por eso pienso que no. En este caso, de lo que se ha tratado es de presentar Contarlo todo no como una obra literaria sino como un producto revestido por el éxito, apadrinado por un Premio Nobel y garantizado por una prestigiosa agencia literaria, así que comprar este libro es comprar éxito: el éxito de su autor, quien nacido en un medio social humilde triunfa más tarde como periodista y luego como escritor. Contarlo todo es un producto, sí, pero literario aunque en su promoción no ha habido prácticamente ningún comentario literario, como lo observa Marlon Aquino Ramírez[2] en su artículo sobre un reportaje de la televisión peruana que trata del libro de Jeremías Gamboa. Es este, a mi parecer, el primer el momento perturbador del lanzamiento de Contarlo todo.
El segundo aspecto que entró en polémica fue el tema de la novela. Se trata, como informan las páginas web que se han ocupado de Contarlo todo, de una “novela de aprendizaje”, esto es, la historia de un personaje por lo general joven, y cómo va dejando el estatuto de inocencia y/o dependencia en el que estaba al inicio de la historia hasta llegar a la culminación de un recorrido vital. Es el caso de la novela de Jeremías Gamboa, que es también un roman à clé pues los personajes e instituciones son identificables en el medio local. Repito, este ha sido otro  punto fuerte de la polémica…Gabriel Lisboa, el personaje central de Contarlo todo, lo logra todo: a despecho de su inicial estatuto social humilde logra estudiar en una exclusiva universidad de Lima, llega a trabajar en un importante medio de prensa de la capital, es reconocido como periodista, se consigue una novia pituca y triunfa como escritor: Happy end incontestable.
El argumento de Contarlo todo ha sido bien acogido por muchos lectores: aquellos que consideran que esta novela contiene un significado positivo, un ejemplo de la lucha contra las adversidades, y hasta plantean una pregunta: ¿por qué escribir siempre historias tristes, que terminan mal, sobre personajes derrotados? Contarlo todo presenta un happy end…¿cuál es el problema con los finales felices? Ninguno, obviamente. “Entonces, señor Jorge, es una bonita historia, un chico pobre que triunfa”. Otra vez “señor” Jorge…Ese no es el problema. Lo que ocurre es que el triunfo del personaje central es representado sin una relación de crítica con la realidad social excluyente ni con el racismo del cual Gabriel Lisboa ha sido víctima: él en realidad lucha por ser aceptado por el sistema de exclusión, ni siquiera lo cuestiona: la discriminación social y racial del Perú es presentada como un decorado, como el pretexto del autor para que su  personaje triunfe, lo que hace de Contarlo todo una suerte de novela de superación personal, como agudamente apunta el mexicano Guillermo Espinosa Estrada[3] al observar los desafíos que el personaje va encontrando y superando, ignorando todo conflicto social o político a despecho de su referente realista.
Pero ¿es una buena o mala novela? ¿qué es una buena novela? ¿una historia apasionante aunque esté mal escrita? ¿una historia aburrida pero bien escrita? ¿una historia que “engancha” al lector? En todo caso, Rodolfo Ybarra enumera una larga lista de flagrantes errores formales de escritura[4], y coincide con Jorge Frisancho quien habla “del tremendo descuido con al que algunos pasajes están escritos”[5], ambos comentarios situados en las antípodas de los elogios vertidos por Fernando Ampuero, Guillermo Niño de Guzmán y Alonso Cueto, quienes coinciden en sus alabanzas con las de su maître à penser, Mario Vargas Llosa quien habla de un escritor “perfectamente dueño de sus medios expresivos”...
Contarlo todo es en todo caso un éxito de ventas, y en estos tiempos vender mucho significa, en el Perú de hoy, ser bueno. “Amigo Luque” me dirá tal vez otro asistente al Café Literario, “¿no le habría gustado que Vargas Llosa lo apadrinara por su novela La rebelión los mutantes y que ésta hubiera sido editada por Mondadori?…”Amigo”, no más, Luque es mi apellido materno. Respondo: yo ya pasé la edad de tener padrinos; si Vargas Llosa hubiera escrito un artículo favorable sobre La rebelión de los mutantes desde luego no me habría molestado pero, francamente, hoy me interesa más la opinión de escritores jóvenes, si hablamos de escritores. Ahora, cuidadito con los padrinos literarios: uno puede enfadarse con su  padre, puede incluso “matarlo” como dice el sicoanálisis pero a nadie se le ocurriría matar a su padrino…¿qué va a decir Jeremías Gamboa si no está de acuerdo con alguna opinión de Vargas Llosa o si no le gusta por ejemplo su última novela, El héroe discreto? Va a estar “en un compromiso”, como se dice. Por otro lado, por supuesto que me habría  gustado que mi novela La rebelión de los mutantes hubiera sido publicada por Mondadori: todo escritor desea que su obra sea editada por una editorial con capacidad de difusión. Pero no habría aceptado recetas ni acomodado la línea argumental de La rebelión de los mutantes a la imagen que la editorial preconiza. Hay algunos escritores peruanos editados en España, y no hablo ahora de Jeremías Gamboa, cuyos personajes peruanos no viajan en carro sino en coche, no visten saco sino chaqueta, y tienen una escritura neutra que passe partout.[6] 
“Pero señor Jorge, usted qué piensa, Contarlo todo es buena o es mala?”. Y dale con lo de “señor” Jorge…Sospecho que debe ser una novela con méritos, como la agilidad de la narración y su capacidad de capturar al lector, aunque también con numerosos defectos formales y una excesiva superficialidad que hacen de Contarlo todo una novela banal, a lo mejor decorosa…evoquemos aquella boutade que Cervantes pone en boca del bachiller Sansón Carrasco: “No hay libro malo que no tenga algo bueno”. Lo cierto es que  el inmenso despliegue publicitario que esta novela ha recibido le ha hecho mucho daño en lo que a literatura se refiere; digo bien literatura pues, en lo que a ganancias contantes y sonantes se refiere, Contarlo todo se ha vendido como pan caliente.  En cuanto a Jeremías Gamboa, saludo el estoicismo con el que ha soportado este circo mediático sin haber caído en alegres  triunfalismos y, aunque ya haya contado todo, de contar más cosas en una próxima novela, que se preserve de estos fuegos artificiosos de la publicidad, si quiere y si puede. “Gracias por responderme, señor Jorge”. ¡Y ya deje de llamarme “señor” Jorge! ”Como usted diga, señor Jorge”.
                                                                                  Montauban, enero 2014





[1] « Qué nuevo autor peruano ha sorprendido a Vargas Llosa » ; El Comercio, 02.12.2013
[2] Marlon Aquino Ramírez, “Venderlo todo, a propósito del boom Jeremías Gamboa”, Leer Por Gusto.com
[3] Guillermo Espinosa Estrada, « Una novela de superación personal », Confabulario.eluniversal. com.mx
[4] Rodolfo Ybarra, « Contarlo todo o morir en el intento”, Limagris.com
[5] Jorge Frisancho, « Oportunidades perdidas », Lamula.com
[6] Recomiendo el artículo « La novela como mercancia », de Rafael  Lemus, en Letraslibres.com

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