"LAS BODAS DE REBECA"


Haciendo la presentacion con Enrique y Oscar
Estabamos muchos  de aquellos jovencitos y chicas que la conocimos en la década del setenta, rememorando anécdotas y travesuras que cometíamos los casi adolescentes que conformábamos el personal de reservaciones en nuestra querida aerolínea naranja. Pero el tiempo se había vencido, era la noche del sábado 18 de septiembre y al día siguiente nuestra jefa partiría rumbo a Miami y de allí a Lima.
Rebeca y los asistentes CF
Parecía mentira pero el sueño de traerla se había cumplido; después de cuatro días estábamos despidiéndonos en su habitación del Hotel Hampton inn en Harrison, Nueva Jersey. Estuvimos recordando todas las experiencias que pasamos junto a ella cuando llegamos al viejo Hotel Bolívar un mes de Octubre de 1974, lugar donde quedaba la oficina central de Faucett, ella era la Jefa de Pasajes y nos quedamos allí hasta que asumió la Gerencia Comercial. Fueron más de veinte años los que transcurrieron a su lado hasta la fecha en que nuestra aerolínea cerró sus puertas.  Ahora en el 2005 al verla nuevamente nos dio tremendo gusto que continuara con la misma energía y carácter y lejos de nuestros cálculos estuvo incansable en todas las actividades que realizamos.
En su habitacion con ella, rememorando
las buenas epocas en CF, casi madrugamos.
Las piernas son del flaco Quique. 
Fue una delicia escucharla contar todas  las vivencias que pasó en CF desde su labor como aeromoza y de todas las personalidades que conoció en esa época.  La noche del 17 de Septiembre fecha central de nuestra cena de confraternidad, La familia naranja de Nueva Jersey  brindó un entusiasta  homenaje a la señorita Rebeca Menacho por cumplir nada más y nada menos que cincuenta años al servicio de la Aviación Comercial en el Perú.  Igualmente a nombre del Alcalde de la ciudad de Harrison se hizo presente el concejal Víctor Villalta, quien hizo entrega de un presente por tan brillante trayectoria; APAVIT envió una carta de saludo aunándose gentilmente a éste homenaje. 
Con las chicas en el hall del hotel
Tuvimos una agradable cena y bailamos hasta la media noche, por lo demás agradecemos a nuestra "jefa" como aún la llamamos por aceptar nuestra invitación a pesar de sus  ocupaciones.
Con las chicas en el restaurant
Spanish Pavilion, Harrison  
Setiembre 2005
También por haberse dejado engreír un poco por sus hijos como ella nos llama y que a pesar de la distancia siempre la tenemos presente. Las gracias a nuestra querida amiga de toda la vida: Yolandita Guzmán por aceptar ser la dama de compañía de Rebeca en este inolvidable viaje.

El país de la soledad.



Por: Néstor Rubén Taype

De pronto dejó su asiento y sin mayores preámbulos  dio rienda suelta a sus mejores pasos de baile, comprimidos seguramente en esa soledad agobiante. Al ondulante ritmo de un tema de moda danzó por unos cuantos segundos,  después  regresó  y tomando el vaso lleno de cerveza, bebió  apurado rebalsando el licor;  al terminar se limpió la boca con sus manos varias veces,  y eructó  sonoramente.


Yo estaba sentado en una de las mesas de la barra de los “Polacos” en alguna ciudad de Nueva Jersey, acompañado  de mi mejor amigo, quien me había dado la mano para ubicarme en este país  – Vamos   a tomar unos tragos – me había dicho, para celebrar mi primer cheque cobrado después de quince días de trabajo.  –Y por si acaso yo invito – me aseguró.  Llegamos y después de acomodarnos, frente a nosotros estaba un señor entrado en años quien amablemente se acercó a saludar a mi amigo, y luego a mí.

-¿Recién llegado verdad?  - Si – le respondí –   tu cara lo dice todo

Regresó a su asiento y mi amigo me dijo que era un colombiano con muchos años aquí, era un tipo solo quien no se había vuelto a casar después que su mujer lo dejó y se fue a vivir con otro. Permanecimos en la barra unas tres horas y lo primero que me llamó la atención era la cantidad de hombres solitarios bebiendo.  Al tipo que bailó catapultado por el entusiasmo de unos tragos lo vería constantemente en la ciudad siempre solitario.
 Mientras me dirigía al baño, un  portugués  me detuvo a medio camino para preguntarme quien era mejor para mí, ¿Pelé o Eusebio?   - Pelé – le respondí – El portugués ebrio poniendo su brazo sobre mi hombro dijo con  un español marcado por su acento – eso es lo que te han hecho creer los fucking periodistas -. Iba a continuar con su speech , pero le dije que estaba apurado por ir al baño.  Dejamos la barra y después despedirme de mi acompañante llegué a mi cuarto alquilado a encontrarme con mi soledad. Esta escena se repetiría por algunos años, luego de cualquier bullicio de estar con los amigos o quizás después de una fiesta, el final era siempre el mismo: a tu cuarto solo, mañana trabajas para enviar plata a Lima. En unos meses lo más notorio que yo veía en este país era el resentimiento y frustración de mucha gente,  no por falta de dinero, que no faltaba, sino por la vida que se llevaba. Los centros de trabajo eran los lugares donde muchos depositaban sus resentimientos a través de los maltratos y abusos especialmente con los “nuevos” recién llegados.  En mi ciudad me conocía a todos los solitarios, hombres y mujeres que estaban aquí por más de diez años. 
Me daba cuenta que no eran locos, pero tenían algo que los diferenciaban de los demás, algún rezago de locura involuntaria guardaban dentro de sí, producto de esa ausencia de compañía, la  que yo estaba probando al llegar a mi cuarto,  y que a veces me desesperaba.  A muchos de ellos los veía siempre refugiados en sus audífonos huyendo de la  realidad, una forma de escapar del mundo que seguramente ya odiaban.  Era 1999 y aun el internet no era un lujo de casa como ahora, íbamos a las bibliotecas para conectarnos y enviar emails a la familia.  Como yo no quería terminar medio loco ni tampoco quería con vivir con mi familia por internet y teléfono;  durante los tres años que permanecí solo en este país, ellos vinieron dos veces al año de visita. 
Me resistía a ser uno más de aquellos que daban mil excusas para justificar porque no traían a sus hijos o esposas ni siquiera por una vez.  Al cuarto año traje a mi familia definitivamente y de allí transcurrieron diez más como si hubiera pasado un verano.  
Los solitarios seguían viviendo y aumentaban con cada separación de parejas. Los matrimonios desechos por conseguir papeles, las esposas que se regresaban a sus países de origen por no resistir el modo de vida que se hacía aquí. Los casos en que uno de ellos simplemente los abandonaba por haber conseguido mejor calidad de vida en otro estado. La soledad asomaba siempre. El facebook era el espejo de la personalidad de sus participantes, especialmente de los solitarios y solitarias que se caracterisan por sus posiciones radicales, contrarias a la racionalidad y exponiendose a insultos mucha veces vejatorios que increiblemente soportaban,
Por si no lo saben  la soledad en todas sus formas, es uno de los  costos más altos que se tiene que pagar cuando se decide emigrar.  Un buen día regresamos a nuestro país y nos parece lejano haber pasado tan larga temporada en un lugar extraño en la que el dinero se podía conseguir trabajando muy duro, en la que el trabajo prevalece absolutamente sobre todas las cosas, y los billes pueden empapelar tu vida. Puedes inclusive ser exitoso sin haber perdido a tu familia, aunque, a decir verdad esto no sea un lujo de las mayorias.





José Diez comenta sobre tres poemas del poeta Héctor Rosas Padilla



POR: JOSÉ DIEZ SALAZAR
“En  estos tres poemas de Rosas Padilla, publicados en la revista peruana SOL & Niebla, se podría citar como un devenir cronológico de sus inspirados trabajos, evocados desde una ciudad cosmopolita como San Francisco.
             En ellos, encuentro cierta apología imaginaria de sus imprecaciones en el tiempo soterrado de Lima de los años setenta. Un lenguaje imperativo trasluce y se proclama en el poema NOCHES CHORRILLANAS.
           En las relaciones de nuestra adolescencia marcaron sus frutos sentimientos prohibidos o tal vez ajenos a la realidad. Amores que se fueron eclipsando y, cuyos recuerdos acuden a los llamados de nuestra madurez, donde se percibe angustia o inocencia de lo acontecido.

En el poema SODOMA Y GOMORRA, Héctor no deja que sus versos se dispersen como soldados invisibles y ha construido su trinchera, ha confabulado con la nobleza gramatical la euforia de sus sentimientos.
           Comprende en estos casos que el amor en cualquier tiempo no persiste a la devolución de lo pasado. Un amor que pasó no le queda ya las huellas ni los actos que inspiraron a la aprehensión de la carne y los deseos.
            Es un manifiesto bastante lúcido de su trabajo, de su poesía.
           Quería anotar entre otras cosas que no siempre, en todo trabajo poético, se estile el triunfo de la gramática o la buena composición y técnica de la semántica, fruto del conocimiento. Poesía es más que todo emoción de los sentimientos gravitando como un ave el alto vuelo de la imaginación.
            En su poema MUCHACHAS DE SAN FRANCISCO la inspiración es más incisiva, cortante como la hoja de una gillete. La mirada azul-sueño que tanto inspiraron a dimiurgos, compositores y poetas, es la que ha socavado en/los lánguidos momentos de exaltación. Es lo que hoy nos ofrece la musa escandinava de las grandes ciudades con su belleza afrodisiaca y fugaz.
Con el merecido sarcasmo ante esos  ilusorios afectos que producen las divas en el exilio sentimental de sus inspirados poemas, resume la proeza dicotómica de los caracteres al término de sus versos… las muchachas inmi-sericordes de San Francisco pensaban compararlo con un grillo: me pusieron los zapatos encima, (la estocada final)”.

* JOSÉ DIEZ SALAZAR, poeta y dibujante peruano que radica en la ciudad de Amsterdam.


HÉCTOR ROSAS PADILLA, periodista, escritor y fotógrafo. Nació en Cochahuasí, Cañete, en 1951. Estudio periodismo en la Universidad de San Marcos de Lima. Es autor del poemario  CUADERNO DE SAN FRANCISCO (2009), y del libro de ensayos LA EDUCACIÓN Y LOS HISPANOS EN LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA,  editado  por la famosa editorial PALIBRIO. Ha obtenido importantes premios en las áreas de la poesía y la fotografía. Figura en varias antologías poéticas mundiales. Actualmente radica en California.          

CONVERSACIÓN CON UN BURRO

 
 
Por Héctor Rosas Padillla
 
Ni bien llegué, cámara en mano, al rancho donde se iba a realizar la boda que tenía que fotografiar, me llamó poderosamente la atención un pequeño asno y un chivo que se hallaban cerca al patio donde se desarrollaría la ceremonia y la fiesta. ¿Qué no debería extrañarme la presencia de estos animales porque es común verlos a montones en los ranchos? Pero en este caso sí me impresionó verlos porque  estaban bien acaramelados, como si fueran dos enamorados. El asno tenía su cabeza puesta sobre la cabeza del chivo. Era como si les encantara estar así, pues ni se movían ni hacían nada por separarse. Nunca antes había visto algo igual, ni siquiera en mi infancia que tuvo bastante familiaridad con estas criaturas. “Esta muestra de cariño entre estos animales tiene que ser inmortalizada por mi cámara fotográfica”, pensé.  Me informaron que los novios tardarían en llegar, por lo que, presuroso, me dirigí al lugar donde se hallaban estas dos criaturas de Dios, como diría San Francisco de Asís. Empezaba a fotografiarlos a través de la alambrada que cercaba una parte de su corral, cuando en ese momento vi que el asno se aparta del chivo y se encaminaba directamente hacia mí. Se detuvo ante la alambrada y, para mi asombro, comenzó a hablarme: “¿Por qué estás tomándonos fotos? No creo que sea porque tengamos la pinta de Enrique Iglesias. Ah, ya sé, seguro es porque te ha impresionado el inmenso cariño que nos tenemos mi hermano el chivo y yo. Sí, mi hermano, porque ahí donde lo ves es macho como yo. Pero el cariño que nos tenemos es tan inmensurable que así siempre nos van a ver, como dos enamorados”. “¿Qué? ¿Un asno que habla?”, murmuré sorprendido a la vez que a vuelo de pájaro me fijé en su vientre y comprobé lo que me había dicho acerca de su sexo. “Sí, soy un burro que habla, que ha roto su silencio porque ya no se puede seguir callado ante tanto desamor y enemistad que existe entre los seres humanos”. “¿Qué puede usted saber don burro de lo que sucede más allá de este corral?”, le pregunté. Y me respondió: “En primer lugar, para tu información, no soy nuevo en este rancho, llevo aquí hace ya varios años. Al chivo y a mí nos separaron de nuestros padres cuando éramos “chavales” y nos trajeron a este lugar.  Ahora vamos a tu pregunta: mira, yo sé mucho más de lo que tú crees. Sé lo que sucede en este pueblo y también lo que pasa en el mundo porque cuando el capataz de este rancho viene a alimentarnos al chivo y a mí, no hace otra cosa que hablar, mientras nos ve comer, sobre los sucesos del día con la persona que lo acompaña. Yo paro las orejas nomás, y quedo horrorizado por las cosas que cuenta de las peleas, en nuestra ciudad, de hermano contra hermano, por no comulgar con las mismas ideas políticas. O de las guerras de un país con otro, por un pedazo de tierra. O acerca de la corrupción de las autoridades, sobre todo, las de Latinoamérica. Por lo que dice sobre la corrupción yo creo que las ciudades  latinoamericanas deben heder mucho más que mi hermano el chivo. Ah, también me entero de estas cosas por la televisión”. “Espere don burro ¿Cómo es eso? ¿Usted ve televisión? Pero si por aquí no veo ninguno de estos aparatos. Y no creo que le dejen entrar a la casa del patrón para que vea la televisión. No me imagino a un borrico sentado en un sofá”. “Aunque soy un burro, a mucha honra, te pido que no me llames así. Ya que estamos entrando en confianza trátame de tú y llámame Catalino, que es como me llaman aquí. Mira, en este lugar no verás ningún televisor, pero en la entrada de la casa del dueño de estos terrenos hay uno para que los peones se entretengan después de la jornada de trabajo. Como yo tengo la libertad de caminar por cualquier parte de esta propiedad, por las tardes, después de realizar mis labores, acostumbro echarme muy cerca a esa caja que habla. Por supuesto que no es para ponerme a llorar con algún personaje de alguna estúpida telenovela, sino para ver los telenoticieros o algún documental sobre animales. Me gusta mucho verlos. Así que no pienses que soy un burro desinformado. Burro seré, pero no un burro que desconoce el acontecer mundial, como sucede con los “chavos” de ahora que no saben ni lo que pasa ante sus narices, a pesar que todo el tiempo están con ese bendito aparatito llamado tableta que puede llenarles de tantos conocimientos útiles y positivos. Uno de esos jóvenes, me da pena decirlo, es el hijo del patrón. Tampoco creas que los de mi especie somos unos animales estúpidos porque parecemos tener pelo de tontos por nuestra serenidad, sencillez y paciencia de santo. También porque entre las criaturas de la tierra somos los que más “chambeamos”, digo, trabajamos”. Aquí le interrumpo a don burro, perdón, a Catalino, para decirle: “Sé que ustedes son los que más se rompen el lomo, no necesitas recordármelo. Es por eso que existe la famosa expresión “trabajas como burro”. “Sí, he ahí la razón por la que los humanos cuando alguien trabaja más de la cuenta le dicen “trabajas como burro”. Pero sabes, amigo fotógrafo, yo no estoy de acuerdo con esta expresión porque muchos de ustedes, los humanos, también trabajan tanto como nosotros. Pensándolo bien, creo que no estaría mal decir que los burros “trabajan como humanos”. Porque, a decir verdad, hay miles de individuos en este país que laboran de sol a sol, y otros miles que trabajan hasta más allá de la puesta del sol y los siete días de la semana, por un salario de hambre. Y también, muchos, por un trato humillante, según lo pude ver en mi anterior hogar donde el capataz era un abusivo y explotador. Unos trabajan hasta doble turno por necesidad y otros para aumentar sus cuentas bancarias, según le escucho decir al patrón, quien sostiene que por llevar este modo de vida muchos padres dejan de lado a su familia y no se envuelven en la educación de sus hijos. Y esto lo puedo constatar en este rancho. Hay algunos peones que se quedan en la luna cuando el patrón les pregunta en qué grado de estudios están sus hijos. ¡Qué vergüenza! Ni siquiera saben eso. Nosotros los equinos no trabajamos por necesidad ni por dinero. Lo hacemos por pasto y agua, y por un espacio donde podamos convivir con los nuestros y con los de otras especies. Para eso se ha hecho la tierra, para compartirlo con todos. Y por qué no, también trabajamos por un buen trato, porque como tú debes saber nosotros odiamos los malos tratos. Parecemos ser sumisos, pero no lo somos ni nos agrada que nos humillen como sí parece que a muchos humanos les gusta. Cuando alguien quiere obligarnos, por ejemplo, que caminemos por lugares que nos desagradan, nos plantamos y no damos un paso así nos muelan a palos. He ahí la razón  por la que se nos conoce como tercos. El chivo y yo tenemos la suerte de vivir en este rancho donde se tiene un gran respeto a los animales, y se les quiere mucho, tanto así como nos queremos él y yo”. Al mencionarme al chivo me entró la curiosidad de escuchar de boca de Catalino lo que desde el principio quería saber: ¿Por qué ese gran amor fraternal entre ellos siendo dos criaturas totalmente diferentes? Su respuesta no se dejó de esperar: “Porque hemos crecido en este lugar que ahora es nuestro hogar, y en los hogares, pienso, debe reinar el amor y la paz. Y si en los hogares no hay esto, podrán ser cualquier cosa, menos hogares. Tal vez peque de pacifista e idealista, pero es mi modo de pensar. También para demostrarles a todos los que siempre nos ven bien acaramelados que sí es posible la fraternidad aun en criaturas de distintas especies. Te cuento que al principio nos mirábamos con desconfianza y recelo, debido a nuestra gran diferencia física: Yo con dos orejotas, y él con dos pequeños cuernos y una barbita. Pero con el correr de los días, y tras ganarnos la confianza el uno del otro, comenzamos a encariñarnos. Ahora somos más que amigos, hermanos. Hermanos que felices comparten el mismo corral donde comen y duermen. Hermanos que solamente se separan cuando me sacan de este corral para realizar mis trabajos en este rancho, trabajos a veces bastante divertidos, como el de pasear a algunas de las hijas del patrón. Pero otras veces, bastante duros, como el de cargar leña o el pasto con el que se alimentan los caballos y las vacas que hay aquí”. Para saciar mi curiosidad le pregunto a Catalino qué hace el chivo mientras él suda la gota gorda. “Él, debido a su cuerpo menudo y frágil, está liberado de laborar, o sea, no hace nada, nunca ha hecho nada, solamente vive para comer, dormir y dar vueltas en este corral y, sabes, eso a mí no me molesta ni incomoda en lo más mínimo. Al contrario, me alegra que no lo utilicen para nada porque así siempre le tengo en el corral y cuento con su compañía. Ahí donde lo ves con su cara de malo es muy tierno conmigo. Cuando regreso muy agotado de trabajar él me acaricia con sus cuernos o pone su cabeza sobre mi lomo cuando estoy durmiendo”. “Ya que me hablas de tus tareas en este rancho ¿te gusta realizarlos o quisieras llevar la buena vida del chivo?”, le pregunté a Catalino. No necesitó pensarlo para decirme: “Los hago con gusto. Y así no me agraden tengo que hacerlo porque para eso los burros estamos en la tierra, para servir como bestias de carga y medios de transporte. ¿Conformismo? No creo, cada quien tiene tareas que cumplir, y estas son las nuestras. De esta manera también les damos una razón de ser a nuestra existencia y colaboramos con nuestros amos, especialmente con aquellos que no pueden adquirir máquinas para hacer trabajos mecanizados en sus parcelas”. “Catalino, tú solamente hablas de servir como bestias de carga y medios de transporte. Pero yo he visto que ustedes los équidos tienen capacidad para más”. “No quería decirlo para no parecerte jactancioso, amigo fotógrafo. Esperaba que tú me lo dijeras, tú que has tratado mucho a los de mi especie en tu infancia, según dices. Estás en lo cierto, nosotros no sólo poseemos capacidad para hacer más sino también, por si acaso, para entender mucho más que los caballos. Lo he demostrado muchas veces en este rancho. Además, somos más valientes que los caballos. Ellos son propensos a padecer ataques de miedo. Y cuando se asustan echan a correr y no hay quien los pare. En cambio los burros, como tú habrás visto, de miedosos no tenemos nada, como tampoco de insensibles. Nosotros, al igual que los perros, podemos leer los sentimientos de los humanos, o sea conocer su estado de ánimo. Y esto no lo sostengo yo, lo escuché decir en un programa televisivo, en uno esos que veo por las tardes para culturizarme un poco. También dijeron en ese programa que los equinos somos inteligentes, tanto como los perros, ratas y cerdos”. Ni bien llegó a este punto, le interrumpí a Catalino para decirle: “Estoy de acuerdo con lo que dijeron acerca de la inteligencia de ustedes los asnos, y yo puedo dar fe de ello. Nosotros tuvimos en mi pueblo una burrita que hacía cosas increíbles, como llevarnos por los caminos menos escabrosos y más directos a los lugares donde queríamos ir. Era como si hubiera sabido de nuestra prisa por recoger la leña o el pasto a fin de regresar lo más pronto posible a casa para ponernos a jugar. Una vez que la cargábamos con una de estas dos cosas, no necesitaba que volviéramos con ella. Por más largo y complicado que fuera el camino, solita llegaba a nuestro hogar, y todavía sacándonos ventaja por muchos minutos. Como sabía cuál era su sitio en nuestra propiedad, tomaba el caminito que la llevaba hacia el corral, y entraba en él no sin antes abrir la puerta con su hocico. Enseguida rebuznaba como para hacer saber que estaba ahí y que la liberaran de su carga. Lo que nunca voy a olvidar es cuando en una ocasión se puso terca, mejor dicho se rehusó, conmigo en su lomo, a pasar por un puente de concreto que vio con algunas rajaduras y que horas después fue noticia en todo el pueblo: se había quebrado en muchos pedazos por no tener el cemento necesario. No soy un erudito en burros, pero estoy convencido, Catalino, que esa terquedad de ustedes, por la que son famosos, no es otra cosa que una de las muchas muestras de su inteligencia. ¿Qué hubiera sucedido si mi burrita hubiera pasado por ese puente? Con seguridad, los dos hubiéramos sufrido daños muy graves. Sin embargo, su terquedad nos salvó de esos daños, su terquedad de no hacer lo que yo quería neciamente que hiciera, pasar por ese puente. Tú que eres un asno, Catalino, y  sabes mejor que nadie hasta donde da tu masa cerebral, ¿qué me puedes decir sobre esa acción de mi burrita?”. “Dejo a un lado la humildad que nos caracteriza a los equinos para rebuznarle al mundo, perdón, para gritarle que los burros no somos burros.  Lo que no quiso hacer tu animal -estoy de acuerdo contigo, amigo fotógrafo-, no es más que una de las tantas señales de nuestra inteligencia. Por eso a mí me irrita cuando el capataz de este rancho califica de burros a ciertos políticos que son criticados en la televisión por no hacer bien su trabajo. ¿Por qué llamarles burros? Nosotros tenemos la inteligencia que necesitamos para sobrevivir y servir lo mejor posible al hombre. En cambio, a los humanos Dios les ha dado una inteligencia sin límites. Y si ciertos humanos no la han desarrollado, ¿qué tenemos que ver los équidos con su incapacidad? ¿Qué culpa tenemos que algunos ciudadanos sin preparación dirijan los destinos de una nación?  ¿Que hagan el ridículo cuando desempeñan sus cargos? Creo que llamarles burros a esas personas incapaces es la peor forma de insultar nuestra inteligencia y de ofender a los que damos demasiadas muestras de capacidad y, por qué no, también de sensibilidad”. Ni bien dijo esto último, en un tono un poco amargo, Catalino me manifestó que daba por terminada nuestra conversación porque no quería hacer esperar más a  su hermano el chivo. “Vine solamente para hacerte una pregunta, sin embargo, hemos hablado casi durante una hora”. Y tras agradecerme por haberle escuchado, se dirigió a pasos ligeros y sacudiendo las orejas al lugar donde se encontraba su hermano. Ya otra vez con él, primero rebuznó como de júbilo, y enseguida le volvió a demostrar lo que no puede ser otra cosa que su cariño al estilo de los burros, poniendo delicadamente su cabeza sobre la cabeza del chivo. Y  al ver nuevamente así a este maravilloso animal que nunca le ha hecho daño a nadie y que hace su trabajo lo mejor que puede, no me quedó otra cosa que decir mientras no apartaba los ojos de él y su compañero: “Y hay quienes manifiestan que ustedes los asnos carecen de sensibilidad e inteligencia, contradiciendo lo que sostienen algunos reputados zoólogos. Pero sí su capacidad lo ponen de manifiesto a cada instante, dejándonos a veces con la boca abierta con sus acciones. Y ni qué hablar de su sensibilidad. ¿Acaso este cuadro que estoy contemplando no es un ejemplo de amor fraternal y compañerismo?  No, los burros no son lo que la gente piensa de  ustedes, Catalino. Sus apariencias engañan. Ustedes hacen lo que tienen que hacer, y lo hacen bien, a diferencia de ciertos individuos que no realizan eficientemente su trabajo, como algunos políticos, por ejemplo, y a quienes el capataz de este rancho y muchos de nosotros calificamos de burros.  Sí, Catalino, debe ser humillante para ustedes, que usan a lo máximo su masa cerebral, que se llame burros a esos políticos incapaces, y por ende, que se los ligue  a algo que por el modo de ser de tu especie jamás de los jamases tendría cabida en sus vidas: la política.  Ustedes no mienten para ganar adeptos, no están implicados en narcotráfico, no matan a sus rivales, no tienen una mente perversa y maquiavélica como lo tuvieron Hitler, Stalin, Mao, Pol Poot, Nixon y otros gobernantes. Ustedes  no están en las vergonzosas primeras planas de los diarios como sucede en mi país con los congresistas apodados “roba cable”, “come pollo”,  “roba luz”, “come oro”, “lava pies”, “mata perro” y tantos otros que tienen las manos sucias. Los burros, en cambio, tienen las patas limpias, moralmente, digo. Y si a menudo lucen sucias es por el trabajo. (Fin).
 

"El Perú de los 60, según la CIA"


Por: Nelson Manrique

Se ha venido difundiendo una visión de la historia peruana según la cual la revolución militar de Juan Velasco Alvarado de 1968 fue un fenómeno exótico, inexplicable, que vino a interrumpir el recto camino del Perú hacia el progreso. ¿Es eso cierto?
No lo era para la CIA, que desde comienzos de la década del 60 mostraba una viva preocupación por el potencial revolucionario que, según ellos, portaba la situación peruana. Revisando los materiales desclasificados de la agencia de inteligencia norteamericana llama la atención la precisión de algunos de sus diagnósticos, que contrastan con la miope visión de la mayoría de los políticos peruanos de entonces.
El 1º/5/63 se realizó en Washington una reunión de la comunidad de la inteligencia norteamericana, el estado mayor conjunto y la CIA, para evaluar la situación peruana. La mayor preocupación era que pudiera llegar al poder un gobierno radical en el Perú, como había sucedido en Cuba en 1959. Se discutió según un diagnóstico preparado por la CIA (Case Number: EO-1993-00006. Release Decision: RIFPUB. “Political Prospects in Peru”, 5/1/63).

El diagnóstico de la CIA partía señalando que en el Perú no existía una efectiva unidad nacional, “entendida como un lenguaje y una cultura común”. Según el protocolo de la reunión, el Perú estaba dirigido por una oligarquía, principalmente blanca, que habitaba en Lima y el área costera, que ejercía el poder respaldada por las FFAA y por la Iglesia. Más de la mitad de los 11 millones de habitantes eran indios analfabetos, pauperizados, que hablaban sus propias lenguas y vivían en una economía de subsistencia bajo un sistema de dominio semifeudal, apartados de la sociedad moderna. La mayoría de los mestizos, que constituían aproximadamente la tercera parte de la población, no vivían mucho mejor que los indios, aunque formaban parte de la gran fuerza de trabajo urbana.
La presencia de la cordillera de los Andes hacía muy difícil el transporte y las comunicaciones. El sector moderno de la economía estaba confinado a la costa, donde se concentraba alrededor del 30% de la población, la agricultura comercial, la producción petrolera, manufacturera y el comercio, y se producía más de la mitad del Producto Bruto Interno. La sierra representaba el 27% del total del territorio, pero albergaba al 55% de la población nacional. Proveía de minerales y algunos productos agrícolas, pero más de cinco millones de indígenas vivían en “condiciones primitivas”, al margen de la economía monetaria. La selva estaba completamente aislada del resto del país.
La situación macroeconómica era buena; se creía que la tasa de crecimiento del 4 o 5% anual de las dos décadas anteriores se incrementaría a 5.5%. Era improbable, sin embargo, que el progreso económico fuera compartido. El ingreso per cápita en la sierra era semejante al de la estancada Bolivia y la pobreza en la selva podría compararse con la de Haití. En la costa el ingreso era semejante al promedio de América Latina, pero había grandes disparidades de riqueza y bienestar: “En Lima y otras ciudades el consumo ostentoso coexiste con la pobreza más abyecta”.
Los gobiernos peruanos, concluía el documento, no habían estado dispuestos a hacer los sacrificios necesarios ni a afrontar los riesgos para producir los profundos cambios sociales y económicos que requería el país. La estabilidad política del Perú dependería decisivamente de la habilidad y la decisión del gobierno para responder a las demandas populares de bienestar económico y seguridad. “Esta situación –concluía el cónclave de la inteligencia norteamericana– augura una desintegración de la estructura social y económica peruana. A menos que las fuerzas moderadas logren realizar un cambio ordenado probablemente los liderazgos radicales conseguirán la oportunidad para ensayar sus métodos” (National Intelligence Estimate. NIE 97-63. Washington, May 1, 1963. CIA Files, Job 79-R01012A, ODDI Registry. Secret). Dos años después estallaron las guerrillas del MIR y el ELN y el 68 Velasco Alvarado tomó el poder.

Medio siglo después, ciertas cosas no cambian.


Fuente: www.larepublica.pe

Mi Propio Sendero


Por: Néstor Rubén Taype

¡Cobarde! -
Fue la frase que recibió  como una pedrada lanzada sobre su cabeza. Apuró sus pasos y doblando en la esquina se detuvo, su compañero llego tras él y le dijo:
- No te garantizo nada  ya tu sabes cómo es esto, estas a favor o en contra, por última vez te voy        hablar como amigo, largarte y desaparece, si me dan el encargo lo voy hacer sin ninguna duda. 
Observaba por la ventana del avión como se iba alejando de Lima, atrás quedaban  los apagones,  la dinamita,  las reuniones secretas, la autoridad vertical del partido. Contra todo y sobre todo el partido. Sumido en sus pensamientos se vio interrumpido por la azafata de a bordo que le ofrecía un pequeño desayuno que degustó con cierto placer.

Carlos Marx, vaya el gusto de su padre por envolverlo en ese nombre  solo por la admiración que le prodigaba ese personaje y que lo había marcado de por vida. Joven su progenitor  fue  parte de las huestes de Luis de la Puente  en su afán de cambiar la sociedad peruana sumido en un latifundismo en pleno siglo XX.  Impetuoso luchador social y contestatario se enroló sin duda ni murmuraciones a las guerrillas del  65, un sueño romántico que duró muy poco. Muerto el líder, fue capturado y guardaría prisión por algun tiempo. Su imagen fue portada de diarios luego de su captura cuando en pleno interrogatorio y esposado, se levantó  intempestivamente de la silla  para propinarle un furibundo  cabezazo al oficial que lo interrogaba. Consiguió la libertad gracias al indulto dado por el primer gobierno de Belaunde. Sus sueños de revolucionario habían terminado y pretendió  sembrar la semilla de la insurrección en su hijo. Carlos era el tercero de tres hermanos, pero el único que siguió con la línea política del patriarca. Los demás en el momento apropiado hicieron el deslinde y se mantuvieron al margen. Ingresó a San Marcos al programa de Derecho - para que defiendas a los compañeros - le había dicho su padre. Amante de la lectura pasaron por sus manos toda la literatura roja que pudo conseguir, desde Marx, Engels hasta el Libro Rojo de Mao.
En su paso por la universidad terminó graduándose en periodismo a pesar de los cuestionamientos de su padre. El pensamiento Gonzalo  en la universidad lo entusiasmó y deseaba ciertamente llevar a cabo todos los encargos y misiones que le encomendaban, siempre supo mantenerse al margen del lado militar. Participaba como activista distribuyendo propaganda y dando clases sobre la ideología del partido comunista. Sin embargo el entorno, sus camaradas lo calificaban de "blando" tenían sospechas que no era el tipo que las difíciles circunstancias exigía. Su compañero era un joven abogado ya graduado con quien trabó buena amistad dentro del  grupo y quien ya le había advertido de los comentarios que sobre él hacían los miembros de la célula.

Llegó al aeropuerto de Newark con la esperanza de iniciar una nueva vida, pero al mismo tiempo no podía desterrar cierto malestar consigo mismo por lo que no pudo hacer en Lima. Aconsejado por sus familiares contrajo matrimonio prontamente y regularizó su situación legal como un residente más. Culminaba el gobierno belaundista casi arrinconado por los petardos senderistas a quien en un principio el presidente había calificado de 'abigeos'. Carlos en el fondo de su alma ansiaba que esta lucha terminara pronto y fuera eliminada por el gobierno como ocurrió con las guerrillas del 65, sin embargo mientras pasaba el tiempo veía con cierta desesperación el relativo éxito. Su vida continuaba adecuándose a su nueva residencia, pero al mismo tiempo siempre asomaba un tormentoso recuerdo, ese fatídico día en que fue llamado por uno de los mandos militares para encargarle la temible tarea de conseguir un arma por sus propios medios.

En su placentera y cómoda residencia lejos de la hecatombe de Lima, en aquel barrio americano que parecían casitas de juguetes rodeados de un verdor increíble, las noches le resultaban insostenibles  acosado por una terrible pesadilla; se veía acompañado de una pareja e iban a paso seguro sobre su objetivo: un policía. Uno de ellos extraía un arma de su mochila y se la daba - acércate y haz tal como hemos practicado - le decía. Él con el revolver en  mano se iba contra el guardia quien sorprendido retrocedía cayendo de espaldas - dispara - le gritaron - ¡dispara carajo! - frente  a él estaba el guardia caído que lo miraba sorprendido.  Carlos no disparaba, entonces sintió un jalón y los tres echaron a correr hasta el auto que los esperaba. De pronto despertaba sudoroso, agitado mientras repetía - la misma mierda de siempre - Una mañana recibió la llamada de su hermana dándole la novedad de la detención increíble y sorpresiva del camarada Gonzalo.
- Tu jefecito pues- le dijo - ya le habían encontrado un videito chupando cómo bueno en una residencia bien bacán, mientras su gente lucha en las punas  hermanito, seguramente muertos de frio - le seguía contando - de la que te libraste, ya estarías bien preso por creer en el loco ese.

Carlos vio repetidamente el video de la captura y se admiraba del trabajo de filigrana que hizo la policía. Posteriormente vio con sorpresa a su excompañero como abogado defensor del líder senderista.  Pretendió esa misma mañana escribir algo sobre la captura para el diario que escribía en Nueva York, al final lo desestimó, no podía evitar sentir un tufillo de traición, como escribir algo sobre un tema en la que el formó parte, entonces apretó prestamente la tecla delete y se quedó presionándola, hubiera querido borrar todo su pasado de una buena vez.  Con la llegada del siglo veintiuno también llegó la crisis al gobierno  de turno  que pretendía un tercer mandato. La democracia se instauró nuevamente en el país. Carlos en los años siguientes fue un crítico furibundo de los posteriores gobiernos y a los que no les reconocía absolutamente nada. Igual suerte corría con sus críticas al gobierno americano. No sabía qué hacía en un país que no guardaba su misma política y lejos de llevar a cabo sus ideales de joven, motivado por su padre, había echado raíces en la tierra misma del imperialismo, una ironía que la vida se la guardó.
Sus noches eran constantemente acosados por la misma pesadilla, siempre apuntando al guardia caído que no mostraba miedo, el asustado era  él, despertaba sudoroso,  el fantasma de sendero no  desaparecía.  Luego de más de dos décadas desde que comenzó la lucha armada, Carlos solía indagar en internet sobre los líderes de sendero  y veía sorprendido que aun después de años de encierro no habían transigido a sus ideales.  Se imaginó que el fracaso de sendero lo alegraría como tantas veces lo había imaginado, sin embargo nada cambiaba, sentía más bien una frustración personal, la depresión lo consumía. Una noche después de beberse algunas cervezas se recostó en su cama quedándose profundamente dormido.

La pesadilla arremetió  contra él nuevamente en el mismo lugar secundado por dos compañeros que se acercaban sin mayor disimulo hacia el guardia en una de las calles populosas de Lima. Uno de ellos sacaba el revolver y se lo entregaba diciéndole - ahora, tal como ensayamos, ve y hazlo - Carlos muy nervioso daba algunos pasos en dirección al policía que al retroceder caía sobre el piso. Este lo miraba sorprendido  !dispara! - escucharon sus oídos   ! dispara carajo!  Carlos vio la imagen de su padre quien subliminalmente lo presionó al uso de la violencia como respuesta a las desigualdades sociales de su país. Ejerció una presión contra la que él no pudo luchar ni rebelarse, quizás nunca quiso ser un revolucionario, quizás nunca podría empuñar un arma como lo hizo su padre. Voy a disparar -  se dijo - y no voy a dudar, esta vez no, aunque sé que todo esto no es más que  un maldito sueño.  Pegó el arma contra la sien y sin más preámbulos  disparó, el tiro rompió el silencio nocturno en la apacible villa donde residía, los vecinos alertaron a la policía quienes encontraron  el cadáver de Carlos sobre su cama ensangrentado por un disparo en la cabeza,  pese a una ardua búsqueda no pudieron hallar el arma.

"Campo Marte"


Por: Néstor Rubén Taype
Bueno ahora escucha la mía compadre lo que me pasó fue la muerte. Estábamos en la década del setenta y yo había quedado en verme con mi costilla, así se decía en esa época, costilla que roche; quedamos en vernos a las  ocho de la noche, después de salir de mi chamba en la Plaza San Martin. Entonces, frente al Branza (una pollería de ese tiempo) nos encontramos muy puntuales. Yo era un chibolo de dieciocho años y estábamos con ganas de vacilarnos en esa Lima nocturna que se comería nuestra juventud. 
El asunto era solo "planear" así se decía cuando solo ibas al "chape" nada más, la "jermita" era algo "zanahoria" y no te permitía mas cositas. ¿A dónde vamos? me preguntó ella - vamos nomás - dije yo. Bajamos por la calle Belén y cruzamos una cantina llamada "El canchón" a dónde íbamos con la mancha a chupar, luego seguimos caminando y en la misma cuadra estaba el famoso "Munich" una taberna que quedaba en los bajos y que hasta esa fecha yo aún no conocía; meses después pasaría una agradable e inolvidable anécdota en ese lugar. Cruzamos la avenida Wilson y una cuadra más allá  se veía el inmenso elefante blanco que era en ese entonces el edificio del seguro social. Mole de cemento de grandes columnas que hacia un laberinto de esquinas y rincones asolapados era pues el territorio ideal de las parejas "planeras" aquellas que iban solo por el agarre y búsqueda del roce, de la fricción suicida, del toque, toque; de eso que al día siguiente te permitiera decir a los amigos " Ayer estuve chapando en..."
Dimos unas cuantas vueltas y no encontramos nada - puta mare - todo apartemente estaba ocupado. Nuevamente recorrimos con más calma los vericuetos del monstruo de cemento, incluyendo el piso de abajo - y maldita  sea - todos estuvo lleno. La hora corría y nada, pero de pronto un patita que planeaba con su hembrita nos vio por segunda vez y me dijo - flaco, anda para abajo, al museo - lugar donde hoy está esa pila de aguas tan famosa. Así que para allá fuimos embalados con la esperanza de encontrar el arbusto más bacán o el árbol desocupado, pero todo fue inútil y nada hermano, había un manchón de gente y hasta dos parejas por árbol, claro una en cada extremo, para que no se sapeen. ¿Y ahora?  - decía yo ¿Qué hago? Al lado de este parque estaba la Ballena, un restaurante de esa forma bien chévere donde había trago y comida, pensamos ir para allá, pero el asunto era que queríamos "planear" y no deseábamos comer nada, quizás lo haríamos, pero después. La flaquita me decía - ya mejor vámonos, otro día - pero yo decía ni hablar, no me voy a quedar en "bolero" ni de a vainas.
Entonces  me acordé del Campo Marte, por allí había  ido algunas veces y era tranquilo así que para allá nos fuimos volando. A pesar de ser grande el bendito parque estaba bastante lleno y comenzamos a buscar un buen lugar, hasta que por fin  valió la pena  el sacrificio de la bendita búsqueda. Encontramos unos granados bastante grandes que nos permitía un ambiente cómodo, discreto y el grass estaba limpio. Respire tranquilo y dije por fin se me hizo. La flaquita ya sabía a lo que venía y nos acomodamos, echaditos primero conversando y conversando de huevadas, previo al chape. La noche no era tan noche, era de luna llena y la fulana alumbraba como fluorescente, pero ni modo esa luz no se podía apagar. Entonces manos a la obra, un besito  suave con cariño y luego avanzando de a poquitos, besito con lengua, una mordidita, todo marchaba bien, solo a lo lejos se escuchaba alguno que otro claxon de un apurado microbusero y nada más. La noche brillante nos acompañaba y nosotros como pajarillos en un nido nos revolcábamos, eso sí vestiditos, ya lo dijimos, era solo chapes frotando nuestros corazones, nuestros sentimientos y otras cosas, En una de esas movidas yo daba la espalda a la bendita luna enfrascado en mis ocupaciones con la flaca, cuando sentí algo así como bbrrrrr y una fuerte respiración, pero me pareció algo lejana.
Habría pasado algunos segundos cuando el grito de la flaca retumbo en mi oído, un grito como si hubiera visto a un cadáver o algo así. Me di vuelta y otra vez el bbbrrrrr mucho más cerca que continuó con un fuerte resoplido. Mientras el grito de la flaca se transformó en un terrible llanto, Un equino muy bien equipado con montura, bridas y todo el accesorio requerido para estos nobles animales, nos miraba meneando la cabeza; era manejado por un jinete uniformado que nos miraba cagándose de risa. El tombo carbrón se seguía riendo mientras el corcel  se movía de atrás para adelante como si se nos viniera encima. Yo me puse de pie y cogí mi saco que era de mi uniforme azul de la chamba y ayudé a la flaca a pararse. Ella, una vez levantada le dijo las frases célebres al tombo -  por favor señor policía no me lleve a la comisaría -  voz que iba acompañada de un interminable sollozo que la ahogaba. El tombo ni la miró y me dijo - flaquito hoy es día de resurrección, mira cuantos muertos están vivos y los vivos caminan, así que ahora, afuera !afuera!  Mientras nos íbamos pude ver como media docena de caballos  y muchas parejas saliendo del Campo Marte. La flaca seguía llorando y repitiendo la pregunta incansablemente – ¿Y ahora que le digo a mi mamá?

LA PELICULA DE HOY “The killing”, obra maestra de Stanley Kubrick para el cine negro

 
                                                                                                             
Por: Fernando Morote
Ninguno de estos tipos es un delincuente, en el sentido usual de la palabra”, afirma Sterling Hayden cuando le cuenta a su novia Coleen Gray el plan que ha ideado para embolsarse 2 millones de dólares de la taquilla de un hipódromo.
Hayden no es aquí el matón de “The asphalt jungle” (“La jungla de asfalto”, 1950); es el cerebro de la operación, un ex-presidiario de Alcatraz que al obtener su libertad busca una solución permanente -y rápida- a sus aspiraciones económicas (algún fanático insensible dirá que en la actualidad 2 millones de dólares sólo sirven para comprar un departamento diminuto en la parte más deprimida de Manhattan, pero nadie puede negar que en 1956, año en que se rodó la película –y aun a la fecha-, le arreglaban la vida a cualquiera).
Sus convocados son 2 empleados del hipódromo: un cajero (Elisha Cook Jr, de recurrente aparición en otros clásicos del género) y un barman (Joe Sawyer, famoso por encarnar al Sargento O’Hara en la serie de televisión “Rin tin tin”), ambos afligidos por las demandas de sus respectivas esposas; la una devorada por la frivolidad, la otra postrada en cama por un trastorno de salud. Al grupo se unen 2 individuos buscando asegurar su futuro a toda costa: un policía corrupto y ambicioso (Ted di Corsia) y un contador a punto de jubilarse (Jay C. Flippen).
El proyecto incluye, además, contratar 2 profesionales cuya única función es crear disturbio entre el público y distraer la atención de los guardias de seguridad. Uno de ellos, ex luchador dedicado ahora al ajedrez (Kola Kwariani, as de la lucha libre en la vida real), debe armar una gresca en los alrededores del bar; el otro, un tirador de extraordinaria puntería (Timothy Carey, integrante del elenco en otra cinta de Kubrick, “Path of Glory” -“Senderos de Gloria”, 1957) está a cargo de derribar al caballo favorito de la carrera, durante la cual se producirá el asalto.
El argumento de “The killing” no es diferente al de otros policiales. Lo novedoso es la forma de desenvolverlo. Kubrick narra la historia desde la perspectiva de cada personaje. Las mismas escenas se repiten una y otra vez, mientras el tiempo regresa continuamente al punto de partida, para explicar lo que cada miembro de la banda hace, piensa y siente durante los minutos previos y precisos de su participación personal en el atraco. La voz de un narrador invisible acompaña en todo momento la acción (artificio utilizado con idéntica eficacia por Roger Corman en “The St. Valentine’s Day Massacre” -“La matanza del día de San Valentín”, 1967-). En insustituible blanco y negro, los protagonistas en varias ocasiones sostienen conversaciones por encima o debajo de la luz de las lámparas, lo cual crea el perfecto ambiente -cómplice y sombrío- típico del cine negro.
Aunque el cine negro se denomina también así debido a la oscuridad de sus personajes. La presencia de las mujeres en “The killing” es crucial: la perra lujuriosa caracterizada por Marie Windsor, que no duda en traicionar a su esposo con tal de alcanzar sus metas arribistas, contrasta a la chica dulce e ingenua representada por la deliciosa Coleen Gray -cuya actuación no pasa desapercibida tampoco en los éxitos de 1947, “Kiss of death” (“El beso de la muerte”) con Victor Mature y “Nightmare Alley” (“El callejón de las almas perdidas”) con Tyrone Power, ni más ni menos-, que entrega su amor incondicional, incluso en trances criminales.
 La cinta exhibe sólidos elementos de suspenso y violencia extrema, como preludio a lo que Kubrick desarrollaría luego con mayor crudeza en “Clockwork orange” (“La naranja mecánica”, 1971) y “Full metal jacket” (“Nacido para matar”, 1987).
Muestra de ello es la fantástica escena donde el grupo reunido en el departamento espera la repartición del botín y, ante la sorpresiva llegada del codicioso amante de Marie Windsor (Vince Edwards, posterior estrella de televisión en los 60’), se desata una balacera descomunal que termina con todos acribillados, sus cuerpos ensangrentados y desparramados por el piso como una ruma de carne putrefacta.
Otra imagen memorable es aquella cuando, tras rendirse a las insufribles restricciones burocráticas antes de abordar el avión que lo llevará con destino a Chicago, Hayden contempla sus 2 millones de dólares volando por el aire a causa de un estúpido perro que se atraviesa en el camino y provoca una brusca maniobra en el transporte del equipaje. Considerando las circunstancias, el incidente no constituye una tragedia, pero provee el suficiente drama para ponerse a llorar y hasta logra despertar un grado de compasión hacia el espigado hampón quien, despojado ya de sus gestos duros, su fabuloso cinismo y hundiendo las manos en los bolsillos, se arrastra desolado por el vestíbulo del aeropuerto como un niño que ha perdido a su mamá.
No se pueden desdeñar, sin embargo, las secuencias en que sus pares abofetean sin piedad a Elisha Cook Jr. para castigarlo por revelar a su esposa secretos del trabajo, la discusión nerviosa en el vestidor del hipódromo entre Joe Sawyer y sus colegas mofándose de él cuando lo ven cargar una caja de flores que en realidad oculta el arma del delito, y la pelea en el bar donde Kola Kwariani luce su maciza musculatura y se despacha a su antojo desplegando sus habilidades de luchador profesional, así como las ansiosas gestiones que Sterling Hayden realiza sucesivamente en un motel, un terminal de buses y el buzón de correo de uno de sus compinches con el propósito de establecer su meticulosa cadena de contactos.
El detalle con la voz del locutor hípico describiendo a través de los altoparlantes lo que ocurre en la pista de carreras, mientras Hayden se calza la siniestra máscara de payaso y afina la escopeta para asestar el golpe final, es simplemente estremecedor.
Mención especial merece el exasperante cuadro en que el propio Hayden, en fuga ya para salvar el pellejo, se detiene sobre un terreno escampado a trasegar el dinero robado y se ve obligado, literalmente con el viento en contra, a empujar dentro de la maleta los 2 millones de dólares como si fueran un montón de basura.
La banda sonora diseñada por Gerald Fried (ganador de un premio Emmy en 1977 por la cortina musical de la serie televisiva “Raíces”) contribuye a crear una atmósfera de intensidad e incrementar la tensión en cada segmento.
“The killing” tiene una duración de hora y media y es conocida en español como “Atraco perfecto” o -peor aún- “Casta de malditos”. Tristes traducciones que no hacen sino desnaturalizar la esencia del film, pues el supuesto atraco perfecto fracasa rotundamente y la así llamada casta de malditos no encaja bien con un grupo de hombres que son movidos más por la desesperanza que por la villanía. A fin de apreciar en su completa dimensión una joya del cine negro como ésta, y no perder la fidelidad de los diálogos ni la energía de ciertas expresiones, es recomendable escuchar a los actores hablando en su propio idioma. Vale la pena comerse los subtítulos antes que soplarse el doblaje, inevitablemente fatal.
 
Fernando Morote. Piura, Perú-1962. Escritor y periodista. Autor de “Poesía Metal-Mecánica”, “Los quehaceres de un zángano”, “Polvos ilegales, agarres malditos” y “Brindis, bromas y bramidos”. Actualmente vive en Nueva York.

DECIRLO TODO SOBRE 'CONTARLO TODO'.

Comentario de Jorge Cuba Luque sobre la novela  "Contarlo Todo"
Fuente: rodolfoybarra.blogspot.fr

La publicación literaria más sonada del 2013 en el Perú fue la novela de Jeremías Gamboa, Contarlo todo. El libro fue lanzado al mercado mediante un gran despliegue publicitario en el que tomó parte Mario Vargas Llosa quien, allá y acullá, decía a cuantos lo escuchaban que la susodicha novela “es enormemente ambiciosa, muy bien escrita, muy bien construida”[1]. Los editores, por su parte, pusieron en el cintillo promocional del libro que “es una primera novela que sacude el panorama narrativo en lengua española”: espaldarazo contundente, calificativo laudatorio en extremo. ¿Se puede pedir más?
Aprovecho la invitación de este ya clásico Café Literario del CECUPE para compartir con ustedes mi opinión sobre Contarlo todo. Debo antes precisar dos cosas.  La primera: no he leído la novela. La segunda: a Jeremías Gamboa no lo conozco ni en pelea de perros. Sobre lo primero alguno de los aquí presentes me dirá “Señor Jorge, ¿cómo puede usted comentar un libro que no ha leído?” Paso por alto eso de “señor” Jorge…o bien emplea “señor” seguido de mi apellido o bien me llama simplemente “Jorge”, nada de “Señor Jorge”, porfa; entonces, ¿cómo puedo comentar un libro que no he leído? Facil: gracias a la del profesor Pierre Bayard, Comment parler des livres que l’on n’a pas lus. En cuanto a lo segundo el hecho de no conocer a Jeremías Gamboa me exonera de cualquier animosidad pero, cierto, también de cualquier afecto, y me quiero objetivo.
Ahora sí, digámoslo todo. Como se sabe, ya meses antes de la puesta en venta del libro, la prensa hablaba de él con un coordinado dejo ditirámbico, por el hecho poco usual de que iba a ser publicado por una de las editoriales de más poder en Europa, Mondadori, siendo Jeremías Gamboa casi desconocido fuera del Perú; aunque tiene en su haber un libro de cuentos, Punto de fuga, el nombre de Jeremías Gamboa es asociado en Lima sobre todo a su trabajo de periodista. Además de esto, la prensa enfatizaba que el manuscrito de Contarlo todo había antes llegado nada menos que a la legendaria agencia literaria de Carmen Balcells, recomendado por el mismísimo Vargas Llosa. Finalmente, la prensa resaltó la salida del libro pues Contarlo todo no pudo tener mejor lugar de presentación: la última Feria del Libro de Guadalajara. El libro fue pues lanzado como un producto eminentemente comercial con los mejores recursos del marketing. “Ahí está el detalle”, como diría Cantinflas.
En efecto, es ese detalle que en el Perú de las capillas literarias desató una polémica cuyo primer momento giró en torno a si un libro, una obra literaria, puede ser legítimamente promocionada como un producto comercial cualquiera. Unos van a decir que sí, otros van a decir que no. Personalmente pienso que sí y que no: un libro llega a los lectores mediante el circuito comercial —las librerías—, y hay un precio que el lector tiene que pagar para poseerlo, por eso pienso que sí; pero una novela es una creación artística, sus eventuales cualidades no pueden, no deben promoverse de la misma manera que otros productos puestos en venta, por eso pienso que no. En este caso, de lo que se ha tratado es de presentar Contarlo todo no como una obra literaria sino como un producto revestido por el éxito, apadrinado por un Premio Nobel y garantizado por una prestigiosa agencia literaria, así que comprar este libro es comprar éxito: el éxito de su autor, quien nacido en un medio social humilde triunfa más tarde como periodista y luego como escritor. Contarlo todo es un producto, sí, pero literario aunque en su promoción no ha habido prácticamente ningún comentario literario, como lo observa Marlon Aquino Ramírez[2] en su artículo sobre un reportaje de la televisión peruana que trata del libro de Jeremías Gamboa. Es este, a mi parecer, el primer el momento perturbador del lanzamiento de Contarlo todo.
El segundo aspecto que entró en polémica fue el tema de la novela. Se trata, como informan las páginas web que se han ocupado de Contarlo todo, de una “novela de aprendizaje”, esto es, la historia de un personaje por lo general joven, y cómo va dejando el estatuto de inocencia y/o dependencia en el que estaba al inicio de la historia hasta llegar a la culminación de un recorrido vital. Es el caso de la novela de Jeremías Gamboa, que es también un roman à clé pues los personajes e instituciones son identificables en el medio local. Repito, este ha sido otro  punto fuerte de la polémica…Gabriel Lisboa, el personaje central de Contarlo todo, lo logra todo: a despecho de su inicial estatuto social humilde logra estudiar en una exclusiva universidad de Lima, llega a trabajar en un importante medio de prensa de la capital, es reconocido como periodista, se consigue una novia pituca y triunfa como escritor: Happy end incontestable.
El argumento de Contarlo todo ha sido bien acogido por muchos lectores: aquellos que consideran que esta novela contiene un significado positivo, un ejemplo de la lucha contra las adversidades, y hasta plantean una pregunta: ¿por qué escribir siempre historias tristes, que terminan mal, sobre personajes derrotados? Contarlo todo presenta un happy end…¿cuál es el problema con los finales felices? Ninguno, obviamente. “Entonces, señor Jorge, es una bonita historia, un chico pobre que triunfa”. Otra vez “señor” Jorge…Ese no es el problema. Lo que ocurre es que el triunfo del personaje central es representado sin una relación de crítica con la realidad social excluyente ni con el racismo del cual Gabriel Lisboa ha sido víctima: él en realidad lucha por ser aceptado por el sistema de exclusión, ni siquiera lo cuestiona: la discriminación social y racial del Perú es presentada como un decorado, como el pretexto del autor para que su  personaje triunfe, lo que hace de Contarlo todo una suerte de novela de superación personal, como agudamente apunta el mexicano Guillermo Espinosa Estrada[3] al observar los desafíos que el personaje va encontrando y superando, ignorando todo conflicto social o político a despecho de su referente realista.
Pero ¿es una buena o mala novela? ¿qué es una buena novela? ¿una historia apasionante aunque esté mal escrita? ¿una historia aburrida pero bien escrita? ¿una historia que “engancha” al lector? En todo caso, Rodolfo Ybarra enumera una larga lista de flagrantes errores formales de escritura[4], y coincide con Jorge Frisancho quien habla “del tremendo descuido con al que algunos pasajes están escritos”[5], ambos comentarios situados en las antípodas de los elogios vertidos por Fernando Ampuero, Guillermo Niño de Guzmán y Alonso Cueto, quienes coinciden en sus alabanzas con las de su maître à penser, Mario Vargas Llosa quien habla de un escritor “perfectamente dueño de sus medios expresivos”...
Contarlo todo es en todo caso un éxito de ventas, y en estos tiempos vender mucho significa, en el Perú de hoy, ser bueno. “Amigo Luque” me dirá tal vez otro asistente al Café Literario, “¿no le habría gustado que Vargas Llosa lo apadrinara por su novela La rebelión los mutantes y que ésta hubiera sido editada por Mondadori?…”Amigo”, no más, Luque es mi apellido materno. Respondo: yo ya pasé la edad de tener padrinos; si Vargas Llosa hubiera escrito un artículo favorable sobre La rebelión de los mutantes desde luego no me habría molestado pero, francamente, hoy me interesa más la opinión de escritores jóvenes, si hablamos de escritores. Ahora, cuidadito con los padrinos literarios: uno puede enfadarse con su  padre, puede incluso “matarlo” como dice el sicoanálisis pero a nadie se le ocurriría matar a su padrino…¿qué va a decir Jeremías Gamboa si no está de acuerdo con alguna opinión de Vargas Llosa o si no le gusta por ejemplo su última novela, El héroe discreto? Va a estar “en un compromiso”, como se dice. Por otro lado, por supuesto que me habría  gustado que mi novela La rebelión de los mutantes hubiera sido publicada por Mondadori: todo escritor desea que su obra sea editada por una editorial con capacidad de difusión. Pero no habría aceptado recetas ni acomodado la línea argumental de La rebelión de los mutantes a la imagen que la editorial preconiza. Hay algunos escritores peruanos editados en España, y no hablo ahora de Jeremías Gamboa, cuyos personajes peruanos no viajan en carro sino en coche, no visten saco sino chaqueta, y tienen una escritura neutra que passe partout.[6] 
“Pero señor Jorge, usted qué piensa, Contarlo todo es buena o es mala?”. Y dale con lo de “señor” Jorge…Sospecho que debe ser una novela con méritos, como la agilidad de la narración y su capacidad de capturar al lector, aunque también con numerosos defectos formales y una excesiva superficialidad que hacen de Contarlo todo una novela banal, a lo mejor decorosa…evoquemos aquella boutade que Cervantes pone en boca del bachiller Sansón Carrasco: “No hay libro malo que no tenga algo bueno”. Lo cierto es que  el inmenso despliegue publicitario que esta novela ha recibido le ha hecho mucho daño en lo que a literatura se refiere; digo bien literatura pues, en lo que a ganancias contantes y sonantes se refiere, Contarlo todo se ha vendido como pan caliente.  En cuanto a Jeremías Gamboa, saludo el estoicismo con el que ha soportado este circo mediático sin haber caído en alegres  triunfalismos y, aunque ya haya contado todo, de contar más cosas en una próxima novela, que se preserve de estos fuegos artificiosos de la publicidad, si quiere y si puede. “Gracias por responderme, señor Jorge”. ¡Y ya deje de llamarme “señor” Jorge! ”Como usted diga, señor Jorge”.
                                                                                  Montauban, enero 2014





[1] « Qué nuevo autor peruano ha sorprendido a Vargas Llosa » ; El Comercio, 02.12.2013
[2] Marlon Aquino Ramírez, “Venderlo todo, a propósito del boom Jeremías Gamboa”, Leer Por Gusto.com
[3] Guillermo Espinosa Estrada, « Una novela de superación personal », Confabulario.eluniversal. com.mx
[4] Rodolfo Ybarra, « Contarlo todo o morir en el intento”, Limagris.com
[5] Jorge Frisancho, « Oportunidades perdidas », Lamula.com
[6] Recomiendo el artículo « La novela como mercancia », de Rafael  Lemus, en Letraslibres.com

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