Más tarde o más temprano


Por: Néstor Rubén Taype
¿Mami, porque no tocas la puerta?  Estela se quedó de una pieza, impresionada sorprendida ante el espectáculo que sus ojos  veían. Nunca en su vida imaginó ver a su pequeña,  a su nena y engreída hija, en aquella escena que solo se ven en las películas, en la televisión, en esos melodramas hechos por algún guionista pervertido.
Como de costumbre salió esa mañana a trabajar como ejecutiva en un centro comercial.  Aquel día la empresa había programado la refacción de las oficinas y los trabajadores llegarían poco más de la una de la tarde, razón por la cual le dijeron que podía retirarse a esa hora. Tomó de muy buena gana la noticia y pensaba en aprovechar el día con su hija, como almorzar juntas, pero no en casa sino en el restaurante que ella eligiera.
Subió a su auto  y partió rumbo al hogar. El verano ya asomaba después de una primavera lluviosa muy propia de Nueva York, el sol  se mostraba inclemente con sus rayos, encendiéndolo todo, calles, parques, avenidas, voluntades y sentimientos.
Iba dejando una  larguísima estela verde de arboles y vegetación donde las casas estaban a muchos metros de distancia entre ellas. El auto devoraba rápidamente la enorme autopista que la llevaría a otra ciudad tan diferente a la que dejaba.  Así  tomó la salida  hacia la derecha y subiendo ya podía observar el barrio donde vivía, lleno de edificios, semáforos, calles llenas de transeúntes que obligaban a disminuir la velocidad.  
A los pocos minutos llegó a casa y parqueó en el lugar de siempre.
Afuera el calor seguía siendo  insoportable, se quedó en el auto recordando cómo había pasado el tiempo para aquella chica que laboraba con mucha dedicación en una  agencia de viajes y ahora estaba muy lejos de su país viviendo otra realidad. Atrás quedaron los viajes de trabajo y placer a los diferentes lugares, los traslados al aeropuerto, a los hoteles, los circuitos turísticos, esa etapa que a ella le seguía pareciendo maravillosa.
Habían transcurrido quince años desde su arribo a este país y cinco desde que se separó de su siempre complicado y controvertido marido.
Fugaces fueron algunos amoríos después de su divorcio, pero la vida le había dado un punto y coma bastante prolongado en el amor, extrañaba una caricia masculina sobre sus manos, un hombro solidario y fraterno en la que dejase recaer su cabeza, descansar y compartir preocupaciones, deseos si,  esos deseos. Criada en una familia muy  conservadora se avergonzaba de sentir lo que su cuerpo le estaba insinuando.  
Stop, stop - repitió – Estela, ya esta bueno – se dijo. Bajó del auto y camino apuradamente hacia la puerta. Después de introducir la llave, esta no lograba abrirse – otra vez esta cosa que no funciona – dijo-  volvió a intentar pero  nada – siempre digo que voy a pedirle a la dueña que me arregle esta bendita puerta y se me pasa, ay Dios – Después de varios intentos por fin cedió e ingresó apuradamente, tiró la cartera sobre el sofá de la sala y se encaminó hacia la cocina, se sirvió un jugo de naranja que le pareció incomparablemente delicioso. Se extrañó que su hija no saliera a recibirla, a pesar que había hecho suficiente ruido, supuestamente ya debería estar en la casa.
La hora que marcaba el microondas decía dos de la tarde.
Cuando estaba acercándose a su cuarto escuchó un leve gemido y se detuvo, ¿hay alguien en mi cuarto? Se preguntó. Nuevamente se dejó escuchar otro más, eran quejidos muy leves, no quiso pensar eso que se le vino inmediatamente a la cabeza y abrió la puerta. Su cama lucia un celeste claro, el color de sus sabanas, el cubrecama descansaba en el suelo.
La foto colgada en su cuarto que graficaba el inolvidable viaje a Rio de Janeiro con sus amigas, era también mudo testigo de lo que sucedía en la habitación. La radio encendida, se escuchaba casi musitando a Franco de Vita cantar  "..Y te dado todo lo que tengo, hasta quedar en deuda conmigo mismo… y todavía preguntas si te quiero…”
Estaba a punto de decir algo, cuando su hija le repitió nuevamente ¿mami, acaso no sabes tocar la puerta?   Su pequeña, que en realidad ya no lo era sino más bien una hermosa joven de dieciocho años, había estado sentada en los muslos del muchacho, pero, ante la imprevista aparición de su madre, se acomodó automáticamente al borde de la cama, quieta y desnuda. Ante este movimiento instintivo, dejó al joven descubierto y con el arma en ristre, quien inmediatamente cogió una almohada para cubrir lo más notorio que su cuerpo mostraba. Había transcurrido unos segundos desde que ingresó a la habitación y su cabeza era un remolino de sentimientos, le provocó ir encima de ellos y  desfogar su ira, su frustración.
Dentro de ese desconcierto que la abrumaba sintió cierta tranquilidad al haber visto que el joven tenía puesto un preservativo de color verde limón.  ¿Mami, puedes salir y dejarnos solos por favor?  Estela no respondió y mirando fijamente al muchacho le dijo – quiero a tus padres mañana mismo aquí en mi casa, o de lo contrario yo voy a la tuya.
No pudo ignorar lo que su hija le pidió, ¿qué salga de mi propia habitación, que se habrá creído? dijo. La frase le había llegado al corazón, atravesándoselo. Buscó la mirada de su hija, pero ella solo miraba a su acompañante. Sintió que ya no tenía nada que hacer allí, había que salir inmediatamente. – Eres menor de edad, no te olvides, tus padres mañana – le volvió a decir y salió finalmente de la habitación, de su habitación. 
Caminando muy lentamente llegó hasta su jardín interior y se sentó en uno de los sillones. Los ojos se le inundaron de lágrimas y con mucha rabia aceptó que ya no podía evitarlo.  Se dio cuenta que ella estaba esperando que su hija fuera exactamente igual que ella, que llegó virgen al matrimonio.
Las comparaciones estaban por demás, su hija estaba en un país desarrollado no solo económicamente, sino con un sistema de vida que ella no podía controlar. Libertad sexual, y vaya que las chicas se lo tomaban muy en serio. Recordaba que a los veinte años en una fiesta familiar mientras bailaba el tema “Sexo” un rock noventero del grupo chileno “Los Prisioneros” su madre la sorprendió, y le dio  tremenda golpiza. – ¿Para qué me cuidaste tanto mami, de que sirvió esa moral barata y cucufata que seguramente me limitó tanta diversión? seguía hablando consigo misma – el único error de mi hija ha sido hacer el amor en mi cama ¿por qué demonios no lo hizo en su cuarto? Y yo pensando que mi princesa no pasaba de besos y abrazos, vaya que la ingenuidad se me desborda por los poros.
Hizo esfuerzos por pensar y razonar como una madre moderna que no puede escandalizarse con estas cosas que suelen ocurrir en las mejores familias. Se arrepentía de no haberle preguntado por su primera vez, de no haber estado a la par con la modernidad, por sentir “vergüenza” de tocar esos “temas” Luego sin poder evitarlo recordó la imagen del jovenzuelo desnudo y le pareció una belleza aquella irreverente  erección, el preservativo verde lo imaginó fosforescente, como las espadas de las guerras de las galaxias. Luego se sintió abochornada, nuevamente incomoda – que tonterías se me vienen a la cabeza –  dijo. Cerró los ojos para ver si el sueño podría apaciguar sus calores, pero, una coqueta sonrisa apareció en sus labios.

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