La pequeña Giu


A mi amiga Giuliana Espejo.  



Por:Néstor Rubén Taype

“Solo sé que al cerrar la puerta terminaba un capítulo en mi vida, sabía que nunca más miraría atrás, que aquí dejaba una parte de mis ilusiones, que ahora sólo me esperaba un nuevo futuro, uno que debería buscarlo ya"

Así terminaba el e-mail que redactaba para uno de sus amigos más cercanos. Salió de su oficina llevando en un pequeño maletín las últimas cosas personales que le quedaron por recoger; ahora caminaba por aquel sendero que le resultaba tan familiar. No era cualquier día, la compañía había anunciado su cierre, era la misma empresa donde su padre había trabajado tantos años, la tarde era gris y muy fría en aquel invierno limeño, sólo el ruido de algunos aviones que salían del aeropuerto, como una suerte de acompañamiento fúnebre, completaban el cuadro. No iba de prisa, qué más daba, tenía todo el tiempo para salir de aquel lugar, mientras contaba sus pasos recordaba la primera vez que llegó por allí.
- Viejo, apúrate vamos que se hace tarde - dijo la señora, mientras llevaba entre las manos aquel rico perfume que alguna vez recibió la niña de su querida madrina.
- Apúrate tu también- repuso el señor - que hace un buen rato no terminas con la nena.
- Ay, por supuesto que no he terminado, precisamente porque es una nena tengo que arreglarla bien, sólo me falta el lasito y ya, a ver mi amor te voy a dejar bien mona.
- Mamá yo no quiero ser mona, las monas son muy feas - la mamá rió a carcajadas.
- No hijita cuando digo mona quiero decir que vas a estar muy bonita, me entiendes, es una forma de decir bonita.
-Ya mamita entonces quiero estar muy monita.
-Vaya, vaya ¿y esta niña preciosa es la que me va a acompañar?- preguntó papá inclinándose hacia ella.
-¡Sí! ¡sí, papi, yo, qué te parece!- exclamó ella trepándose de su cuello -Tú también estás muy mono, ¿verdad mamá?... bueno hija yo no puedo mentir, si por eso me casé con él. Todos rieron.
Subió al viejo dogde azul, adoraba aquel auto, grande, espacioso, tanto como mi casa, decía. Esa comodidad que brindaban sus asientos amplios le permitía estirar sus piernas hasta donde quería, se movía de un lado a otro revoloteando como una mariposita. Papá se sentó frente al timón, lo vio de costado, luego volteó y le sonrió, aquella inyección de amor la llenaba de gloria, placer y sobre todo seguridad y protección.
-Ese es mi papito - musitaba para sus adentros- mi papito que va a vivir toda la vida.
-Bueno, señores pasajeros por favor ajustarse los cinturones que enseguida partimos, nuestro vuelo tomará unos treinta minutos, el tiempo es bueno, así que nuestro viaje será muy agradable sin vientos ni tormentas.
-¡Papá! ¿Cómo aprendiste a decir eso...? suena muy bonito.
-Pues claro mi amor eso lo aprendí cuando viaje al Cusco, son las cosas que dicen las aeromozas, las señoritas que atienden en el avión y que hoy vas a conocer, porque hoy vas a conocer mi trabajo y mis amigos van a conocer también a mi linda niña.
-Bravo-gritaba ella pataleando de felicidad mientras abrazaba a su padre. - Papito, ¿yo también voy a trabajar contigo ahora?
-No, mi vida, tú estás muy pequeña aún para eso, quizás lo hagas cuando seas adulta y te guste la aviación comercial,
-Papi... ¿y tú eres adulto? -volvió a preguntar.
-Pues sí mi amor yo soy un adulto.
-¿Y qué se siente ser adulto, papito? Papá quedó pensativo, y soltó una respuesta que él mismo no se esperaba:
-Pues a veces dolor, hija...
-¿Cómo dolor papito?, ¿ser adulto duele?
-¡Ay mi amor! tus preguntas sí que son tremendas, te voy a explicar, pero luego por que ya estamos llegando, déjame cuadrar el carro en esta esquina, que ya pasamos el aeropuerto.
Bajaron del auto, papá la tomó en sus brazos y le dijo:
-Ves Giuliana ese letrero grande que está en ese techo, esas letras color naranja..., ¿lo ves mi hijita?
-Sí, papito, sí veo...
-Pues allí dice Faucett es el nombre de la compañía en la que trabajo y a donde vamos ahora.
-Papi... que bonitas letras.
-Así es mi amor y ese nombre me ha dado todo lo que tengo en la vida, mi familia, mi casa, mis amigos; ahora vamos para allá a que conozcas y te subas a todos los aviones que puedas
-¡Vamos papito!- gritó ella.

Suspiró profundamente para evitar que alguna lágrima se fugara sin su consentimiento - no, no voy a dramatizar- se dijo. Pero había llegado allí, casi en el mismo lugar donde vio por primera vez aquel logo mostrado por su padre y que ahora lo estaba viendo quizás por última vez.
Iluminó sus rostro con una leve sonrisa, después de todo ese nombre jamás se borraría de su mente ni de su corazón, era un lindo recuerdo, detuvo un taxi y partió sin mirar atrás.

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