...LA MAMA


En homenaje a Doña Rosa Gonzales de Colffer
Por: Nestor Ruben Taype

Se paseaba alrededor de la mesa mientras nosotros deleitábamos muy entretenidos el suculento almuerzo conversando de todo totalmente indiferentes a lo que ella estaba haciendo.
La mama como la llamaban todos, la mama así sin acento, estaba viendo como marchaba su mesa, ella estaba chequeando que no faltara nada, ningún detalle y de cuando en vez preguntaba – ¿Hijita está bien todo, esta rico?  ¿Y tu papito quieres pancito, un poquito más de ensalada?
La mama servía siempre atenta, cordial, comedida, cariñosa y hacendosa, además que servía bien; el plato reflejaba el cariño de la casa haciendo honor ese término “bien servido”
Ahora con los años entendí su delicadeza de estar siempre atenta cuando llegábamos a comer y no solamente con nosotros sino cuando llegaba cualquier invitado de la casa.
La familia de la mama sigue siendo tan numerosa como siempre y recuerdo que llegaban sus hijos, sobrinos y nietos todos los días, especialmente los fines de semana y yo miraba sorprendido como hacía para que nunca, así como es esta palabra, nunca faltara un plato de comida. Venían uno tras otro y la mesa siempre llena y yo sorprendido veía que los platos salían y salían sin parar.  Nunca lo sabré como hizo para que alcanzara. En mi caso con una familia pequeña sin mucha relación con primos o tíos veía a mi madre que cocinaba en sus ollas regulares pero nada que me sorprenda en cantidad.

Huatia, Cau Cau eran los platillos que me encantaban y que yo deleitaba en cada visita. También estaban los tallarines rojos y la papa a la huancaína que su hija saboreaba sin dejar huella ni rastro, entonces ella se acercaba a preguntarle ¿Que tal hijita te gusto? - hay mama que pregunta, no ves como quedo mi plato - hay hijita creo que tu plato estaba con hueco y se iba sonriendo de felicidad por que no había mayor felicidad para la mama que saboreen su comida con gusto, era la mejor satisfacción que podía recibir de una visita y con mayor razón de sus hijos.
Cuando alguna vez le pregunté el secreto del sabor de la Papa a la Huancaína me dijo que era el queso – tiene que ser un buen queso hijo – me dijo y anotó con una frase final – también hacerlo con mucho cariño poniéndole amor  y veras que delicioso te sale hijo.

La casa de la mama era un oasis en el desierto de la necesidad que podía tener cualquier miembro de la gran  y numerosa familia, que ha sido y sigue siendo. Si el sobrino, nieto o primo de la familia quería celebrar su cumpleaños y no había mucho dinero para ello, allí estaba la casa de la mama para ofrecerlo lo mejor que tenia, y las fiestas se hacían con toda pompa y mucha comida. Yo había escuchado aquellos milagros de la multiplicación de los panes y del pescado pero no de la comida y a veces iba a curiosear a la cocina de la mama para saber cómo podían salir tantos platos para tantas personas.
La mama era devota del Señor de los Milagros e infaltable asistente a la misa de los domingos y cuanta fiesta religiosa se celebrara en la Iglesia de los Padres Oblatos.
Adornaba la esquina de la casa para recibir la procesión local que se hacía en el barrio acompañando la imagen del Señor durante todo su recorrido.

Siempre nos recordaba que había pedido por nosotros en sus oraciones por nuestra salud y que el trabajo no falte y terminaba para despedirnos dándonos su bendición. En los cumpleaños la mama era todo un caso.  Llegada la hora de cantar el famoso e inevitable happy birthday, todos se juntaban alrededor de la mesa para encender las velitas y cuando todo estaba listo se daba la señal para empezar a cantar el “japi verde tuyu”

A la mama definitivamente la armonía musical le fue ajena, la mama no tenía las notas adecuadas a su favor, el solfeo y el pentagrama le eran infieles a la hora de la verdad. Comenzaba el canto y todos llenos de entusiasmo cantaban con cierta melodía pero al momento que la mama cantaba y cantaba con todas sus fuerzas, opacaba al auditorio con su voz. Si la canción del cumpleaños debía pasar de unas fáciles notas, pues la mama lo entonaba con un mix de notas como de pasar por un la menor, la mayor, fa menor, agregándoles unas negras y corcheas a su gusto y terminar con un súper agudo do de pecho; ella no se daba por aludida ante ningún gesto y cantaba de principio a fin a voz en cuello.
Tal vez para cualquier invitado ajeno a la familia le llamaría la atención, como sucedió conmigo la primera vez, pero a la familia no, y es que no había nieto ni nieta, sobrino ni sobrina que no esperara con ansias el momento de la torta con la mama a su lado y que cantara, que cantara como solo ella sabía hacerlo.

A veces solía recordar su niñez y contaba sobre sus padres, sus pocos hermanos y a Moquegua, su tierra. Esos flash-back de su vida los traía a su memoria para decir que siempre trabajo duro para sus hijos y ayudar a su esposo; para decir que en su casa nunca faltó dinero para la educación de las hijas ni para sus alimentos.
De allí que cuando sus hijos e hijas se casaron ella estaba atenta a que nos los faltara nada a sus nietos, siempre lista para cualquier necesidad que ella estaba presta a proporcionar.
Su partida se dio hace unos años y su casa esta aun habitada por una de sus hijas, la casa está llena de recuerdos, su sonrisa está pegada en las paredes, sus manos están grabadas en las puertas, en la orilla de las ventana, en los bordes de la mesa, en la cocina, donde ella hacia la multiplicación de los platos, el milagro de la comida.

Espero regresar a su casa abrir la puerta para poder saborear los recuerdos, el bullicio de los infaltables y numerosos sobrinos, sentir la música de las interminables fiestas que se dieron por las bodas de los hijos, el bautizo de los nietos, los aniversarios, los cumpleaños. Escucharé con deleite el eco de las risas de mis hijos gritando y jugando con sus primas y también como no, su voz, entonándome un “japiverde” de bienvenida, como solo ella sabía hacerlo.


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