Carolita dejó los EEUU, la ilegalidad la venció.


Por:   Néstor Rubén Taype

El barrio quedó sorprendido, la noticia corrió como pólvora y doña Bertha, radio bemba de la cuadra se había esmerado como nunca en pasar la voz, era en realidad una primicia caliente - Carolita se largó a su país, su Guatemala querida, acompañada de sus dos hijos y ya no regresaría nunca más.
La gente que la conocía no lo podía creer, ella era una mujer muy trabajadora tanto como su esposo, llevaban casi diez años de vivir en este país. Todos se preguntaban si alguien había logrado llamarla después de su súbito viaje, y también saber como doña Bertha la chismosa oficial de la cuadra se había enterado de tremenda noticia antes que nadie. Sobre todo si ella no se hablaba con Carolita, quien precisamente la detestaba por ser una falsa y lengua larga.
El entorno de amigos y familiares más cercanos de Carolita y su esposo Valentín, estaban ligados al oficio de la limpieza. Desde que arribaron en busca del sueño americano, se dedicaron a esta labor gracias a que él fue contratado por una importante empresa. Gracias a su empeño y esfuerzo consiguió colocarse en una estratégica posición, ser nada menos que el brazo derecho del manager de la zona norte de Nueva Jersey.
El rubro principal de la compañía entre otras cosas, era brindar servicio de mantenimiento a una numerosa cartera de clientes tales como, oficinas, edificios, centros comerciales, albergues de jubilados, clubes deportivos, etc, etc.
Por esta razón la mano de obra era muy solicitada y esto hacia que Valentín dispusiera de personal suficiente para satisfacer la demanda de la empresa gracias a sus contactos, algunas de ellas seguramente indocumentados como él y a quienes apoyaba de manera especial y desinteresada.
Habían llegado muy jóvenes de su Guatemala él con veintidós años, ella con apenas dieciocho y el nene de cuatro años, convencidos que podrían conseguir sus sueños.

La iniciativa del viaje, de cruzar la frontera y de jugárselas a como dé lugar nació de Valentín, quien a los quince años ayudaba a su padre en la crianza de puercos, hasta que un buen día vio como el patrón lo castigaba con una soga sin que éste hiciera algo por defenderse.
Desde esa fecha le juró a su padre que ni bien cumpliera la mayoría de edad se iría para América a trabajar. Deseaba hacer dinero y comprar su propia finca para dedicarse a criar y vender sus cerdos sin tener que soportar humillaciones, abusos, ni bajezas. Desde que ingresó a la empresa de limpieza Valentín aprendió rápidamente el trabajo, era muy hábil y rápido en este oficio. No había nada que pudiera detenerlo ni desanimarlo, cualquiera fuera la situación en que se encontrara, él terminaba dejándolo en las mejores condiciones. 
Así pues caían a sus pies vencidos, ventanas, pisos, elevadores, escaleras, techos, baños, retretes y cuanta cosa que se presentara para limpiar, él sabía perfectamente los instrumentos y líquidos a utilizar. Daba cátedra cuando de ventanas altas se trataba, era un artista limpiándolas, hacia inclusive que el resto dejara de hacer sus labores para observarlo. Mostraba como era de diestro en el uso de esa varilla larguísima para pasarle primero el rollo con espuma y remover la suciedad, para luego terminar con la delgada navaja de jebe, que como una suerte de hoja de afeitar quitaba la espuma de los vidrios.
Así se ganó el respeto y cariño de sus compañeros que a pesar de saber que él no tenía un nombramiento oficial, sabían que tácitamente era una suerte de supervisor y así era considerado.
Sin embargo la ilegalidad comenzaba a sentirse en el hogar, ese fantasma que siempre estuvo presente desde que llegaron, comenzó con su inexorable trabajo de desgaste.
La falta de la licencia de conducir hacia que Valentín tuviera que tomarse demasiado tiempo en llegar a los lugares donde era asignado a trabajar. Las interminables conexiones con trenes, buses, subir y bajar a las estaciones soportando el calor inclemente del verano y el duro abrazo del invierno adornado de nieve, granizo y terribles aguaceros, hacia que el regreso a casa se tornara dramático, la familia, comenzaba a sentir su frecuente vacio.

Carolita, quien también trabajaba, sentía que el peso de la casa caía con más fuerza hacia ella, su segundo hijo nació y los quehaceres del hogar se multiplicaron aun más, sin embargo pese a todas las dificultades ella se mantuvo firme y sus hijos crecieron gracias a que supo darse tiempo entre sus labores del hogar y del trabajo.
Un buen día decidió dejar de trabajar para estar más tiempo en casa y así se lo hizo saber a su esposo que luego de las explicaciones del caso estuvieron de acuerdo.
Había adoptado esta posición por que le resultaba difícil la comunicación con su hijo mayor que ya estaba en los primeros años de la adolescencia, el muchacho estaba rebelde y hacia caso omiso a las recomendaciones de su madre. Y cuando alguna vez osó darle un par de cachetadas por su atrevimiento, como respuesta recibió la amenaza que de repetirse esta agresión, llamaría a la policía, tal como lo habían adoctrinado en la escuela.
Carolita se quejaba en sus amigas más intimas la falta que le hacia el esposo por sus recargadas responsabilidades en el trabajo - prácticamente no lo veo a veces hasta por una semana completa- decía. Valentín no sabía decir no a su manager y aceptaba todas las responsabilidades que le asignaban y su labor comprendía, sábados, domingos y cuantos feriados se presentara durante el año.
Ella no se quejaba del dinero, que por lo demás les había permitido comprar ya las hectáreas necesarias en su Guatemala para el futuro criadero de puercos que ellos habían planificado. El problema era que ella aun joven, sentía que los diez años se le pasaron muy rápido y casi todos los días iguales, mucho trabajo en casa y mucho más fuera de ella.
La ilegalidad era el principal escollo para el desarrollo de su familia, principalmente para el futuro de su hijo, el no contar con una movilidad, el no poseer un seguro de salud y la falta de papeles hacía imposible aplicar a otros tipos de trabajos mejores remunerados.

El no poder viajar por tren o avión le provocaba un sentimiento depresivo pues muchas veces el dinero era suficiente como para pasar un fin de semana en Miami.
Carolita en un principio creyó en las noticias de los diarios sobre una reforma migratoria que estaba gestándose desde el año dos mil, pero, que no progresó en absoluto. Sentía que cada vez que se daban marchas multitudinarias las cosas empeoraban y el resultado era tremendamente contrario a lo que se buscaba.  Además era inaudito que solo por gritar y decir que merecemos la residencia se la iban a dar a si de fácil.
Después se ilusionó con la promesa de Obama de hacer la reforma migratoria en los primeros cien días de su gobierno, que vio luego poco a poco prolongarse de cien a mil y quizás a diez mil días, de sabrá Dios que gobierno.
Se sentía incomoda y molesta que califiquen a los inmigrantes ilegales como muertos de hambre, vagos, delincuentes y que desgasten al gobierno en el Charity Care. Ella se jactaba que el dinero nunca les faltó, trabajaron y pagaron sus impuestos sabiendo que en diez años de aportación nunca obtendrían futuros beneficios. Que sus recurrencias médicas fueron solventadas con su dinero a pesar del costo que representaba, que conocía a muchos ilegales que tenían buenos capitales y pequeños negocios y que no invertían más por temor a ser detenidos y deportados.
Así fue que Carolita decidió regresar a su Guatemala querida con sus dos hijos dejando a su esposo trabajando en este país por un tiempo.
Cuenta Valentín que al principio pensó que era una broma cuando en una de esas madrugadas en la que él llegaba a casa, Carola la esperó despierta en la sala y le dio la noticia de su partida.  No era realmente una novedad,  ella se lo había advertido en diversas oportunidades,  pero él  pensaba que las posibilidades de dar ese paso eran muy, pero muy lejanas.
La discusión se tornó larga y el intercambio de palabras y algunos gritos hizo que uno de sus hijos  despertara, luego más calmados Carolita logró convencer a su esposo de la necesidad de dejar America por el bien de sus hijos, además  que esto no representaba ninguna rabieta, mal humor, ni mucho menos. Algo tarde Valentín entró en razón y se arrepintió de entregarse totalmente al trabajo, olvidando que las horas transcurridas no regresan y que su ausencia había envuelto totalmente el hogar y ese vacío le estaba pasando una factura dolorosa. 
El sacrificio de trabajar tantas horas fuera de casa para traer el pan no era excusa suficiente para salvar la situación que se le estaba presentando, el dinero al final de cuentas, no lo era todo.

Carolita fue muy clara en su advertencia, le dijo que ella cuidaría ahora del terreno comprado por ellos, además el dinero que él enviara se utilizaría para armar todo el conglomerado que exige un criadero de puercos. Que ella no se iba a limitar a recibir el dinero sino también trabajaría allá y que sus hijos podría dejarlos en casa de sus padres.
Le dio licencia para quedarse en este país por solo un año más, le advirtió que si pasado este tiempo no regresaba entonces conversarían nuevamente para ver qué decisión tomarían ambos.
La partida de Carolita fue comidilla por muchas semanas en el barrio latino, se hablaba en las barras, restaurantes, supermercados, fiestas y en cuanta reunión se daba.
Todo el mundo se seguía preguntando ¿cómo fue que la muy noble, amable, trabajadora y abnegada esposa tuvo una decisión tan drástica? Como la de regresar a su país con sus hijos.
Igualmente  ¿Cómo se enteró primero doña Bertha, la poseedora de la lengua más viperina de la cuadra, de tremenda noticia? es hasta ahora un misterio, y ante tanta insistencia se dice que había dado una respuesta muy profesional – no puedo delatar mis fuentes-

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