El Colegio Riva Aguero.y sus estrellas.

Foto tomada de la website www.peruanosenatlanta.com

Por: Néstor Rubén Taype
Dejamos Villa luego de cinco años de permanencia, era un enorme arenal que recién había sido lotizado y del cual nosotros fuimos parte. Se llamaba la Asociación Agropecuaria Las Delicias de Villa y cada vecino se benefició con mil metros cuadrados, con la condición de hacer sembríos domésticos y la crianza de animales. Así fuimos a vivir a la nueva y recién inaugurada Urbanización Palomino, en ese entonces con cuatro zonas, de las cinco que tuvo después. Dada la lejanía para el colegio mi madre decidió que me quedara a vivir por un año en Chorrillos, precisamente en la Urbanización Los Laureles, en casa de mi tía. Compartí entonces doce meses de estadía con mis tíos y sus nueve hijos. Era el año 1968, estaba yo en el segundo de secundaria en la Gran Unidad Escolar José de la Riva Agüero y Osma. No era en realidad un colegio grande en tamaño como lo era el Bartolomé Herrera, Alfonso Ugarte o el Eguren. Fue exactamente en este año que el General Juan Velasco Alvarado derrocó al Presidente Constitucional Don Fernando Belaúnde Terry. Pronto llegaron los cambios incluyendo a nosotros los estudiantes pues se eliminaron algunos cursos y se cambió el horario.

En aquel entonces el colegio tenía como director a don Lizardo Guillen Collado, si no me equivoco, autor de libros de secundaria sobre Historia Universal. Me viene a la memoria algún nombre como el profesor Huasasquiche de Historia del Perú, el profesor Rodríguez de matemáticas, que le llovía de todo en clase. Don Félix Arias Shereiber, profesor de literatura, a quien recuerdo como un excelente maestro. Tenía la costumbre de contarnos, no leernos, obras literarias como, El Rey Lear, Otelo, Macbeth y en el salón reinaba un silencio sepulcral y pobre aquel que hiciera bulla o una payasada, no le decían nada, pero al final recibía un “apanao” de la gran flauta. También recuerdo al profesor Valencia que era todo un caballero y un perseverante consejero.  
Al “ticher” de inglés quien era un tipo alto y que no recuerdo el nombre, pero si su apodo “cachapato” siempre terminaba gritando por la bulla tremenda y la chacota de los alumnos. Acostumbraba a usar sus pantalones algo apretados y altos que dejaban ver sus medias blancas y sus enormes zapatos, como el dibujo de una tira cómica. De los auxiliares estaba un tipo algo maduro a quien le decían “James Bond” porque se manejaba una buena pinta y no se le escapaba ninguna secretaria. Teníamos al auxiliar Peres, muy buena gente, el auxiliar Rojas más conocido como “Nino Goyito” quien era bien bravo y andaba con su regla en la mano para castigar al primer travieso. Era este auxiliar que en aquel entonces ya utilizaba la famosa frase ¿qué tanto me mira alumno, quiere una foto mía calato? Muchos años después inmortalizada por Gustavo Bueno en la película peruana “La Ciudad y los Perros”
Compartí mi carpeta con el alumno Tapia por casi los cinco años, mataperreaba con Víctor Lazo Osorio y otro alumno apellidado Soto. Era el “chino” mal llamado chino, pues su apellido era japonés: Yamamoto, aunque en realidad era Palomino Yamamoto, pero todo el mundo lo llamaba por su segundo apellido. Fue primer lugar en los cinco años de la secundaria, era un genio que nunca tenía plata para comprarse un “sanguche” en el recreo y que convidábamos a cambio de que soplara en los exámenes. El bibliotecario era un señor calvo de bigotes quien en cuanta oportunidad tenia nos recordaba la desgracia de haber perdido la guerra con Chile. - ¡Estudien, estudien, sean algo en la vida, no se olviden que los chilenos nos ganaron por ser nosotros unos ignorantes y brutos, lean libros, edúquense caracho! Por esta razón su chapa fue “Chileno” y nadie sabía cómo se llamaba, solo decían – hoy toca biblioteca con el chileno, la cagada hay que aguantarlo nomás. Mil novecientos sesenta y ocho la hora del recreo en el colegio, pan con chanfainita en el kiosco, ufff......o pan con pejerrey y su Inca Kola o Kola Inglesa.
Sonaba en el patio la música de los Ángeles Negros de moda en esos años, música que era manejada desde la oficina de la secretaria, seguramente fan enamorada de este grupo. Todos los alumnos en el patio, allí estaban los famosos hermanos Nahaamias, no sé si de familia judía o árabe, eran brillantes alumnos, miembros selectos de la escolta en los desfiles. El joven Héctor Rosas Padilla quien ya había publicado un pequeño libro de poesía prologado por el profesor Ponce de León. Eran poemas de amor de un joven seguramente enamorado y quien en la primera página dedicaba su libro a una estudiante del colegio Brígida Silva de Ochoa y compañera del salón de mi hermana. Eran estos algunos de los muchos estudiantes de moda o “famosos” en el colegio por sus cualidades en las que destacaban. Pero en el recreo todos los días se hacían círculos en medio o al costado del patio en la que siempre íbamos a sapear los de grados menores como nosotros.
- Oe vamos a escuchar los chistes del chato, ese pata del quinto que cuenta unos chistes buenazos.
Nos acercábamos como podíamos y en el centro estaba un muchachón gordito, sonriente, parecía que había nacido así, alegre con la sonrisa enclavada en su rostro para siempre. Agazapados en el círculo de gente estábamos acercando el oído como podíamos para escuchar el siguiente chiste que celebrábamos con una bulla tremenda. De pronto nos comenzaban a botar – hey tu afuera tú también y tú chau, váyanse - Luego escuchábamos una voz que decía – ¡que boten a los chibolos que va a contar un chiste rojo carajo! En cada actuación que se celebraba en el colegio por alguna efeméride o fecha especial como el Día de la Madre, venían artistas para amenizar la celebración. Así muchas veces tuvimos la participación de un joven que decían pescador de la bajada de Chorrillos y que destacaba como buen cómico llamado Román Gámez.
Pero ya nuestro crédito era pedido para salir a actuar y desde la fila de alumnos se escuchaba – ¡Que salga Pereyra! ¡Hey Pereyra, ya pe no te chupes! Y por supuesto que no faltaban los empujones y uno veía al gordito embestido casi cayéndose en el patio y regresando nuevamente a su formación. Cada actuación en la escuela la escena se volvía a repetir hasta que un día, como siempre son las cosas, con esa frase “hasta que un día” el profesor Ponce de León quien fungía de maestro de ceremonias dijo – que el alumno Pereyra salga al escenario –El griterío se inició y desde la formación salió un gordito cargado en vilo por sus compañeros que lo lanzaron al estrado directamente, sin permitirle siquiera utilizar las pequeñas escaleras traseras. 
La formación era una fiesta, todos gritaban y ahora querían ver en el escenario grande a su compañero que cada recreo los divertía con sus chistes e imitaciones. El alumno Pereyra se puso de pie, se sacudió un poquito del polvo por la caída abrupta que había tenido y ensayando su mejor sonrisa dijo “gracias compañeros por ayudarme a subir” bastó esa frase y todo el mundo hecho a reír.
Señor director, señores profesores, invitados, alumnos todos…gracias por la oportunidad de permitirme….cuando de pronto no faltó una voz desde la formación que dijo ¡ya pe Pereyra suelta el primer chiste!  Comenzó la fiesta y el gordito demostraba un tremendo dominio de escena y se lanzó con los chistes que se pedían desde la formación, ¡ahora la del loro y el pirata! ¡de los borrachos! Pereyra seguía dándole a su show y ya se vislumbraba el showman que llevaba adentro.
- Entonces se encontraron dos chicos, esos que de lejos parecen y de cerca son ¡siiiiiiiii!

Mientras  hacía gestos que parodiaba a estos “muchachitos”  los profesores también lo disfrutaban, tratando de reírse conservadoramente.
Luego continuarían sus imitaciones de Tulio Loza y la mejor, de Don Nicomedes Santa Cruz y su famosa décima “La Escuelita”
- ¡La  del confesionario, la del cura! - gritó otro alumno, en tanto que antes de iniciar el chiste Pereyra miraba de reojo y una sonrisa nerviosa asomaba a nuestro profesor de religión, el sacerdote franciscano don Giovanni Batista, que de la bondad franciscana no tenía nada y más bien parecía de la Santa Inquisición, seguramente esperando que tan rojo seria ese chiste de curitas. Al final se despidió como tres veces y la gente no quería soltarlo hasta que en determinado momento nuevamente se escuchó la voz del conductor de la ceremonia diciendo – Nuestro agradecimiento al alumno Pereyra y se ruega por favor pasar a formación. levantó   las manos y haciendo la voz del profesor Ponce de León se despidió diciendo – estimados alumnos por orden del señor director mañana viernes se declara asueto para todos. La formación era un loquerío y a partir de esa fecha el alumno Luis Pereyra fue infaltable en cada fiesta que se celebraba en el colegio.  Recuerdo esa época gratamente de un Chorrillos que cada 29 de Junio era una fiesta, una colorida fiesta. Día de San Pedro y José Olaya. 
El desfile escolar en el malecón con la participaron de todos los colegios, particulares y privados, como el Niño Jesús de Praga, el Chalet, el Pedro Ruiz Gallo, el Brígida Silva de Ochoa y por supuesto nuestra Gran Unidad Escolar, José de la Riva Agüero. A este desfile asistía nada menos que el mismísimo Presidente de la Republica. Los juegos mecánicos que llegaban a la Avenida Huaylas, la principal de la ciudad garantizaban una semana de festividad, era el Chorrillos del Agua Dulce y la Herradura, del Morro Solar y la famosa Cancha de los Muertos. Lugares donde la muchachada traviesa se tiraba “la pera”Fue nuestro crédito rivaguerino un artista “bautizado” como “Panchorizo” que luego se haría profesional y compartiría escenario con los mejores cómicos y artistas de nuestro país.
Todos estos recuerdos se me vinieron a la memoria a propósito de Lucho Pereyra y el Riva Agüero.

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