Billy es un cuarentón y solterón,
vive en la soledad desde hace varios años en las tierras del Tío Sam. Llegó de
Sudamérica pedido por su padre, quien había migrado cuando él aún era un niño y
el reencuentro no fue lo agradable que había soñado. Sintió que su padre lo
trajo sólo por cumplir y que la relación nunca fue buena, la distancia y el
tiempo los había hecho ajenos. La distancia se agrandó más al darse cuenta el
padre que su muchacho tenía algunos signos, no de una real locura, pero sí de
ciertas divagaciones en las que se enfrascaba y siempre pensó que le había
salido este chico algo “falladito”
Así el muchacho una vez que se
sintió confiado en que podía hacer dinero suficiente para pagar sus costos, se
mudó a vivir solo en el tercer piso de un edificio en una de las ciudades de
Nueva York, conocido por estar poblado de hispanos. Paralelamente a su gusto de
hablar sobre los extra terrestres y ovnis, era un predicador apocalíptico, de
la verdad del mensaje divino y de la biblia. Había sido criado por una
conservadora madre protestante que lo había aleccionado bien en los textos
bíblicos y como era de esperarse, sabía de memoria muchas de ellas. Ama a tu
prójimo, decía continuamente, a lo que sus interlocutores sabiendo de su origen
y como llegó, le replicaban – ¿Y tú porque no amas a tu padre? Estas respuestas
lo ponían de mal humor.
Billy hablaba mucho y se tornaba
insoportable para los compañeros de turno, quienes evitaban trabajar con él.
Pese al calor reinante que imperaba en el warehouse, él trabajaba con una
polera que usualmente se usa en invierno, todos se sorprendían que no se
ahogara de calor, en un lugar donde solo imperaba el T-shirt. Se consideraba un
conquistador, un don Juan incorregible, y contaba cada historia de sus éxitos
amorosos con las damas que aunque lo escuchaban, no le daban por creíbles.
Cierta vez mientras predicaba la segunda venida del Mesías a su compañero de
turno y su larga descripción de cómo sería la cosa, prendió el microwave para
calentar su comida. Sucede que la empresa permitía a sus trabajadores alistar
sus alimentos veinte minutos antes del lonche, y regresaran a sus labores y que
no perdieran tanto tiempo. Ensimismado en su perorata puso cuarenta minutos en
lugar de cuatro y siguiendo con el speech hacia su colega, regresaron a sus
puestos. Grande fue la sorpresa para el supervisor de turno, que, ante la
humareda del aparato, voló para desenchufarlo y sacar a la calle el bendito aparato
que echaba humo por doquier.
No se supo si esa fue la razón de
su despido, pero después de una semana de lo ocurrido, Billy fue echado de la
empresa. Molesto por el despido, paseaba por los parques de su barrio y solía
sentarse frente a una laguna que se ubicaba en dicho lugar. Siempre estaba
lleno de niños que salían a pasear y tener un poco de esparcimiento como él.
Recordaba la mirada de su padre hacia él, era una mirada de decepción y de
extrañeza, eran padre e hijo, pero había una distancia tremenda entre los dos.
Ese trato lejano lo desesperaba, y le molestaba saber ahora que si uno ganaba
un mínimo por semana, algo decente para vivir, ¿cómo había sido posible que su
madre pasara muchas vicisitudes económicas cuando su padre se retrasaba en los
envíos? Y se cansaba de oír el mismo
texto de respuesta “tu padre no ha enviado nada este mes” Así, no pudo pagarse
la academia en la que el soñaba prepararse para la universidad y estudiar su
pasión que era la arquitectura. Cotidianamente había sufrido bulyng en la
escuela porque lo llamaban “Baldor” un famoso libro de matemáticas. Previo a
cada examen de este curso, en el recreo lo acorralaban en el salón el grupo de
los malos y matones para amenazarlo si es que no soplaba en los exámenes.
Muchas veces lo agredieron por no “soplar” otras veces el profesor le anuló sus
exámenes y lo retiró del salón por hacerlo. Pese a todo, recuerda haber
ingresado a San Marcos a estudiar su pasión, pero seis meses después la
realidad lo obligaba a elegir entre sus estudios o el trabajo; dos hermanos
menores eran una carga demasiado fuerte para su madre.
Un niño se acercó dándole un
caramelo y lo sacó de sus meditaciones, el pequeñín le regalo también una
amplia sonrisa y le dijo – ella es mi mamá – y se fue corriendo.
De pronto sonó su celular, era la
agencia de empleos informándole que debía acercarse a la oficina el día
siguiente a las seis de la mañana. – Vaya por fin – se dijo, ya tengo chamba.
El lugar era: Las pelucas, si las pelucas, había aprendido que todos los
warehouses tenían nombres especiales que la gente, el inmigrante le ponía uno.
Los quesos, los maletines, las umbrelas, las bicicletas, los cuchillos, las
conservas, los chinos, etc, etc, etc.
Cierta vez mientras esperaba la camioneta que lo recogería en una
esquina de la ciudad, se le acercaron una de esas parejas famosas que van
siempre muy bien enfundados en camisas blancas y pantalones negros con biblia
en la mano, bueno, con dos biblias, ellos tienen una propia, y después de
saludarlo muy cortésmente como acostumbran estos jóvenes evangelizadores,
comenzaron a explicarle textos bíblicos. Billy los quedó mirando y les dijo que
eran unos jóvenes valientes y que se alegraba que salieran a evangelizar y además
con un tono patriarcal y casi diríamos celestial les dijo - “Yo soy la verdad y
la vida. Seguid pues predicando mi palabra, mi evangelio hijos queridos”.
Sorprendidos los jóvenes, luego de mirarse mutuamente y hacerse unas muecas,
seguramente pensaron lo que lógicamente cualquier mortal lo hubiera hecho,
retirarse.
Los vio alejarse entre el tumulto
de la gente que a esa hora sale presurosa a trabajar, no sin poder evitar una
ligera sonrisa, acaso de mofa o irreverencia por lo anecdótico de ese encuentro
y su súbita respuesta. Dio la vuelta con la mirada para buscar en la avenida la
camioneta que lo recogería para el trabajo, cuando sorpresivamente una anciana
señora le tomó las manos y le dijo – Lo he escuchado todo, parece que esos
jóvenes no le creyeron, pero yo si maestro, déme su bendición y venga a mi casa
a comer, vivo allí sola, mire cerquita nomas, pregunte por Paulina, lo espero
maestro. Y besando sus manos se retiró.
Billy seguramente continúa
deambulando de factoría en factoría en los suburbios de Nueva york, aburriendo
a unos y sorprendiendo a otros. Predicando el amor al prójimo, la venida del
Mesías y la cercanía y espionaje de los marcianos. “Amaos los unos a otros” –
repetía - pero en el fondo de su mente como haciendo un paréntesis, unas
comillas, una previa cuestión de orden, decía – menos a mi padre-.
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