Al vuelo




 Por: Néstor Rubén Taype

                                             Cuatro de la tarde era mi horario de salida y tomaba una larga  caminata hasta la estación de los trenes en uno de los suburbios  del estado de Nueva Jersey. El paisaje de salida de este condominio era  muy lindo, el camino era el cruce de un larguísimo campo verde, como los de golf y atrás un puerto en el que acoderaban unos barcos de lujo o los llamados cruceros. Digamos que para  llegar desde el condominio hasta la estación era de unos quince  minutos caminando sin apuro. El día estaba vigilado por un sol esplendoroso que disfrutaba bañándonos con sus rayos y abrazándonos con su calor insoportable. Aquella tarde el gran campo estaba con unos visitantes que sabíamos que llegaban en sus acostumbradas migraciones: los patos.

Traté de hacer un cálculo de que cantidad habría y me pareció  más de un ciento. Estaban en todo el  camino y mientras  yo avanzaba los patos se iban apartando, no sin antes mirarme con mucha desconfianza.  No podía evitar cierto temor y recordar la película Los Pájaros, de Alfred Hichtcock, preguntándome si acaso me atacarían. Creo que allí comenzó mi drama y seguramente los nervios me estaban traicionando, al parecer ese miedo empezaba yo a trasmitirlo y mis pasos se hicieron torpes cabreando a estos animales en mi camino. Estaba casi un poco más de la mitad de mi ruta cuando de pronto sentí la mirada  atrevida de un pato más grande que los demás, no sé si era así o yo lo veía de esa manera. Estaba a mi costado,  como a unos cinco pasos de distancia y mientras caminaba, él me seguía. Luego me dieron ganas de correr pero no lo hice, que vergüenza, me dije. Apuré el paso y el bendito pato comenzó a acercarse con una respiración  agitada hacia mí. Ya,  dije, este fulano me va a atacar y la mancha se me va a venir encima.  Traté de serenarme y guardar el control del caso, a lo lejos veía los autos pasando por la avenida  sin importarles que me sucedía, de pronto asomó un helicóptero que pasaba fugaz sin percatarse de mi drama. Yo quería gritarles auxilio así como en las películas, pero al final me chupaba – que vergüenza-.

El pato, que supongo seria el jefe, estaba casi como a dos pasos de distancia cuando ya lo sentía jadear y con ganas de atacarme; de pronto fue interceptado por otro pato algo más pequeño que no era igual que todos lo demás, que son como copias hechas en serie. Este pato era algo diferente, pero pato al fin.  Miraba de reojo lo que acontecía y vi que lo había calmado, ya no venía hacia mí y más bien se quedó en su lugar enterrando su cabeza en el pasto.  Me sentí aliviado y seguí caminando ya más seguro que nada me sucedería,  pero sin poder evitar el profuso sudor de mi frente y creo que de todo el cuerpo. Cuando me alejaba  escuché una  voz que me llamaba -Compare, compare, ¡hey choche!   Di la vuelta algo impresionado vi al pato que era diferente a los demás llamándome, ¿Choche? Me había dicho choche.

            ¿Tú eres el pato que me ha llamado?

            Claro, yo mismo, ¿Ya estas tranquilo?

No salía de mi asombro que ese pato me hablara y quise detenerme pero él me  dijo que siguiéramos caminando sin roche y nos detuvimos casi al final del camino, donde había unas bancas para transeúntes.  Pasada la impresión le dije que eso de choche era muy peruano y que yo lo entendía porque era peruano también, él se alegró mucho y me dijo que si no estaba apurado le gustaría conversar un rato, que no hablaba con un paisano desde hacía mucho tiempo.  Le pregunté qué hacía aquí, como se llamaba, como había llegado desde tan lejos y que no sabía que los animales también migraban individualmente.  Me respondió que eran muchas preguntas juntas pero que su nombre aquí era Mike, adoptado por las circunstancias, pero que en realidad su nombre en Perú era Fido y que por favor no me riera porque ya sabía que era nombre de perro.  No – le dije, para nada, pero que me contara como es que llegó a Estados Unidos desde tan lejos. Entonces me dijo que venía  desde los cerros que rodean Lima, de aquellos lugares pobres y olvidados de la capital. 

Yo vengo de allá, de la pobreza extrema, donde los animales no tienen jaulas ni nada,  todos dormimos en la cocina que también es comedor y dormitorio.  De chiquito solo me acuerdo de mi mamá y dos hermanitos que jugábamos en la tierra, y el agua solo lo conocíamos para tomarla cuando la señora nos daba con mamadera. Nos habría el pico y nos daba agua en un chisguete, esos de carnavales. No se pueden desperdiciar el agua  hijitos, nos decía. - ¿Y qué paso con tu familia? -  Un día mis hermanos desaparecieron y mi mamá me dijo que se habían ido a vivir a otras casas. Otro día mi mamá también desapareció  y por allí me dijeron que fue un buen arroz con pato, pero eso me lo dijo el gallo borracho que era uno de mis amigos. –  ¿Entonces que pasó después? - Ya más joven tenía mi gente, ósea una collera que nos reuníamos siempre allá en el cerro. - ¿Y quiénes eran esos patas tuyos? - Una mancha maldita, mira primero: Gallo viejo,  Pavaso, que era por supuesto un pavo, luego Rocky, el gallo de pelea que era un borracho de mierda. Pekín, que era eso un Pekín, me decía que él no era un pato, sino un Pekín, según él más fino, me caía pesado y para mí era medio huevón y por último Cayito, que era un cuy bien pendejo. Esa era nuestra mancha que nos reuníamos detrás de alguna choza de nuestros dueños.  ¿Me decías que el combo no abundaba, que vienes de la pobreza  de que se alimentaban?  El combo era poco y no se comía todos los días, mi dueña criaba también a una gallina con dos pollitas y un par de conejos. Yo andaba más afuera con mi mancha, pero todos eran buena gente, especialmente una pollita, que ya te contare mi historia con ella. Comíamos arroz que sobrada del combo de la dueña y sus cuatro hijos y de su marido vago. Pero la tía los domingos nos daba nicovita, no sé cómo los conseguía pero  que rico era comer los domingos.  Cuando estaba con mi mancha me jodían y a veces me decían pato seco, porque no había conocido el agua, ósea un lago, un rio o un lugar donde se supone yo debía nadar. Gallo viejo, que era el sabio del grupo se compadecía de mí. Pobre muchacho – me decía – como es posible que esa patas tuyas nunca haya navegado – Y me explicaba porque tenían  mis patas esa forma. – Hijo, ese cuerpo tuyo nunca se ha zambullido en el líquido elemento, que desgracia – me decía.  No sabes hijo mío que las características de tu biotipo son para que disfrutes de las bondades del agua que te es negado, pero, huye hijo, lárgate de este horroroso lugar y descubre el mundo y vuela, cosa que nunca has hecho a pesar que también naciste para volar. No le entendía lo que hablaba el tío sabio porque yo era un bruto pues. ¿Qué mundo?  Si mi mundo estaba rodeado de cerros,  con gente pobre y animales que sobrevivíamos como podíamos y ¿Volar? No, solo vuelan los pajaritos.

 ROCKY.

Era un gallo de pelea que su dueño lo compró muy pequeñito y le resultó un gran peleador ganando muchos campeonatos y dándole a su dueño muchas ganancias con las apuestas. Pero el tiempo pasó y un día Rocky comenzó a perder y perder, entonces lo hicieron descansar un tiempo dándole  su última chance de pelear. Su dueño apostó fuerte y se las jugó por su gallo, le tenía fe, pero la fe no era todo, Rocky ya estaba viejo y perdió. Enterró el pico y al toque, bien mosca su gente lo recogió. Respiraba aún y por milagro lo salvaron. Cuando se curó su dueño lo engañó y le dijo que casi desfalleciendo acabó con su contrincante y desde allí lo celebraron con una tranca endemoniada de la que Rocky nunca quiso salir. Chupaba casi todos los días, pero los fines de semana era a morir, él  y su dueño. Andaba tan borracho que  una vez lo quiso pisar a Gallo viejo, al sabio y éste ofendido en su honor  mandó llamar a dos patos negros del barrio maleado para que le sacaran la mierda a Rocky; casi lo matan si no es por mi patrona que le salvó la vida. Desde allí Gallo viejo le tiene bronca.

Gallo Viejo.

No sabe ni se recuerda cuantos años tiene, solo sabe que ya está viejo y nadie se lo va a comer, a no ser que tenga que encontrarse con algunos perros vagos y hambrientos de la zona que no creen en nadie. Dice que era el mejor cantador de esos cerros baldíos que comenzaba a poblarse de pobreza. Todas las mañanas cantaba a voz en cuello y su grito, a veces barítono, otras veces tenor, daba el anuncio del amanecer en los cerros de esa Lima gris. Vivió con tres familias que lo fueron regalando por varias razones: unas para pagar una deuda, otras vendido por ser un gallo cantor que daba la hora exacta, virtud que le había sido concedido por la madre naturaleza.  Aprendió a leer y leyó muchos libros que alguna vez tuvo unos de sus dueños, profesor de una escuela. Me dice que los humanos, ósea ustedes son uno miserables y depredadores de la madre naturaleza. Le pregunté qué significaba esas palabras ¿depre  qué? Entonces me dijo, malos, que eran muy, pero muy malos. Todos los respetan, incluyendo a Rocky después de la paliza, él está presente siempre en nuestras reuniones y hasta en las trancas que a veces nos damos. Altivo el viejo, hablando poco y aconsejando. Claro que cuando ya estábamos todos bien borrachos se iba, no quería que le falten el respeto y nos disculpaba por la tranca. Es que una vez Cayito el cuy, le estaba hablando y Gallo viejo se había dormido, entonces cuando despertó, el cuy le dijo – Mira tío, si quieres morirte, ándate a otro lado y no nos cagues las fiesta, encima casi te mueres y ni siquiera avisas-. Claro todo el mundo se cagó de risa. Pero él, sacudiéndose las alas y muy serio se retiró diciendo – los perdono sarta de bestias ignorantes.

 Pavaso.

Pavaso era eso: un pavaso menso. Siempre que lo vi lucia saludable, sano, gordito, bien papeado. Rocky le recordaba que era un pavo que lo estaba preparando para una cena de navidad, cosa que él negaba y afirmaba ser engreído de la familia, de la numerosa familia que eran sus dueños. Como prueba de ello llegó un día bien borracho comentando que se había metido una tranca con su dueño. Rocky le decía que eso era falso, que solo lo estaban cebando y le invitaban vino para que se acostumbre y no desconfíe –  y le repetía -  un día te darán vuelta Pavaso. Pero el pavo se la creía y así vivía feliz. Días antes de emigrar la mancha nos pasó la voz que el pavito ya no estaba, se encontraron en la basura toda su ropita, ósea sus plumas y cualquiera podía reconocer que eran de él. No botaron nada, había sido comida para los nueve hijos de la familia que con esfuerzo lo alimentaron. No dejaron nada, ni las patas y si no se comieron las plumas, es porque no hay como. Cayito contó haber visto como tiraban su cabeza dentro de la olla de sopa.

 Cayito

Líder de una manada de cuyes, cayito era bien mosca y el datero de todas las novedades, que por su tamaño podía entrar a todo sitio. Sabía que era un machito necesario para dar crías y por eso  tenía cierta tranquilidad que no se le diera vuelta. Era rockero y salsero. Siempre nos daba un show de baile, pero Cayito fue atrapado por un maldito perro hambriento  del vecindario que no le dejó ni los huesitos. Allá en los cerros de la pobreza nadie está libre. Los dueños de Cayito fueron a la casa de del maldito perro, sus vecinos. Estos le exigieron una prueba que su perro se había comido a su cuy, cosa que no se pudo probar. Nosotros desde el techo de nuestra casa insultábamos al maldito perro negro que se comió a Cayito y este enseñando los dientes y ladrando fuerte nos decía – tú serás el próximo patito huevón, cuídate, cuídate, que yo no dejo huellas.

 Pekín

Pekín era un pato como yo, pero tenía un color algo amarillento y erala Asociación de ex trabajadores de Faucett un sobrado de mierda. No me caía para nada, lo detestaba, siempre me miraba como si yo fuera menos que él y eso me molestaba. Un día lo cuadré y le dije que se creía, y éste me dijo que no pasaba nada, que él solo era un fino Pekín y que sabía que su origen era noble de un país llamado Alemania y algún día se iría de ese muladar. Para tranquilidad mía un familiar de la dueña se lo compró, una tía que siempre andaba muy elegante y vivía por la zona de los platudos en Lima. Se largó por fin ese Pekín hijo de su madre que se creía la gran cosa. La historia había sido larga y estaba yo asombrado de todo lo sucedido, pero faltaba la historia de este pato migrante que luego de contarme con paciencia lo relatado, se quedó pensativo, callado y parecía cansado, como si hubiera volado diez kilómetros.  Para romper ese silencio le pregunté por qué lo llamaban Fido. Como si hubiera despertado de un prolongado sueño, sonrió y río ante la pregunta al parecer inesperada - Sorry paisano, sorry. Te voy a contar la historia mía, ¿Viste? dije la historia mía, en lugar de decir mi historia, cosas del lenguaje que se aprende aquí como si hablara inglés.  Bueno, comienzo, al parecer los dueños tuvieron una mascota, un perrito llamado Fido y que se murió de rabia y mi dueña encariñada y recordando a su perrito, su bendito nombre me lo clavó a mí.  Una noche cuando conversaba con Gallo viejo y me contaba de la época de guerra que había pasado en la zona, de unos patas comunistas y que los llamaban terroristas, llegaban en la noche a robar gallinas y todo lo que podían y amenazaban a la gente a que se unan a su lucha. Otras veces venían solo a matar a los vecinos y otras veces dice que llegaban militares. Entonces él me repetía, los humanos son una basura, una mierda, no pueden vivir en paz. Y en determinado momento me hizo jurar que debería irme, huir de ese lugar, que me vaya a conocer los mares y lagos del mundo, que sepa que hay lugares que viven muchos patos y solo patos y que debería conocer otros animales, pero en libertad. Yo, un poco confundido juré, juré que lo haría. Él sabiamente al verme confundido me aconsejó irme al mar a los puertos – vete al Callao ahí hay un puerto y podrás tomar el barco que salga al extranjero. Igual yo decía que será “extranjero”. Gallo viejo era un sabio, me abrazó y me dijo - Bon voyage – have a good trip, buen viaje muchacho, vuela, te estoy diciendo en francés y en ingles lo mismo que te estoy diciendo en español.  Yo más confundido pensaba francés, inglés que chucha será eso.

 Mi dueña había dejado a su marido vago y se había empatado con otro, un colorao que venía siempre bien vestido, bien tela y al parecer con plata, después me enteraría que era un estafador. La comida mejoró y algunas esteras de la casa fueron cambiadas por otras nuevas y los tres hijos de la doña tenían mejor ropita. Un día este colorao me agarró desprevenido y me puso su cara frente a la mía diciéndome – patito ya estas algo grandecito, creo que un mes más ya debes estar listo para la olla, mmmm hueles rico, pero sazonado olerás mejor – y me tiró al suelo. ¿Sabes? Puta allí si me asusté y sabía que era hora de irse tal como me lo había recomendado Gallo viejo, quien la muerte lo había sorprendido una noche cuando la peste pasó por su corral. Sus dueños no lo comieron, era viejo, decían, además murió de peste y era peligroso, podía dar cáncer, decían. Lo ataron como una momia con periódicos, cartones viejos y lo metieron en muchas bolsas para luego tirarlo a la basura. Ni los perros que rebuscaban en los basurales se lo quisieron comer. Así terminó la vida de Gallo Viejo, el intelectual, sabio y conocedor de muchas historias de esos cerros hambrientos, murió como un apestado, muy triste final para un honorable gallo.

 Tomando la recomendación del viejo gallo y a punta de empeño y esfuerzo no sé cómo, pero llegué al puerto, fueron días y días de hambre, tenía que ir escondiéndome, pero, como me dijeron antes, yo tenía la facultad de volar y volé.  Me alimentaba de desperdicios de los mercadillos del puerto y en algunas tardes desoladas los pelicanos me preguntaban que hacia allí, y las gaviotas también. Los viejos como siempre aconsejando, uno de ellos un viejo pelicano, al contarle mi propósito, me dio datos muy buenos para salir fuera. Me contaba de los barcos que llegaban y para donde iban. Me dijo que lo mejor era que tomara un barco que iba a Nueva York, que llegaba en un mes y era muy grande donde yo podía camuflarme perfectamente. Un mes de espera me parecía largo, pero aprendí a moverme bien en las orillas del mar. Todo iba bien hasta que un día, en un atardecer y cuando el sol estaba zambulléndose en el mar, conocí a una gaviota muy linda.  Conversábamos mucho y poco a poco nos hicimos bien patas y volábamos juntos, aunque yo no con tanta habilidad como ella, quien cortésmente me conseguía pescadillos para alimentarme y yo, como no, con cierto recelo, aceptaba, no tenía otra y el hambre apuraba. Allí tuve la oportunidad de posarme sobre las aguas del inmenso mar y nadar y patalear con mis herramientas que la naturaleza me había dado, mis patas. Pero el movimiento de las aguas era demasiado fuerte y asustado levantaba vuelo entre las sonrisas de la gaviota que me decía que yo jamás me podría hundir. Así, nació el amor y ciertamente me enamoré de la gaviota a quien llamé Tita.  ¿Te viniste con ella aquí? – pregunte - No, me dijo y prosiguió con su historia – Su familia no me quería y su viejo vino a decirme que de donde se me había ocurrido enamorar a su hija si no teníamos en común nada, absolutamente nada y que no permitiría esa relación, amenazándome con traer a unos gallinazos salvajes, que, por unos cuantos pescados de pago, podrían llevarme al otro mundo. ¿Pero Mike, como te enamoras de una gaviota por Dios? Mira, he sido bien piña, en el cerro, ósea allá en mi casa, me salí enamorando con una pollita más rica y recontra traviesa, esa no creía en nadie, venia y me buscaba cuando el gallinero estaba vacío y allí nomas yo mismo era. Pero, partí sin decirle adiós y me imagino que hoy me debe estar odiando. Ahora como si se repitiera la historia la fecha se acercaba y yo otra vez padeciendo de amor, pero aquí si era amor verdadero.

La gaviota era finita, amable y me había jurado amor eterno y yo también, aunque sabía que ese juramento de no dejarla nunca era una miserable falsedad. El viejo pelicano me avisó una tarde que el barco llegaba al día siguiente y que estuviera listo, dijo que él conocía a toda la tripulación de animales que llegaban allí, desde  sus hermanos  pelicanos hasta los ratones.  Así pues, con todo el dolor de mi corazón me embarque una tarde lluviosa allá en el puerto  del Callao, la lluvia incesante anunciaba que los vientos se asomarían y al partir, el barco se mecía de un lado a otro, era una mecedora.                                                                 Inesperadamente mientras veía que la figura del puerto se alejaba, apareció frente a mi Tita, la bella gaviota y por unos segundos me quedó mirando en silencio, una mirada que preguntaba ¿Por qué? y súbitamente levantó vuelo. Desde ese momento tengo el corazón quebrado y que no ha podido curarse con otros amores, ni con todas las patas que ves tú aquí en la manada. Yo, un poco cándido le pregunté si regresaría alguna vez a la patria, al Perú. – Hey, como voy a regresar, será para terminar en un plato de comida, ni hablar, quiera o no quiera moriré por estos lares o en manos de algún cazador furtivo que no respete las prohibiciones de temporada de caza y me meta un tiro inesperado. Ahora yo, - sorry, sorry por esa estúpida pregunta – ¿Dime como te tratan aquí los americanos? – Sonríe- Mira no ha sido fácil, un día me metí a la manada ya guiado por un pato que me acompañó desde el puerto de Newark. Ósea tú sabes, el pelicano viejo de allá, me recomendó a otro pelicano amigo de acá y éste a su vez al pato amigo. Me llevaron al jefe y luego vino con dos patos más que me miraban dando vueltas a mí alrededor, me miraban con desprecio y después con algo de compasión. No manyaba el inglés, que lo fui aprendiendo poco a poco. Me dijeron que estaba muy flaco, que eso daba mala impresión a la manada, que no saldría a volar con ellos hasta que tenga un peso adecuado. Me preguntaron de donde era y si todavía podía crecer, todo respondí con el amigo que me trajo y que manyaba su español. Así me fui integrando a la mancha y ya después era el pato extranjero que llamaba la atención, especialmente de las patitas que me buscaban.  He cambiado de manadas varias veces y ésta es una de ellas, el jefe aquí es buena gente, casi se te fue encima, pero como viste, lo tranquilice. Aquí se vive bien, se come rico y si no hay, volamos a otro lado; siempre, con el cuidado de no estrellarnos con alguna avioneta desubicada.

 Ya se hizo tarde Mike, tengo que irme y un gran gusto haberte conocido y gracias por salvarme la vida, también por contarme tu historia. ¿Quieres decirme algo más? – Si- Una vez nos metimos una tranca con los jefes, una tranca con vodka. Ya borracho les dije que si querían conocer los cerros que circundaban Lima, los cerros, los enormes cerros llenos de chozas. Ellos se reían y no sabían que hablaba, pero me dijeron, ¡Ya vamos!  Y salió uno a pasar la voz que nos íbamos a un largo viaje. Al final no se hizo, era una broma, no volamos tanto. Pero te imaginas doscientos patos volando sobre los cerros pobres de Lima, puta, hubiera sido una muerte honorable, sacrificándonos por  el amor al prójimo,  de la puta madre, cuánta gente comería pato. Y has visto, estos tienen un tremendo tamaño, con uno solo se alimentaria a diez personas, jajaja. Quizás  algún dia lo hagamos, que no te sorprenda si alguna vez lees que allá en los cerros se aparecieron doscientos patos volando bajo, volando como kamikazes, por el hambre del pueblo.  Saludos paisanos.

Dejé al pato peruano, migrante que salió de los cerros de la pobreza limeña para vivir mejor con otros de su especie, tal como lo hacemos los humanos, pero quizás nosotros no somos tan solidarios como ellos, ni escogeríamos morir como ellos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Formidable. Jorge CL.

Anónimo dijo...

¡Me gustó mucho el cuento Rubén!, me he reido y entretenido mucho. Está muy bueno. Un abrazo. Milagros

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