Por: Néstor Rubén Taype
El juicio final está ya cerca papito – me decía mi madre desde que yo era pequeño. - La biblia dice que habrá guerras y
rumores de guerra hijo – escuchaba yo de sus labios cuando era ya un
adolescente. Entonces, traía su biblia y me hacía leer los versículos que ella
me señalaba y me los hacia repetir varias veces. Le gustaba especialmente la
historia de Daniel y el rey Nabucodonosor y ella decía Naucunsor sin mayor
rectificación. Me hacia una larga explicación de las profecías que
se cumplirían y que estaban simbolizados en esa imagen. La historia terminaba
en los pies y los dedos, que eran, uno de
metal y otro de barro cocido. - Eso significa hijo que jamás el mundo se podrá unir y que no queda mas final que la destrucción que vendrá con esa tremenda piedra que destruirá
los pies y los hara volar en mil pedazos.
La piedra hijo, es la segunda
venida de Jesucristo – terminaba diciendo.
Mi madre decía que el espiritismo aumentaría y me lo decía en los
setentas -Ósea los adivinos hijo, van a estar en todos los lugares. Vendrán
enfermedades nuevas que nadie conoce y yo le decía que eso era imposible (sin
embargo años después apareció el SIDA, EBOLA)
-
Mami, todas enfermedades ya se conocen y algunas han
desaparecido.
-
No hijo, así dice la biblia, aparecerán nuevas
enfermedades y habrán guerras y rumores de guerra.
Yo le decía que en todo tiempo hubieron guerras, que no ha existido un
momento de paz, que eso no era una verdadera señal de que el mundo se acabaría.
Me decía que la tercera guerra mundial se iba a dar y allí se destruiría
el mundo y vendría Jesús en su segunda venida, tal como le dijo a sus
apóstoles..
Me contaba interminablemente la segunda guerra mundial, me decía que ya
Alemania había descubierto los aviones sin piloto (aquí me imagino que ella se refería a los
misiles o proyecto de ellos) Me contaba que al final de la guerra Estados
Unidos y Rusia se repartieron los científicos alemanes que se rindieron.
- Diez para cada uno papito, así se los repartieron, ellos son los inventores de los aviones sin piloto – me decía.
Otra señal de los últimos tiempos era que la homosexualidad aumentaría y
volveríamos a ser como Sodoma y Gomorra.
Mi madre como buena adventista era mujer dedicada a su iglesia, no solo
de palabra sino de acción. Era una entusiasta participante para las campañas de
captación de nuevos fieles, e incansable repartidora de folletos cuando se
trataba de ir a tocar puertas.
-
Vamos hijito, vamos acompáñame a repartir los
trataditos y folletitos aquí en Pando, vamos apúrate.
Salía a regañadientes, pero aceptaba. Ya no era un niño sino más bien un
adolescente de 16 años y me daba tremendo “roche” hacer ese trabajo. Mi madre
tocaba las puertas y unas se abrían y otras no. Pero cuando lo hacían yo me
daba maña para estar ya en la cuadra de enfrente o al costado, bastante lejos.
Al llegar a casa ella me recriminaba cariñosamente mi falta de fe, pero
por mi parte no le podía decir que para mí no representaba nada, no le
encontraba sentido.
Gracias a su perseverancia fue inevitable aprenderme de memoria dos
salmos, el 23 y el 146, que no niego haberme servido en momentos difíciles de
mi vida y que no me quedó más recurso
que aferrarme a ellos. Mi madre era
reiterativa con la persecución a los adventistas y me sembraba algo de temor.
-
Nos van a perseguir, y entraremos a las cárceles por
que la Iglesia romana va a dictar una ley universal que el día de reposo siga
siendo el domingo y no el sábado hijo, entonces tendremos que salir y huir.
Yo trataba de explicarle que eso era casi imposible, que la libertad
religiosa ya era una realidad y ese tipo de hechos eran de otros tiempos, aun más,
que los católicos también habían sido perseguidos y le mencionaba, en ese
entonces, el caso del Papa Juan Pablo II, quien estudió su sacerdocio casi escondido en Polonia por la ocupación rusa. Pero más podía las
predicciones de su llamada profetisa Elena G. de White, autodenominada
“espíritu de profecía”
El apocalipsis dice que la Iglesia Católica va a pasar por grandes
problemas hijo, se va a corromper de tal manera que será una crisis muy fuerte
y allí para salvar a sus fieles, van a promulgar la ley dominical y seremos
perseguidos. Y vaya que casi se cumple, porque la crisis de hace una década de
la Iglesia romana con sus casos de pedofilia y otros, sí que la está pasando terriblemente
mal, pero, lo de la persecución si me pareció hasta hora un pronóstico
descabellado.
El primer recuerdo que tengo de lo que eran los pastores, iglesia y
adventismo, lo escuché cuando tendría unos siete años en nuestra vivienda en
Chorrillos. Estábamos en la ventana de la casa cuando mi madre se puso a llorar
emocionada diciéndome – hijito allí viene el Pastor –cual mamita, no veo ni a
las ovejitas – (cerca estaba la hacienda Villa y veía con mucha continuidad a
las familias pasteando sus ovejas) – no papito, la oveja soy yo- me dijo. Ella
estaba emocionada porque el Pastor venía a un lugar lejano como Chorrillos a
verla y darle lecciones de la biblia. Era un joven muy, pero muy alto, de
nacionalidad brasileña como su esposa, ambos altísimos.
Poco tiempo después se formaría una Iglesia de la que mi madre era una
activa participante. Nunca he llegado a entender porque no me integré plenamente
al adventismo, muchas cosas me parecían
lógicas y aceptables, pero otras definitivamente fuera de lugar.
Así crecí dentro de una dicotomía y mundos ambivalentes; de lo que se llamaba:
la vida mundana y la cristiana. La bohemia del viernes, impostergable e
inevitable, y asistir al día siguiente nomas a la Iglesia, con tranca, resaca y todo. Ya en
los noventas y con mi madre acosada por los males de la edad y un cáncer
inmisericorde que la atacaba, me presionaba para bautizarme a como dé lugar (mamá
falleció a mediados de los 90’s). Por mi parte ya tenía definido que mi caso no
encajaba para nada en ese mundo cristiano, y con esas reglas y mandatos que en
algún momento ya detestaba. Sin embargo por darle esa alegría a mi desconsolada
madre que me repetía frecuentemente – hijo si no te bautizas, no nos vamos a
encontrar en la segunda venida de Cristo y no estarás para reunirte con
nosotros - en algún momento acepté,
ocultando mi malestar.
Un buen día me dijo que se venía una campaña de bautismo en la Iglesia y
que tenía dos meses para prepararme. Me repetía que el mundo ya casi se iba a
acabar y la segunda venida del Señor estaba cerca y me daba el slogan de la
campaña “¡Cristo viene pronto, prepárate!”
Llegado el día mi madre estaba emocionadísima. No recuerdo la hora, pero
ya estábamos en el templo. Había varios hermanos esperando su turno
conjuntamente conmigo. De pronto el diácono me llamó haciéndome una señal – es
su turno hermano – me dijo -. Subí al púlpito y luego baje por unas escaleras
que daban a una suerte de pequeña piscina, era el bautisterio y donde me
esperaba el Pastor.
-
¿Acepta usted hermano que el día sábado es el día del
señor y el que debemos de guardar, tal como lo manda Dios en sus mandamientos?
-
Sí.
-
¿Acepta usted hermano a la hermana Elena G. de White
como la fiel representante del espíritu de profecía, como lo detallan las
santas escrituras?
Aquí me quedé dudando que responderle, fatalmente nunca estuve de
acuerdo con sus escritos, no creía además que fuera una profeta y menos
inspirada por Dios. Siempre me pareció una buena escritora y evangelizadora,
nada más. No aceptaba sus reglas dogmáticas y
escritas en otro tiempo. Pero, que podía hacer allí, ya parado frente a un
Pastor que me miraba algo extrañado de no darle una respuesta, quien ademas tomaba mis
manos con una de las suyas y la otra sobre mi nuca, listo para
zambullirme. Vi en esos segundos de silencio su mirada sugiriéndome que responda,
algo que yo interpretaba como - ¡habla jugador!
Asi que para no hacerla más larga, le respondí.
-
Si Pastor, claro que acepto.
Entonces me pareció que al echarme de espaldas al agua lo hizo con
cierta fuerza voluntaria, en todo caso con una excesiva y subliminal rapidez
que yo sentí como una llamada de atención, por haberme demorado. Al salir del
agua, pese a mi inconformidad y mala onda, tenía la lejana y remota esperanza
que luego podría sentir alguna emoción, algo en el estómago, cosquillitas que
me pudieran sorprender y pensar que había tenido algún contacto divino. Nada de
nada, no sentí nada, solo tenía frio y con ganas de sacarme esa ropa. Me quedé
muy contrariado, desconsolado y algo deprimido, mi actitud contrastaba con la
de mi madre que afuera me esperaba sumamente feliz y bañada en lágrimas,
repitiéndome que por fin teníamos ganada la vida eterna. Mientras mi madre me
abrazaba y me llenaba de besos yo dudaba de haberme ganado el cielo, tenía por
allí unos pecadillos inconfesables, que esperaba se hubieran enterrado realmente en esas aguas
del bautismo. Al salir de la Iglesia y
al encontrarme con un cielo despejado, alumbrado por un esplendoroso sol, comencé
a sentirme mejor. De algo estaba absolutamente seguro, que allí no era el lugar
para mí, que mi cuota ya había sido pagada y que no regresaría más.