Por: Néstor Rubén
Taype
El centro
de Lima aún conservaba cierto orden antes de ser asaltada por los ambulantes. Existía una numerosa cantidad de agencias de viajes que tenían
como punto medio la Plaza San Martin. El Jirón de la Unión y la avenida Colmena
era transitada por muchos turistas que se hospedaban en el Crillón
y el Bolívar, emblemáticos hoteles que
trasmitían progreso. El país había dejado atrás una prolongada dictadura
y un engranaje político había trabajado exitosamente para su reencuentro esperado
con la democracia. Los partidos políticos en su lucha por los votos en las
nuevas elecciones estaban en pleno apogeo y un candidato ofrecía
explícitamente el retorno de los medios expropiados por la dictadura a sus
antiguos dueños. En ese entonces trabajábamos para una prestigiosa línea de aviación nacional
que había instalado sus oficinas de atención al público en el viejo hotel
Bolívar.
Alli recibíamos
diariamente la visita de los agentes de viajes y público en general. Dentro de este ámbito aerocomercial existía
una gran cantidad de personas que habían pasado buena parte de sus vidas en este
negocio, como también bullía una nueva generación de jóvenes que ingresábamos
por primera vez a la vertiginosa vida de los viajes y turismo. Éramos los
veinteañeros de principios de los ochentas, muchachos que luego del fragor del
trabajo salíamos a tropel como si fuera el recreo de la escuela rumbo a la
diversión a como dé lugar, tratando de
aprovechar las horas que teníamos disponible hasta el día siguiente. Queríamos disfrutar la vida como si esta se
fuera acabar mañana mismo. La convivencia con las agencias de viajes fue
como una gran familia a pesar que esta se dividía entre las dos más grandes
aerolíneas nacionales de aquella época según sus preferencias. De allí que
nacen dentro de esta familiaridad muchísimas anécdotas y algunas de ellas
resultan simplemente inolvidables.
Recuerdo a Liza, una bella jovencita que
parecía haber salido recién de la secundaria, haciendo sus pininos en una agencia
de viajes que manejaba el segmento de
turismo receptivo. Su oficina se encontraba muy cerca de la nuestra y por esa razón
de vez en cuando la teníamos visitándonos por razones de su trabajo. Un buen día nuestra amiga tuvo un serio problema de conexión con un
grupo de turistas americanos que se habían quedado varados en Lima, muy
preocupada me llamó para decir que vendría a la oficina y buscar una solución. Aquella
mañana se apareció estrenando uniforme, blusa y falda distribuidos en colores de azul, blanco y rojo. A pesar de
encontrarse muy contrariada por el
problema surgido hizo esfuerzos para hablarme con la mayor tranquilidad. Indudablemente pese a su
juventud trasmitía la sensación que era una mujer de armas tomar. Hubiese
deseado hacerle algún comentario sobre la nueva tenida en la que estaba
enfundada y que lucia impresionante, pero el momento no lo ameritaba ni tampoco su
humor. La ganancia visual era imperdonable no hacerlo, así que preferí guardarme mis flores y grabar en
mi disco memorioso la imagen presente.
- Bueno
amigo, ¿crees que tu jefe puede recibirme?
- Si,
él ya sabe, solo déjame avisarle a la secretaria que ya estás aquí.
Al regresar a mi escritorio ella me contaba con detalles todos los inconvenientes que estaba teniendo y la presión constante de su gerente
que llamaba desde su oficina central de Miami; de pronto aparecieron dos
compañeros que haciéndome señas me llamaron.
- Compadre
dile a tu amiga que no sea mala compadre, que no sea mala, choche esa
minifalda está prohibida por el gobierno, dile que la vamos a denunciar por
abusiva.
Sus palabras
salieron casi susurrando y con una seriedad que parecía estar dando una mala
noticia, el otro lo acompañaba con el mismo gesto adusto, todo era un ardid
para husmear a la presa, tremendos tiburones que eran.
Entre tanto
el tiempo seguía transcurriendo y nuestra adorable visita comenzaba a
incomodarse. Se sentaba y se paraba continuamente y entre que leía la revista
Tráfico para entretenerse, su rostro tomaba diferentes colores; de una palidez
mortal pasaba a un rojo encendido de furia retenida, su cabello negro parecía más
negro que de costumbre.
-
¿A
qué hora crees que me va a atender tu bendito jefe amigo?
Estábamos
cerca de una hora de espera y el reciente y novísimo jefe de ventas no salía y
la secretaria tampoco la llamaba pese
que yo había ingresado repetidamente a decirle que el caso de esta agencia era
urgente. Tan impaciente la veía que en
algún momento me imaginé
que ya no resistiría más y se iba a ir directo a la
oficina del jefe y después de patear la puerta le diría en su cara pelada por
qué demonios no la atendía. Después pensé que con toda razón explotaría y se iría
defraudada de mi poca ayuda, y diría que mi jefe era un tal por cual y que
buscaría en el aeropuerto una mejor ayuda en la gerencia comercial. Sin embargo sacándome del escenario donde yo me
encontraba, tenso y preocupado, me dijo – ¿y no me has comentado nada de mi nuevo
uniforme? – yo sorprendido solo dije – oye esta chévere - Chévere era una
estupidez con lo que le hubiera dicho realmente, pero no me dio tiempo a relajarme como
ella sorpresivamente lo estaba.
- Préstame
tu baño amigo porfa – me dijo
- Allí
mismo - le dije, señalándole el lugar.
Dos
compañeros que pasaban, al verla retirarse, se me acercaron a ametrallarme a
preguntas sobre la “flaca” y decirme que casi todos los “patas” de reservas
habían salido a ganarse. A los pocos
minutos ella regresó
y me pidió que por favor vaya donde mi jefe por última vez para saber si la
recibiría o no. Justamente en esos
momentos llegó el mensajero de su agencia para decirle que su gerente urgía
hablar con ella lo más antes posible. De pronto
nuestro esperadísimo jefe que tenía un típico nombre ruso, salió por fin a
decirle no sé qué cosa a la secretaria. Luego su vista se dirigió a mí y después
a nuestra amiga, entonces haciendo un ademán con la cabeza me indicó que me
acercara.
- ¿Quién
es ese par de piernas? me dijo casi
susurrando.
- Alguien
que te está esperando hace casi una hora.
- ¿Y
porque no me avisaste?
- Claro
que te avise, ella es de la agencia que tiene el problema del grupo de turistas
varados en Lima – le volví a recalcar.
- Sí,
pero no me dijiste que…..
- Estoy
escuchando todo chicos – dijo la secretaria
- Ok,
dile que pase, ¿cómo se llama?
- Liza,
se llama Liza y es de la agencia, bueno, aquí lo dice en su carta, te lo dejo.
El jefe llamó a mi anexo a darme las indicaciones respectivas de cómo
se arreglaría el problema del grupo y los gastos que la empresa iba a cubrir.
Finalmente nuestra amiga salió muy contenta y satisfecha por las atenciones brindadas. Me dio las gracias por la ayuda prestada y
fue hacia las escaleras para retirarse, pero se detuvo y regresó.
-
Oye amigo – me dijo - tus "patas" son unos sapasos, y tu jefe también, bye,bye.