Vacaciones en la Argentina, entre Porcel y la represión de los años 70.




Por: Néstor Rubén Taype  

Después de darle algunas vueltas al tema finalmente decidimos fijar como destino para nuestras vacaciones  nada menos que  Argentina. Por alguna razón que no recuerdo no coincidimos en nuestra salida y  tuvimos que hacerlo en días diferentes, primero Oscar y luego yo. Me embarqué rumbo a Buenos Aires con escala en La Paz. Cuando arribamos a esta ciudad la tripulación nos comunicó que podíamos salir a la sala de espera del aeropuerto, pues la escala duraría aproximadamente una hora. Enfundado una chompa y una casaca bajé del avión y estando a mitad del camino al lobby del aeropuerto me quedé casi paralizado,  solo conocía el modesto y húmedo frio limeño, nada más.  Este era un frio de cero grados, aún desconocido para mí, regresé sobre mis pasos al avión sin voltear para nada, por miedo a quedarme congelado, daba gracias a Dios por vivir en Lima pensando que tenía el mejor clima del mundo.
Horas después estaba aterrizando en el aeropuerto de Ezeiza y al bajar me sorprendió ver un terminal aéreo viejo en relación al nuestro. Tomé un bus que llevaba a la ciudad y de allí al hotel que nos habían recomendado llamado “Roma”  Nos juntamos con mi compañero y empezamos a conocer la famosa y emblemática ciudad de Buenos Aires, que hasta antes de Perón , era considerada como una ciudad europea. En aquel entonces el tipo de cambio nos beneficiaba tremendamente era casi tres por uno, nos sentíamos millonarios. Pasada la primera noche, conocimos a unos estudiantes peruanos que nos animaron a cambiarnos de alojamiento, nos hablaron de una pensión donde ellos estaban y que nos salía súper barato, casi el diez por ciento de lo que estábamos pagando en el hotel. Así pues esa misma tarde nos mudamos a un edificio donde la dueña nos atendió amablemente y nos acomodamos en cuartos separados, compartiendo habitaciones con otros estudiantes. ¿Qué vemos primero? ¿Por dónde comenzamos?  Nos preguntamos,  los amigos nos recomendaron ir al teatro “Astro” donde se presentaban el “Gordo” Porcel y Alberto Olmedo, que eran los cómicos más famosos de Argentina y a quien solo habíamos visto a través de las innumerables películas que llegaban a Lima.
Pagamos nuestros tickets en primera fila para ver a este dueto de cómicos,  quienes conjuntamente con todo su espectáculo de chicas, aquellas vedettes que eran portadas de revistas y periódicos, presentaban el show  más espectacular que nosotros habíamos visto.  En una de las escenas aparece una actriz algo ya madura, llamada Ethel Rojo, el escenario estaba obscuro y solo una luz desde lo alto reflejaba su imagen, ella estaba en el suelo limpiando el piso, representando a una vieja ex bailarina, estaba vestida con un guardapolvo  gris y una bufanda amarrada en su cabeza – Aquí debuté hace muchos años- decia - este lugar fue la cuna de mi nacimiento como artista, este piso en la que ahora poso mis manos, fue testigo de mis mejores faenas como bailarina, aquí dibuje con mis pasos la historia de mi vida, conozco cada rincón de este teatro, donde hice realidad mis sueños de niña, de ser la vedette más famosa de la Argentina ¿y saben qué? lo recuerdo casi como si fuera ayer – terminó su speech con esa pronunciación acompasada, como si cantaran siempre un tango los argentinos. Las luces se apagaron por algunos segundos, hubo un silencio que retumbó el teatro y luego todo se encendió, la vimos vestida con sus mejores galas mientras aparecía una nube de bailarinas unas más bellas que las otras desfilando, escribiendo con sus cuerpos una bella coreografía. Inolvidable espectáculo al que regresamos una vez más.
Repartimos nuestros días en conocer el barrio del Boca, la avenida de los cines (cine continuado, todo el día) en la conocida avenida Lavalle, nombres con la que jugábamos como niños repitiéndolos y gritando a cada rato con el acento argentino, Lavalle, Irigoyen, Magallanes y  una que nos llamó la atención, la calle llamada Callao, al parecer en honor a nuestro puerto; y nosotros repitiendo, ¡Callao! ¡Callao! 
Saliendo un buen día del cine nos dimos de pronto cara a cara con Susana Jiménez y su pareja el boxeador  Carlos Monzón y nosotros, compadre la cámara, no la tengo, yo tampoco, puta que piña ya la perdimos.
 La curiosidad nos ganó y una noche fuimos a conocer la Estación, de la que nos habían hablado tanto y que no venía a ser sino la estación de trenes pero que tenia la particularidad, según nos había contado, de ser un punto de encuentro para engancharse con alguna de esas despachadas gauchas dispuesta a todo.  El primer incidente que tuvimos fue un día que estuvimos de compras cuando intempestivamente en la esquina siguiente de donde estábamos, se cerraron un par de cuadras y había muchos policías. Poco después los compañeros de cuarto nos contaron que había sido un operativo de las autoridades para dar con un grupo de la guerrilla llamados tupamaros, que hacía poco habían atentado contra un bus de la banda de música de la Casa Rosada. El comentario nos parecio algo lejano, distante y no le dimos mayor importancia ¿tupamaros? Querrán decir Túpac Amaru, decía yo.
Algo que no podíamos perdernos era ir al estadio y conocer la famosa “Bombonera” donde los peruanos empatamos con los argentinos y conseguimos los pasajes para México 70. Chequeamos las fechas de los partidos y escogimos  ver al  Boca Junios contra Independiente de Avellaneda, la razón era que el equipo rojo había contratado recientemente a dos peruanos para engrosar sus filas, Percy Rojas y Eleazar Soria. La verdad que estar allí fue inolvidable, nuestro estadio nacional era una iglesia al lado del bullicio, el movimiento y la pasión que le ponen los argentinos a este deporte.
Empezó el juego y a los dos minutos Independiente por obra y arte de Percy “Trucha” Rojas coloca el primer gol, con pase magistral de una de sus estrellas, Boquini. Casi gritamos de entusiasmo y digo casi, casi, sino era que nos dimos cuenta que estábamos rodeados de hinchas del Boca, que luego del gol gritaban…. “peruano boludo, hijo de p…vas a salir el camilla”  sin contar con los otros epítetos que seguían deslizando alrededor nuestro. Nos miramos y nos fuimos a los baños y una vez solos allí gritamos, casi susurrando…. ¡Goooool  carajo, goool!!  Finalmente Independiente ganó dos a cero, salimos disparados del estadio mientras escuchábamos los gritos de los hinchas, el llanto de los comentaristas en las radios y los cientos de policías montados a caballo cuidando que se realizara un retiro pacifico del público.
La última noche luego de realizar las compras de rigor nos fuimos a comer nuevamente la deliciosa parrilla argentina en un restaurante céntrico de la ciudad. Después de la cena pasamos a comprar algunas botellas de vino para seguir celebrando en la habitación de la pensión. Ya de madrugada y después de habernos consumido algunas botellas nos despedimos con Osquítar y cada quien para su cuarto.
Recostado  en mi cama aun saboreaba la cena, el aroma de la carne, el chorizo, el vino de casa y las bondades de esos deliciosos panes, todo parecía que estuviera todavía metido en mi cuarto.  El sueño ya me vencía y estiré mi brazo para apagar la lamparita que estaba sobre una mesita pero no la alcancé y me estiré un poquito más, ese esfuerzo adicional me hizo perder el equilibrio y caí pesadamente al piso. Solo atiné a sonreír, me sentía algo estúpido, de hecho el vino había realizado su trabajo. Como esos jinetes caídos del caballo me volví a montar a mi cama, no sin antes haber apagado la dichosa lamparita. Me acurruqué muy tranquilamente y así estuve unos minutos buscando desesperadamente el  sueño que la caída había lastimado.
Tenía la vista clavada en la puerta de mi habitación tratando de concentrarme en dormir cuando vi que lentamente la puerta comenzaba a abrirse.  Sorpresivamente  aparecieron tres personas una de ellas tenía una metralla, una suerte de los llamados FAL.  Allí en unos segundos pensaba que el vino había ido bastante lejos, si bien era cierto estaba algo embriagado, pero no tanto como para ver alucinaciones.  Instintivamente me senté en la orilla de la cama y me di cuenta que esos tipos eran tan reales como yo mismo y que recién se estaba dando inicio a la pesadilla. Uno de ellos se acercó, se sentó a mi lado y abrazándome pronuncio suavemente esa frase con ese tono cantadito que se me grabó como estampilla en el cerebro  ¿vos conocés a Roberto, el de la confitería? 

No conozco a nadie- le dije-   en realidad yo no sabía quienes diablos eran y pensaba  si eran “choros” o policías de civil, entonces quise ponerme de pie, pero el que tenía el arma me lo impidió diciéndome – no te movás  pibe -  Y nuevamente el que estaba sentado a mi lado volvió a preguntar ¿Estás seguro que no sabés  de quien te estamos hablando?  No, le repetí,  no conozco a ese tal Roberto. Uno de ellos salió de pronto y regresó después de unos minutos con un tipo esposado a quien tenía agarrado del cabello con la cabeza gacha, lo puso frente a mí, le dejó levantar la cara para mirarme y le preguntaron  ¿es él?  El melenudo, un fulano con cara de haber sido castigado duramente solo movió la cabeza negando conocerme.  El tipo que me preguntó por el famoso Roberto me dijo que me quedara en mi cama y no saliera de la habitación, luego todos se retiraron, escuche sus pasos bajando las escaleras hasta perderse en el silencio algunos segundos después. Como a los  quince minutos apareció Oscar a contarme su experiencia. Entraron a mi cuarto y me despertaron apuntándome con un arma en la cabeza compadre – me dijo, y  luego continuo – me hicieron algunas preguntas y luego felizmente  se fueron. Bajamos al primer piso a ver  a la señora dueña de la pensión quien tenía un fuerte hematoma en la frente,  ella  nos comentó que se trataba de militares que buscaban a guerrilleros. Recién comenzamos a atar cabos y recordamos el cierre de las cuadras de una noche anterior y de los llamados tupamaros, habíamos llegado a Buenos Aires y éramos testigos de una guerra interna, lo mismo que estaba ocurriendo en Chile y Uruguay. Felizmente ese mismo día salíamos a Lima, no podíamos ocultar que estábamos realmente asustados después de tan mala experiencia.  Teníamos veinte años de edad y al llegar a Lima se nos acabó el miedo y la verdad que contábamos la experiencia con cierto entusiasmo. No imaginábamos que un lustro después las hordas senderistas harían vivir esta experiencia a muchos peruanos. El viaje a la Argentina, finalmente  fue  inolvidable.
                    La foto del recuerdo con Osquitar frente a la Casa Rosada


2 comentarios:

Osvaldo dijo...

Argentina es un maravilloso país para tomarse vacaciones, ya que tiene hermosas playas, lindas montañas y también maravillosos glaciares. En este momento estoy alquilando un apartamento en buenos
aires
, pero me encantaría ir a recorrer alguno de los lugares que menciono

Hola florencio dijo...

Por supuesto Osvaldo, Argentina es un lindo pais con muchos atractivos. Lo visite muy joven, pero los lugares siguen alli. Suerte y que te vaya maravillosamente bien.

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