Los buildings rojos



Por: Néstor Rubén Taype
El bendito despertador suena peor que nunca, vuelve a sonar con ese tono rasposo, metálico, sus timbrazos son horrorosos; en realidad el ruido que derrama es el mismo, soy yo el que las escucha en diferentes tonos por el halo de nostalgia que aun arrastro desde mi partida de Lima.
Después de tomar un baño arreglo mis cosas para ir a mi segunda semana de chamba y tengo todavía en mis narices el aroma de Lima, el smog de los microbuses, los gritos de mis hijos jugando en la sala. Mi paladar alcanza a degustar el sabor del último platillo que devoré hace menos de un mes antes de salir de casa: un tacu tacu con su pancito francés y mi cafecito de cebada.


Ahora camino por unas avenidas muy limpias, autos nuevos se deslizan por sus calles y unos modernos buses asoman por sus esquinas con paraderos en la que sus gentes esperan y suben ordenadamente. La agencia de empleos queda felizmente a unas pocas cuadras del lugar donde vivo y me toma unos diez minutos en llegar, el calor es insoportable y las noticias en televisión dicen que llegaremos a un poco más de 35 grados centígrados, una temperatura aun desconocida para mí.
El lobby de la agencia está llena de hispanos y en su mayoría peruanos que están hablando de las noticias de Lima, ellos al parecer ya se conocen, yo soy el recién llegadito. Me preguntan si es cierto lo que dicen del “chino” pues según ellos es el mejor gobernante que hemos tenido y el único que derrotó al terrorismo. Yo les respondo que con ese pretexto se quiere quedar veinte años más, que todo apunta, hasta donde yo estuve, que su gobierno se venía abajo por la corrupción de su asesor de inteligencia.
La mayoría habla a su favor dicen que todo es mentira por la bronca política de sus enemigos y sin proponérmelo me veo en un carga montón inesperado, felizmente aparece Gustavo el encargado de la agencia de empleos y me salva del apuro, nos atiende muy gentilmente dándonos detalles del lugar a donde trabajaremos.
- Ok muchachos – dice- se van ir aquí nomás a los buildings rojos, Omar please lleva tú la hoja del control de horas de los muchachos.
Todos salimos, bajamos las escaleras y vamos a la esquina donde hay una tienda de ropa muy conocida en la zona, cerca está parqueada la camioneta de Omar y subimos.
- Yo los llevo chocheras, pero cada uno se regresa por su cuenta ya saben, para quien no me conoce mi nombre es Omar pero me pueden llamar “Rambo”
Me siento al lado de Juan Carlos, es la tercera vez que lo veo y es más bien callado y muy introvertido, tiene un castellano bien educado y es muy formal en sus conversaciones, después me diría que fue profesor en Perú.
Omar, la pinta nomás lo delata de que es un tipo bien mosca, vivo, se la sabe todas, dicen que fue policía en Lima, usa un pañuelo amarrado en la frente al estilo Rambo, chapa que al parecer lo disfruta mucho.

Llegamos al tercer piso de estos edificios que realmente son rojos tal como los conocen, la gente se relaja y se acomoda en un cuarto que sirve de vestidor. Se sueltan las mochilas y también las bromas entre los que se conocen, la chacota peruana, el chongo infaltable. Por su carácter obviamente que Juan Carlos es el punto, le cae de todo, él solo sonríe y diríamos que trata de llevar la fiesta en paz exhibiendo una buena correa bastante fingida diría yo.
- Oye Juan Carlos porque nunca te cambias esa maldita truza roja carajo, estas pasando todo el verano con la misma cosa, si no la cambias te los voy a romper compadrito – Dice Omar en tono de burla.
Éste lo mira y sonríe, su sonrisa es más bien nerviosa denota cierto temor me mira y vuelve a sonreír, sabe de la fama de “Rambo” lo abusivo que es y me dice bajito que se está luciendo con la gente.
Entonces sorpresivamente armándose de cierto valor para no quedar mal con el auditorio que escucha atento las burlas de Omar se anima y habla.
- Es mi ropa compadre, es mi ropa no es la tuya, ¿Cuál es tu problema?
- Cual es tu problema huevón, cuál es tu problema, me jode que uses esa cojudez todo el tiempo.
Omar iba a decir algo más cuando de pronto apareció el supervisor de aquel lugar llamado los buildings rojos, un gringo desaliñado que habla algo de español y no cesa de fumar, tiene los brazos tatuados y las orejas llenas de aretes – come on guys, al almacén… mucho trabajo…poco dinero….eh – comenta con su voz nasal.
Nos dio la hora de comer, que en realidad es solo media hora, Juan Carlos me conversa y dice cosas como que ese tipo lo tiene de punto, que ya no lo iba a aguantar, que su paciencia estaba en el límite, que una más y era capaz de agarrarse a golpes. Yo lo escucho, se que solo son palabras, Juan Carlos no va a hacer nunca nada de lo que está hablando, en el fondo está atrapado en sus propios temores, sus miedos sus fantasmas, su enorme timidez estaba a flor de piel. Alguien me contaría después que él quedó afectado de los nervios a raíz del abandono de su esposa, quien lo dejó para irse a vivir con un amigo suyo a quien dio alojamiento en su casa.
Pasadas las ocho horas de rigor regresamos al cuarto donde dejamos las mochilas y maletines. Comenzamos a cambiarnos y cuando ya la mayoría se había retirado aparece Juan Carlos, yo lo estaba esperando, él toma la misma ruta que yo.
Levantó su mochila que dejó en el suelo y lo abrió, saco un polo y luego su famosa trusa, el polo estaba intacto, pero la trusa estaba cortada en tiritas, como una minifalda de flecos.
- Yo te dije huevón que te la iba cortar, a ver si mañana vienes con otra cosa – le dijo Omar, mientras se acercaba hacia él.
- ¡Te voy a acusar donde Gustavo y también te voy a llevarte a la corte por hacerme esto!
“Rambo” como gustaba que lo llamaran se acercó hasta poner su rostro frente a la de Juan Carlos, casi rozándole la nariz le dice – auméntame los cargos a la corte cabrón, acúsame por cortar tu maldito y apestoso short y también por romperte la cara………… te espero afuera.
Charlie estaba espantado, nervioso hasta el límite, aun así me dijo – esto es el colmo, me veré obligado a pelear con este tipo ¿Y sabes qué? Yo me tengo miedo por que cuando peleo me desconozco y puedo hacer daño, no se medirme hermano, no se medirme.
Pero se negaba a salir, así que después de animarlo aceptó que lo acompañara, antes de salir le pregunté si tenía otro pantalón, me dijo que no y que se pondría solamente el que estaba hecho trizas.
Tenía yo un polo más y se lo di para que se lo amarrara en la cintura y se cubriera para regresar a casa.
Mientras caminaba miraba a todas partes esperando que Omar apareciera, mientras yo le repetía que él no iba a venir.
Cruzamos el puente del río Passaic y llegamos a la avenida Rodgers.
- Anda tranquilo, devuélveme el polo cuando puedas – le dije
Juan Carlos siguió caminando por toda la avenida subiendo para su casa.
Lo vería después muchas veces pero no volvimos a trabajar juntos, siempre educado, un caballero formal, no volvimos a hablar sobre el incidente, yo sabía que le incomodaba en sobremanera, entonces evitaba mencionarlo.
Una mañana lo encontré en la estación de trenes de la ciudad y al parecer lucia de buen humor
- ¡Cayó el chino, sabias cayó el chino! – Me dijo – fíjate que estabas en lo cierto, pero se fue al Japón, de allí nadie lo saca compadre. Entonces para despedirse se daba el trabajo de mencionar siempre alguna frase célebre de las conocidas y a veces soltaba alguna novedosa y decía – esta es de mi cosecha, escucha:
¿Quien es el peor enemigo de un hispano? Otro hispano, por lo menos aquí, no lo olvides hermano, no lo olvides, nos vemos, nos vemos.

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